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Lamentable es que uno vaya por la vida encontrando meseros, taxistas, vendedoras, cajeros, mensajeros, contratistas o enfermeras que desempeñan su labor sin una pizca de… Lamentable es que uno vaya por la vida encontrando meseros, taxistas, vendedoras,...

12 de mayo, 2015

Lamentable es que uno vaya por la vida encontrando meseros, taxistas, vendedoras, cajeros, mensajeros, contratistas o enfermeras que desempeñan su labor sin una pizca de…

Lamentable es que uno vaya por la vida encontrando meseros, taxistas, vendedoras, cajeros, mensajeros, contratistas o enfermeras que desempeñan su labor sin una pizca de agrado por lo que hacen, como una especie de robots que repiten una y otra vez el mismo procedimiento de forma automatizada con cada cliente sin empatizar con él, sin intercambiar al menos un saludo agradable o una expresión de “gracias” al recibir el pago a cambio de sus servicios. Por ello resulta relevante poner la atención en aquellos que se esfuerzan cada día por dar lo mejor de sí, que trabajan con la convicción de que hacen lo que les gusta, que sienten la satisfacción del deber cumplido en cada jornada por pesada que ésta resulte y piensan que harían lo mismo toda la vida incluso gratis, porque el nivel de satisfacción está más allá de los números en un recibo de nómina o de honorarios.

Cierto es que en el caso de empleados de grandes cadenas comerciales los sueldos son muy bajos y las jornadas exhaustivas, casi podemos decir que son explotados; sin embargo, eso no los justifica para realizar su trabajo a disgusto y con enfado, con falta de cortesía hacia el cliente pues finalmente, y aunque es algo discutible, en el momento que firman un contrato, adquieren obligaciones igual que derechos al emplearse para una empresa “X” del giro que se trate y más obligados están si su función principal es la de brindar un servicio, el cual debe ser con y de calidad.

Y ya que de calidad hablamos, es tan común escuchar el término por todas partes que pareciera que ha perdido su sentido. Para los japoneses el significado es sencillo: hacer las cosas bien a la primera o al menos, así lo explica Carlos Kasuga, Presidente del Consejo de Administración de Yakult México, en sus múltiples conferencias que imparte por todo el país, en las cuales dicho sea de paso, agrega los valores como parte de la calidad, mismos que en cada persona tienen una jerarquía distinta y que en algunos, ya ni siquiera son considerados como el eje de nuestro actuar diario pues pareciera que hoy día los valores ya no se usan o han pasado de moda, que los olvidamos en el baúl de los recuerdos y junto a los valores, la ética profesional.

Para no meternos en el espinoso asunto de la calidad, sólo me referiré a ella como parte de lo que deberían tener todos aquéllos que prestan un servicio cualquiera que este sea, desde un oficio hasta una profesión o especialidad. Creo que la calidad es algo que va de la mano con la vocación de servicio en todos los ámbitos.

En ese sentido, una de las profesiones que me parecen más admirables por estar la vida de por medio es la medicina. Según mi apreciación, existen dos clases de atención médica: la que recibimos como una prestación de seguridad social y la que podemos pagar de forma particular. En el caso de la primera, los médicos que encontramos en una institución gubernamental trabajan bajo condiciones laborales muy cuestionables y lo importante es atender al mayor número de pacientes con menos recursos cada vez y sí, más de una vez han sido objeto de queja. En el caso de la segunda, la atención médica particular que podemos pagar según el nivel de los recursos económicos de que dispongamos, nos da la opción de elegir a un médico que nos genere confianza, con quien hagamos una especie de “click” desde la primera consulta, ya que es un vínculo especial para nuestra vida pues será quien vigile el estatus de nuestra salud.

En mi historial clínico, he visitado diversos médicos, desde los más costosos en su consulta hasta los más accesibles, pasando por los que encontramos en el IMSS y el ISSSTE. Difícilmente pude conectar de forma especial con alguno. Sin embargo, puedo destacar a tres o cuatro que me han parecido espléndidos, pero uno en particular merece mi reconocimiento por tener como prioridad su vocación al servicio de la sociedad y ejercerla con profesionalismo y honestidad. Yo digo en broma que es un rock star porque no hay día que su consultorio no esté abarrotado. A su consultorio acuden desde los más pequeños hasta los más ancianos y él con gran calidez y calidad humana atiende a cada uno de ellos con minuciosidad, con atención plena a cada caso particular, con una gran sonrisa al recibirlos y con otra sonrisa de satisfacción por el deber cumplido al término de la consulta, su nombre: Doctor Tomás Ruiz Campos, Médico Cirujano.

La forma en que lo encontré mi camino es un largo relato, sólo diré que fue quien me atendió en el parto de mi bebé y quien ha seguido mes a mes su desarrollo. Pero no es sólo la atención que de él recibimos lo que hoy me impulsa a agradecer su existencia, sino lo que observo en la sala de espera, los comentarios, las recomendaciones de sus colegas y sobre todo, su trato con los otros pacientes.

Como representación de lo anterior, elegí “El rebozo de Soledad”, filme mexicano de 1952, que nos muestra a través del personaje principal, Doctor Alberto Robles, el momento en que debe tomar la difícil decisión entre ingresar a una élite de médicos lo cual le significa fama y dinero o seguir trabajando en el consultorio de un lejano poblado para atender a sus necesitados habitantes, oprimidos por el cacique local. Al final de la cinta y después de que vemos las vicisitudes por las que debe pasar, el Doctor Robles da una lección sobre ética y moral al grupo de médicos eruditos que pretenden contratarlo, el cual me parece más que conmovedor.

Será que la vocación es algo que se transpira y que los demás perciben, algo que transmite confianza y que genera un vínculo especial entre médico-paciente. Será que el profesionalismo y la entrega que ponemos en cada cosa que hacemos, en automático atrae más y más seguidores.

Ojalá todos tuviéramos no un médico, sino un abogado, una costurera, un mecánico, una mesera, o un taxista que nos haga sentir satisfechos y felices de ser atendidos por ellos. Reconocer la labor de los profesionistas u oficiantes que nos prestan un servicio es un estímulo para ellos y para futuras generaciones, para que el entusiasmo los impulse a realizar su labor con humanismo, con pasión y entrega a favor de la sociedad a la que sirven y como un camino hacia el éxito.

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Fuentes:

http://cinemexicano.mty.itesm.mx/peliculas/rebozo.html

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