Algunas primaveras han pasado, los hijos mayores en la primaria, mientras comíamos disfrutábamos mirando los pajaritos
Algunas primaveras han pasado, los hijos mayores en la primaria, mientras comíamos disfrutábamos mirando los pajaritos recién salidos del nido picotear sobre la barda del patio a la sombra tímida del árbol. Comentábamos la belleza de la Naturaleza, la armonía de las especies y los ciclos de la vida.
Los seis quedamos estupefactos cuando apareció un gato, sujetó al pajarito, le arrancó la cabeza, bebíó su sangre y desapareció más rápido que lo que tardé en escribirlo.
El impacto fue brutal, la impotencia, el enojo, la aceptación, la resignación, el cúmulo de sentimientos descubiertos y compartidos; la racionalización y final aceptación del curso natural de los instintos del cazador y la indefensión del pajarito.
La medida racional en busca del equilibrio consistió en hacernos de un perro, que si bien no acabó con los gatos, al menos les puso un límite a sus cacerías y no volvimos a ser testigos de un desastre como el presenciado, dedicándose los felinos a protegernos de las ratas de cuatro patas que nos atacaban desde los drenajes.
Las diferentes especies pueden convivir cumpliendo con sus diferentes funciones: pajaritos a cantar, gatos tras las ratas, perros amedrentando rateros, peces adornando y humanos al pendiente de todos. Con equilibrio se consigue una base de sustentación para desarrollar una vida familiar armónica facilitando la convivencia que puede construir una felicidad familiar.
La vida en comunidad requiere de esa armonía, de ese equilibrio ambiental entre flora y fauna, agua, aire, sol y lluvia.
Dado el tamaño de la Megalópolis capitalina, los desequilibrios han tomado tiempo en hacerse evidentes, el sentido común paulatinamente ha ido perdiendo autoridad en función de retorcidas interpretaciones legales a conveniencia de los gobernantes en turno, empezando por la exacerbación de las diferencias sociales, que en lugar de disminuir los contrastes los profundizó.
El desarrollo normal, natural, de la sociedad capitalina se vio intempestivamente violentado cuando se inició la migración hacia el Estado de México, creando en los suburbios polos de progreso que permitían la movilidad social hacia dos tendencias claramente marcadas; pequeños ascensos de grado dentro de un nivel básico.
Las exitosas campañas publicitarias de Ciudad Satélite y de la Colonia Aurora sembraron la ilusión en los citadinos de realizar un viejo sueño inalcanzable: tener su casa propia.Dejar las vetustas viviendas de renta congelada, las vecindades, edificios departamentales, casas alquiladas, hacinamiento, sordidez. Cambiar todo esto por una moderna casa propia, bien comunicada , en una colonia limpia, segura; o la sencilla alternativa de un terrenito donde ir fincando poco a poco la casita de sus sueños.
Nadie tuvo en cuenta lo que se perdía: tradición, vecindad, cercanía, sabor a Ciudad de México. Nadie sabe el bien que tiene hasta que lo ve perdido.
Como a una casa abandonada llegó al casco vacío de la ciudad una fauna nociva, llena de envidias y resentimientos, que sólo miraba lo que quedaba como un botín, armando en su imaginación la ciudad esplendorosa que había sido y que paso a paso han ido depredando.
Los nuevos gatos se dedicaron a devorar pajarillos y se desentendieron de las ratas que proliferaron a sus anchas, invadiendo terrenos, predios, vecindades. Por si no fuera suficiente crearon nuevas razas de ratas, con taxis piratas, con nuevos delitos como el secuestro exprés, desaparecieron zonas de tolerancia ya que la corrupción hizo toda la ciudad zona de tolerancia. Se comieron el presupuesto para servicios y mantenimiento dejando de ser el Metro orgullo de la ciudad para convertirse en nido de ratas, sus ratas.
Todo el presupuesto se dedicó a la impune corrupción que nos gobierna y hoy piden más dinero para alimentar el monstruo de cien mil cabezas de su creación y que va indudablemente contra natura.
Don Ernesto P. Uruchurtu hizo al menos veinte veces mejor gobierno que lo que han hecho Cárdenas, Robles, López, Ebrad y Mancera juntos. Sin haber sido paradigma de gobierno, pero buscaba servir, construir una ciudad y no servirse de ella como lo han hecho los “Gobernantes de Izquierda”.
Busquemos gatos que coman ratas y tengamos un buen perro que controle a los gatos para que respeten a los pajaritos.
Sueño guajiro que eso se proponga en la futura Constitución que por desgracia será instrumento de nueva burrocracia y fuente de despilfarro renovable a menos que suceda un milagro que no creo que se logre.
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