Cebollitas para llorar

Las abuelitas solían decir que cada quien se busca su cebollita para llorar, refiriéndose a la forma en que algunas parejas viven su relación desde… Las abuelitas solían decir que cada quien se busca su cebollita para...

25 de agosto, 2015
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Las abuelitas solían decir que cada quien se busca su cebollita para llorar, refiriéndose a la forma en que algunas parejas viven su relación desde…

Las abuelitas solían decir que cada quien se busca su cebollita para llorar, refiriéndose a la forma en que algunas parejas viven su relación desde el sufrimiento e incluso, la violencia. Vincularse con los demás no es tarea fácil por una sencilla razón: no somos educados desde la emoción, sino desde la razón y ello incluye el deber ser lo que los convencionalismos sociales determinan, de tal suerte que un día olvidamos esa esencia natural y ligera que tenemos cuando niños, la cual nos hace amar a nuestros padres, familia, vecinos, compañeros de escuela, etc., hasta el grado de dejar de expresar emociones y llegar al extremo de padecer incluso ciertas patologías porque no logramos establecer vínculos sanos con nadie o casi nadie.

El amor, en sentido romántico es y ha sido tela de corte para todas las expresiones artísticas y es así que los referentes cercanos que tenemos al respecto, se derivan de lo que conocemos como cuentos de hadas; sin embargo, en la realidad y en el día a día el amor es tan complicado o tan simple según la actitud que asumimos ante él, pues mal llamamos amor a dependencias afectivas que derivan en relaciones destructivas. La cuestión es que si no tenemos de origen, en nuestra familia un modelo de amor no sólo romántico sino como pilar de la autoestima, le ponemos la etiqueta a cualquier relación que establezcamos en el camino aunque sea autodestructiva.

Decir del amor implica referirse a numeroso estudios que desde la psicología, la antropología o el arte se han hecho pero lo que llama mi atención es que siga siendo un tema que se trate con pinzas, con tantos tabúes, prejuicios e incluso, desconocimiento y que la falta de educación en las emociones sea una de las razones de sufrimiento.

¿Por qué elegí este tema? Por una sencilla razón que tuvo su origen en una conversación que no pude evitar escuchar en un vagón del metro en el trayecto de la estación Centro Médico a Deportivo 18 de Marzo y que más o menos tuvo el siguiente tenor:

Anilú (nombre ficticio) contó a su interlocutor de un chico que conoció y al que le había dedicado los últimos meses de su vida en atenciones, detalles, tiempo, emociones y pensamientos; es decir, se sentía enamorada sin duda pero el sujeto de su afecto a pesar de haberle mostrado cierto interés, de expresarle su gusto hacia ella y de agradecerle sus atenciones no daba muestras claras de quererse comprometer en una relación. La emoción que expresaban sus palabras al hablar del galán no dejaban duda de lo que ella sentía por él; sin embargo, más de una vez mencionó que a pesar de todo lo linda que había sido y de sus emociones nunca le había expresado en forma verbal su interés ni sus expectativas y, evidentemente, se sentía decepcionada al no haber recibido ninguna señal que le indicara que iba en el camino indicado o si tenía que abortar la misión de conquista.

El interlocutor de Anilú atinó a decirle que era muy corta de edad para sufrir por amor (tan sólo 17 años) y que tenía un futuro promisorio con todas las actividades que realizaba y su forma de pensar, como para desanimarse por el intento fallido de una conquista. La recomendación me pareció precisa a pesar de la también corta edad del amigo en cuestión (quizá unos 20 años) y me hizo preguntarme: ¿Cuál sería la historia de vida de Anilú a sus cortos 17 años? y ¿Cómo la habrían educado emocionalmente hablando?

Los psicólogos suelen remitirse a los años tempranos de la infancia para encontrar la raíz de los problemas que como adultos enfrentamos pues la forma en que somos criados y el contexto en que crecemos determina nuestra conducta futura y por ende, la forma de vincularnos en el trabajo, con los amigos, con la pareja y por supuesto, con nosotros mismos.

Las bases de un vínculo de pareja sano y sólido están en el amor (verdadero) y el respeto (por sí mismo y la otra persona) sin miedos que impidan mostrarse tal como se es y sin perder la libertad e individualidad pero, ¿Quién nos enseña tal cosa? Al parecer, la gran mayoría lo aprende en la escuela de la vida aunque sea a base de lágrimas, quien lo aprende como parte de la experiencia familiar, tiene un gran camino recorrido aunque no garantiza del todo el éxito, pues una relación es de dos, pero el impacto puede ser menos devastador.

Lejos de buscar cebollitas para llorar, hay que tener presente que no nos merece quien nos hace sufrir, aunque haya algunos que vivan lo contrario.

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