El camino de la FE

Mientras esperaba en la valla, veía cómo la gente iba llegando y acomodándose. Mientras esperaba en la valla, veía cómo la gente iba llegando y acomodándose. Todo era como un día de fiesta, nos veíamos contentos, sonrientes...

16 de febrero, 2016
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Mientras esperaba en la valla, veía cómo la gente iba llegando y acomodándose.

Mientras esperaba en la valla, veía cómo la gente iba llegando y acomodándose. Todo era como un día de fiesta, nos veíamos contentos, sonrientes saludábamos, incluso alguien ofrecía comida. Pasamos por todos los climas, frío, calor, sol. Nos abrigábamos y después nos quitábamos la ropa ante el calor… Todo era poco con tal de ver de cerca al Papa Francisco.

Tal vez por el objetivo que nos había llevado ahí todos nos comportábamos con amabilidad. Al observar a la gente se daban pocos desencuentros y muchos actos solidarios de respeto y agradecimiento. Cada vez quedaban menos espacios para ver al Papa y llegó al punto que moverse era difícil.

De vez en cuando alguien gritaba:

—Ahí viene, ahí viene…

Por unas centésimas de segundo todo era silencio y expectación que se transformaba en gritos de alegría… Para volver a la cotidianidad del momento. Así transcurrieron horas. Poco a poco el cansancio llegaba y cuando esto sucedía volvíamos a escuchar el grito de alerta, no sé porque nos entusiasmábamos si ya sabíamos la hora en que el Papa cruzaría por esas avenidas. Creo que la emoción era el motor que animaba las almas de esos cientos o miles de personas.

Recuerdo una leyenda: Trataba sobre un infante que quería tener una abuela. Un día tocó a su puerta una anciana pidiendo limosna. El niño le pidió a su madre que la adoptara para que fuera su abuela y Li, su madre, aceptó. Esa era la gran ilusión de su hijo.

Cuando Li bañó a la abuela y la peinó, descubrió que ésta tenía piojos, la abuela le pidió que los enterrara en el jardín junto con un barquito de papel que dibujó en una hoja y así lo hizo Li.

¡Por fin! Vi desde lejos, esta vez sí venía el Papa, la gente se apretó un poco más con ansia por verlo, antes de llegar a donde estábamos, el Papa se bajó y algunos tuvieron la suerte de estrechar su mano y, como dice el propio Francisco, de mirarlo a los ojos. La gente se emocionó, definitivamente es un evento que impacta a quienes lo viven.

—Nos vamos contentos, ya lo vimos, para eso venimos, ha sido una experiencia inolvidable.

Después la abuela Thai, le pidió a su nieto que todos los días fuera a la entrada del pueblo y que viera si a la estatua de los leones se les ponían los ojos rojos. El pequeño día a día fue, ya todos sabían su misión.

Un día el carnicero quiso jugarle una broma y con sangre de una res les pintó los ojos de rojo a los leones. Cuando llegó el pequeño Jun dio un brinco de sorpresa y regresó corriendo a su casa para avisarle a la abuela.

Al conocer la noticia Thai le dijo a su hija que tuviera su maleta lista, al otro día harían un viaje. Esa noche llovió como nunca y en la madrugada empezó a subir el agua. Li se despertó y alarmada, tomó a su hijo y buscó a la abuela sin encontrarla. Recordó sus instrucciones y desenterró los piojos y la hoja que, al desenvolverla, se convirtió en un gran barco al cual subieron.

El viaje del Papa da una nueva fuerza a la gente, si bien es cierto que el catolicismo ha visto disminuida sus fuerzas por tantos equívocos del pasado, los nuevos tiempos están marcando caminos, actitudes y formas diferentes de hacer las cosas.

Con su ejemplo nos muestra la congruencia de quien dirige una institución tan importante, en busca de una reconciliación entre representantes y feligreses.

Navegaron por días, después el agua bajó y ellos desembarcaron. Al abrir la bolsa de los piojos Li encontró sólo brillantes. Agradeció a la abuela su regalo y el amor por ellos, también agradeció a su hijo porque su fe en la abuela los había salvado.

¿Por qué querer borrar la fe de miles de personas?, que sin importar incomodidades esperan cumplir su único objetivo: estar cerca del Papa Francisco.

Cuando la FE viene del corazón sólo queda un camino, reconocer su poder e inclinarse y dejarla pasar.

 

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