El niño más bonito del cunero

Eso dicen siempre que una criatura nace aun cuando sea el más feo. No he visto muchos bebés de tres horas de nacidos que sean… Eso dicen siempre que una criatura nace aun cuando sea el más...

23 de febrero, 2016

Eso dicen siempre que una criatura nace aun cuando sea el más feo. No he visto muchos bebés de tres horas de nacidos que sean…

Eso dicen siempre que una criatura nace aun cuando sea el más feo. No he visto muchos bebés de tres horas de nacidos que sean bonitos, es más, no he visto recién nacidos hace mucho tiempo. Los ojos de la mamá, papá y familia no pueden decir otra cosa aunque siempre existe el tío o la tía que piensa lo contrario; peludos, hinchados y amarrados entre trapos y lienzos que con el color identifican el sexo del nuevo miembro del mundo, anunciando que si es un hombrecito no llora, si es una niña tiene permiso de hacer berrinche.

Los tiempos cambian –eso dicen- aunque el mundo siga siendo exactamente el mismo con todas sus prohibiciones y limitaciones, con todas sus protestas y sus manifestaciones; dentro del seno familiar mucho de lo que se grita afuera, se calla adentro. Al final el libreto es el mismo para todos y todos siguen aprendiéndolo de memoria cuidando de no equivocarse y no salirse de la rueda que gira para el mismo lado siempre.

Estuve de paseo obligado por un hospital, de esos, los públicos, de gobierno y tuve, inesperadamente una muy buena experiencia. Aquí es donde se contraponen los puntos de vista y las especulaciones acerca de los organismos gubernamentales y ¡vaya que he tenido experiencias en este rubro! La del Hospital General de Tijuana no fue diferente, ahí hay de todo, vi de todo en casi 72 horas; lo primero es que fui llevada de la mano de un excelente médico, protector y compasivo que llevó la cirugía y su evolución con la vocación que todos los dedicados a la atención de un enfermo deberían profesar. Me tocó el mejor.

Y no, no estuve en cuarto privado compartí uno con una señora que increíblemente en estos tiempos, dio a luz a su ¡onceavo hijo! el último –dijo- y otra que perdió a su segundo. Como era el área de gineco-obstetricia, las enfermeras suponían que yo habría tenido uno también, no, yo no cooperaría al caos actual, sin embargo les dije que mi niño era el más horrible del cunero, ellas desmintieron –no hay niños feos, comentaban.

La mía, era una cirugía ambulatoria y como hubo complicaciones debieron trasladarme de inmediato al hospital, en camilla, ambulancia y toda la cosa. Sí, me asusté mucho y lloré. Al llegar a mi cama, le pregunté al camillero si mi niño era el más bonito. Tristemente –dijo él- debo confesarle que es el más feo, no tenía brazos ni piernas ni cerebro apenas unos ojitos amarillos, en verdad es el más feo, lo bueno es que ya no existe. Me hizo reír mucho y se me olvidó que estaba asustada porque lo que acababa de salir de mi cuerpo era un tumor en mis entrañas, y si, afortunadamente ya no existe.

En los hospitales puede verse cualquier cosa, sobre todo cuando se comparte espacio con otras personas que se recuperan o padecen algún mal. Las voces, los ruidos hasta las alucinaciones después de la anestesia; es un recreo en patio escolar, la que llora y grita, la que se queja y grita, la que pide agua y grita, la que quiere levantarse y grita. No hay silencio que apacigüe las emociones, cualquier sonido complica la recuperación de los sentimientos y no hay calma suficiente mientras se está sintiendo despierta todo lo que hicieron los médicos en el cuerpo dormido de una mujer.

Desde la intimidante orden de “abra las piernas” hasta la mirada de los pasantes, residentes y enfermeras ahí donde uno no alcanza a ver es una desagradable sensación de violación a la intimidad. Creo que por eso es que uno siente ganas de llorar todo el tiempo, no solo es el dolor físico también es algo que se parece al dolor, solo que es uno emocional, un atentado a los sentimientos que es muy difícil de explicar; se traduce en lágrimas sinsentido para cualquiera y que en realidad resultan un buen pretexto para llorar las venas pinchadas una y otra vez, la entrada y la salida de las sondas y las levantadas al baño cargando los depósitos de desecho, mucho peor que buscar dónde colgar la bolsa y prevenir que se arrastre el pantalón o la falda en el piso sucio.

Si las otras señoras tuvieron un bebé  debieron ser los más bonitos yo no los vi, los escuché llorar toda la noche porque el hospital no permite cuneros, por aquello del robo de infantes cada mamá debe tener a su hijo con ella en su cama; y pudiera hacer una lista de lo desagradable durante mi estancia en ese lugar, sin embargo fueron más las cosas positivas y agradables que sucedieron y no me queda más que agradecer que todo haya sido un ir y venir de emociones desconocidas; lo negativo que se ve debe ser porque los hospitales públicos tienen reglas estrictas e incorruptibles ya que la cantidad de personas que todos los días hacen uso de sus beneficios es increíble.

Pues bien, mi niño no fue el más bonito y puedo también asegurar que la vocación de los doctores Juan Manuel Vergara y Mariano López me regalaron una enorme sonrisa de agradecimiento porque el monstruo acéfalo desmembrado salió de mi cuerpo sin hacerme daño.  Después de todo y como un aprendizaje más en el camino, estar en reposo es a veces, la única forma de aplacar el ritmo incesante y apabullador de la vida diaria. Sigo andando…

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