Adviento contra el viento

Villa Unión, Coahuila, sábado 30 de noviembre. Dos noches previas se había llevado a cabo la cena de Acción de Gracias, fiesta nacional norteamericana, que...

2 de diciembre, 2019

Villa Unión, Coahuila, sábado 30 de noviembre. Dos  noches previas se había llevado  a cabo la cena de Acción de Gracias, fiesta nacional norteamericana, que se celebra el cuarto jueves del mes de noviembre. Dada la migración a través de  la frontera entre Coahuila y Texas, el  proceso de aculturación inherente a ella, es una celebración que también  se festeja en muchos hogares del lado mexicano.  Los últimos días de noviembre son fechas en que las poblaciones próximas a la franja fronteriza, reciben un número importante de norteamericanos. Los traen  los lazos familiares al lugar de origen de padres o abuelos, para las fiestas.  Luego de “la cena del guajolote” –regionalismo con que se conoce dicha fiesta–,  sigue el viernes para recuperarse, y el sábado para preparar su retorno a la Unión Americana.  Ese mismo día de la semana, sábado 30 de noviembre, la iglesia católica preparaba  el inicio del Adviento, preámbulo espiritual para la venida de Jesús.  Las familias terminaban la confección de las coronas con  velas de distinto color, morado, rosa y blanco, que van marcando, cada domingo, el avance del Adviento, hasta culminar en la Nochebuena.

Villa Unión, junto con Allende, Morelos, Nava  y Zaragoza, conforman la llamada región de los Cinco Manantiales, a la cual se accede desde la carretera 57.  Cada población es pequeña pero rica en vegetación, producción de nuez y patrimonio histórico.Villa Unión recibió este nombre en 1927, luego de que se fusionaron dos poblaciones cercanas: Gigedo y Villa de Rosales, esta última fundada en 1674, como  Misión del Dulce Nombre de Jesús de los Peyotes. Uno de los centros instituidos por evangelizadores españoles, para aleccionar a los grupos originales de la región.  

Villa Unión es prodigiosa en su  vegetación, misma que  destaca en medio de la aridez característica del noreste del país.  La mano del hombre ha dado lugar a sembradíos, huertas y nogaleras que abastecen parte de la producción regional.  Con relación a la nuez, una importante proporción  se destina a la exportación. Adyacente a Villa Unión se encuentra el ejido La Luz, el cual cuenta con un paseo que lleva el mismo nombre, administrado por una cooperativa, que ha convertido el río y sus alrededores, en un sitio de recreo  familiar,   acondicionado y vigilado por los propios pobladores.  En días feriados es visitado por turistas y locales, que de este modo conviven en escenarios naturales.

“Placidez” constituye la sensación que se percibe al entrar a Villa Unión, población  en la que los perros duermen tranquilos a media calle, y  los niños juegan con desenfado al frente de sus casas.  En alguna esquina los viejos de piel bruñida  recuerdan tiempos pasados, y cada vez que  ríen dejan ver algunos espacios entre sus dientes, como símbolo de que han vivido y disfrutado.  Todos los pobladores se conocen, y de igual manera, todos saben ser cordiales con los foráneos, los que solamente atraviesan el poblado, o quienes van de visita.

La placidez que marca esta hermosa población se rompió de manera súbita la mañana del sábado 30 de noviembre, cuando un contingente armado, a bordo de varias camionetas pick-up doble cabina, se adentraron a la misma.  En un momento se hizo trizas el ambiente límpido, el polvo pronto se mezcló con un tufo negruzco maldito, y los pobladores corrieron, como pudieron, al punto más cercano que les ofreciera alguna  seguridad.   En esos momentos la adrenalina activa los mecanismos de sobrevivencia más primitivos, y fue solo, así como el saldo de civiles a los que lograron alcanzar los disparos, fue muy bajo.

Quienes vivimos lo ocurrido en Allende y Piedras Negras, en el 2011, nos temimos que se tratara de la misma película vuelta a pasar.

Las elevadas cifras de violencia en México nos han creado a todos, una insensibilidad frente al anonimato de las víctimas. Dejamos de verlas como personas con nombre y apellido, con raíces familiares, con padres y tíos, abuelos, hijos o nietos.  Queda fuera de nuestro imaginario que las víctimas tienen o tuvieron gustos, pasiones, pasatiempos y alegrías.  Que tienen o tuvieron sueños y esperanzas.  En este caso, el saldo final anunciado de manera clara y valiente por el gobernador Miguel Ángel Riquelme, habla de 22 fallecidos, 6 lesionados y un menor desaparecido, que para cuando esto escribo ya está de regreso con su familia.  Entre los fallecidos hubo individuos que pertenecían a la delincuencia organizada, y otros más a fuerzas del orden y bomberos.

Como coahuilense me resisto a que pasen a ser una cifra fría que se suma a los miles de muertos que tenemos.  Quiero que, aquellos que murieron a manos de la delincuencia, sean recordados como seres humanos íntegros, mexicanos probos, ciudadanos que dieron la vida en el cumplimiento del deber.  Con nombre y apellido, con rostro, pero sobre todo con  huellas: Las que plantaron en nuestro bendito suelo cada día, con su trabajo, dispuestos a formar un México mejor para sus hijos.

Descansen en paz. Nos quedamos con su legado como tarea por cumplir.

 

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