Qué fue de mi libertad

@cesarbc70 Un amigo a quien respeto y admiro sinceramente, me ha mandado releer un texto clásico que me gusta y que hace mucho no frecuento...

23 de abril, 2020

@cesarbc70

Un amigo a quien respeto y admiro sinceramente, me ha mandado releer un texto clásico que me gusta y que hace mucho no frecuento pero que estuvo en mis lecturas de cabecera en mi primera juventud –así le decían los clásicos a los finales de la primera década de vida – El deber de la desobediencia civil de Henry David Thoreau. Ese libro, junto con Oda a mí mismo, del otro monumento norteamericano Walt Withman, forman la idea americana de la libertad individual, del sentido de la vida en comunidad y del hombre dentro de ella.

    Hace unos días se murió Gabriel Retes, el cineasta que no solía pedir permiso y que anduvo toda la vida sacándole del fuego las castañas al arte, buscándole como podía y de donde podía para hacer un magnífico cine, resistió las tentaciones de la megaproducción y nos hizo un cine de andar por casa, sincero, de ese que cuenta historias sin mayor complicación, pero bien contadas, de las que da gusto oírlas; no picó el anzuelo de la globalización, al contrario, creó una globalización local y al final se fue como los grandes, desde la decencia luminosa que le aplaudimos sus espectadores.

    Uno rompe lanzas, se pega de topes con las paredes y es que parece que hubo algo que no había entendido del todo; hace un par de días la entrevista entre López-Gatell y Alatorre me han puesto sobre la pista de lo que mi buen amigo quería que encontrara en Thoreau. La única libertad que nos queda hoy, entre las paredes de nuestro domicilio es la de la coherencia y la verdad; vamos a ver, qué más da que los ciudadanos andemos como locos recorriendo las redes sociales y pegando de gritos como si de veras mañana se nos fuera a caer Salvador Allende de los altares, si todo se arregla con un usted disculpe y un no hay problema, sí ésta es su casa; porque el punto está en la veracidad y la comprobabilidad de los datos para todos, el asunto está en la coherencia del que manda, porque no depende ni del periodista ni del público el respeto y la legitimidad de quien debe guiar en la emergencia.

    Estamos redefiniendo nuestros espacios de libertad y con sinceridad y justo esa noche de la entrevista me llevé una buena lección; después de un debate me enfrento a la pantalla y ahí están junto a la tacita de café y yo con mi “muina”, como decía mi abuela, tomé mi volumen de Thoreau y me encuentro con una frase que me gustaba citar cuando estudiaba derecho y que, con los años se me fue olvidando: “es más deseable cultivar el respeto al bien que el respeto a la ley”; y el respeto al bien no se genera a fuerza de decretos ni de simbolitos atávicos, se gana con hechos y generando confianza y sólo a través de ello se puede llegar al respeto a la ley.

    La sociedad va tomando su camino y está generando nuevos valores; me dicen que se revienta la economía justo cuando estamos aprendiendo a vivir solo con lo necesario, que estamos cuestionando la mayoría de nosotros si en realidad es importante gastar en todas las cosas en las que nos quemamos el dinero; sí es cierto que nuestras gigantescas redes sociales, los miles de miles de amigos que nos dan un generoso like no son sino brillos de una joya que perdimos y lo que extrañamos: los dos o tres buenos amigos con los que en realidad contamos. ¿Sí será verdad que los políticos nos representan o más bien necesitamos generar nuestras formas de representación y de acceso a la democracia?

    Thoreau me había enseñado que la ley no hace a los hombres libres, que son los hombres los que tienen que hacer la ley libre y de ahí, el paso a perder la libertad es fácil cuando se opta por preferir la seguridad y el orden, me lo he preguntado muy a fondo otra vez anoche porque si en los días anteriores comenzamos a ver una especie de disonancia cognitiva como dicen los psicólogos, ese fenómeno que ocurre cuando lo que pensamos y lo que vemos no coincide, pero a escala social, lo que está viendo la autoridad no se parece a lo que estamos viendo los ciudadanos y en cambio, se nos pide que actuemos como si ambas realidades coincidieran. Es claro, la única manera en que las conferencias de la tarde no se conviertan en una telenovela con nuevas y claridosas estrellas es que esa información se contraste, se haga transparente sin importar si nos asusta o no, la autoridad está obligada a sustentar su credibilidad en su capacidad de generar esa confianza a través de soluciones reales.

    Benjamín Franklin decía que una sociedad que prefiere su seguridad a su libertad hace una mala apuesta porque acaba perdiendo ambas. Tenía razón, sigue teniendo razón y me mantengo firme en la idea de que es importante cerrar filas en torno a la autoridad sanitaria, que hay que cuidarse y en la medida de lo posible y con gran esfuerzo participar del aislamiento colectivo, pero no a costa de nuestras libertades que son el único refugio que nos queda; que sigan las organizaciones de consumidores y productores, que siga el intercambio espontáneo de publicidad y servicios entre quienes los prestan, que nos aportemos voces y oídos entre todos porque al final del día, cuando todo esto haya pasado, la libertad habrá cambiado muchas de sus definiciones y la tarea de la acción política también.

    Me quedo pensando en el viejo Retes y su Bulto, aquel que se durmió en la época esperanzadora de las utopías y se despertó en la del vacío, que a nosotros no nos pase, que al salir a la calle no nos quedemos con un palmo de narices y hayamos perdido lo poco que nos quedaba.

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