Gente buena

“Tantas veces has visto a la gente buena sufriendo cosas malas, que llega un desgraciado día en que dejas de… “Tantas veces has visto a la gente buena sufriendo cosas malas, que llega un desgraciado día en...

4 de noviembre, 2016
indigente

“Tantas veces has visto a la gente buena sufriendo cosas malas, que llega un desgraciado día en que dejas de…

“Tantas veces has visto a la gente buena sufriendo cosas malas, que llega un desgraciado día en que dejas de preguntarte por qué” , Luis Cendejas-Guizar.

Y pregunté de nuevo después de casi haberlo olvidado. Afuera de una iglesia abierta, tres mendigos con la mano extendida y dos adictos en pleno viaje, a un lado de ellos, tres personas en predicación de Jehová y dos personas repartiendo publicidad de un lugar de apoyo para indigentes y adictos. A unos metros, una persona, receta médica en mano pidiendo ayuda, una chiquilla harapienta pide pa’un taco.

Afuera de la iglesia todos, como queriendo o creyendo que quienes andan por ahí son piadosos y compasivos. Nadie les hizo caso, ni las mujeres de la vela perpetua que entraban a la iglesia portando un velo de antaño que cubre la mitad de sus rostros, como queriendo esconder la falsedad de sus pasos y plegarias.

Frente a la iglesia se instala una feria de libros usados, muchos de los que revisan libros compran de superación personal, de dietas mágicas y de religión, quieren recetas para ser mejores y la señal más clara está, precisamente detrás de ellos, afuera de la iglesia. Los enfermos, los obesos que se alimentan de chatarra barata, los adictos a las drogas y los abandonados son una representación de la sociedad, los que quieren ser mejores leyendo basura y los que, en la basura, a veces son mejores.

Ya no se pregunta uno, por qué. Y eso sucede porque hay individuos que se encargan de que no se crea en la carencia, los aprovechados hacen que se ignore la necesidad real, logran hacer que los compasivos dejen de serlo y empezamos a creer que las miserias son una mentira; ya no se sabe si es parte de la rutina de los perezosos salir a las calles e instalarse afuera de las iglesias simulando que sufren e imploran misericordia, luego, se enderezan y se van a sus casas con los bolsillos llenos de monedas porque los que fingen, son más convincentes.

En el hospital, hace unos meses vi a una pareja que hizo su actuación en una sala llena de pacientes en espera, él dijo que hacía dos horas se había muerto su hijo y que no tenían para pagar, ni la salida del pequeño ni su funeral, mientras este se condolía ella pujaba para sacar lágrimas de sus ojos secos. Recibieron las monedas de manos de gente que tampoco tenía mucho dinero y se fueron acongojados, tristes, derrotados. Horas más tarde, los dos desayunaban tranquilamente en un restaurante a unas cuadras del hospital, esto no habría sido importante de no ser que hace dos días ¡se les volvió a morir el niño! Repitieron la misma historia y recibieron más monedas, cuando se acercaron a mí, les pregunté, que cuántos niños se les habían muerto ya, y salieron de prisa del lugar.

En el transporte público que va a la línea internacional, he visto adultos mayores con palos a manera de bastón, sentados tranquilamente desayunando un burrito y un jugo, al llegar a la línea, cambian de aspecto. Sus rostros se entristecen, bajan de prisa y una vez en la calle, encorvan sus cuerpos y el palo empieza, junto con su paso lento a “trabajar”.

Hace años, un atlético joven norteamericano pedía, en inglés, ayuda para sacar a su hermano de la cárcel, dijo que lo habían encerrado sin razón, que unos policías se lo llevaron porque estaba borracho y le habían “sembrado” droga en su pantalón. El joven era tan convincente que todos los automovilistas, sobre todo sus paisanos, le extendían billetes. Bastaron un par de meses, el joven atlético se había convertido en un guiñapo de piernas laceradas y brazos maltratados por las inyecciones de heroína, con todo, seguía pidiendo dinero porque “su hermano estaba en la cárcel”. Qué pena da ahora, saber que muchos contribuimos en su destrucción por creerlo una buena persona que solo quería ayudar a su familiar.

Sucedió en el puente internacional de Ciudad Juárez, que un hombre se empujaba encima de una avalancha entre los autos que cruzaban hacia El Paso, TX y pedía dinero para comprar unas muletas y poder enderezar su cuerpo, decía que le habían amputado sus piernas porque alguien lo atropelló y lo abandonó a media calle. Una voz fuerte sonó a lo lejos ¡La migra!, el hombre se levantó, cargó su avalancha y salió corriendo. El encabezado de los periódicos al día siguiente rezaba “Milagro en la línea”.

Por eso uno no se pregunta por qué, porque ya no se sabe quién en realidad avanza en una tabla con ruedas escondiendo las piernas y quien, sin piernas es más productivo, sensato y real.

Y, la mayoría de las veces, la gente buena no piensa que lo que le pasa es malo, lo supera y ya. Es la gente mala y floja que piensa que, hasta lo bueno que les sucede es malo.

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