Morena se convierte en partido hegemónico

Morena domina el mapa nacional, pero en 2024 deberá someterse al escrutinio público de los estados que gobierna. Veracruz, Puebla y la CDMX por ahora no son entidades que tengan asegurado un apoyo incondicional.

7 de junio, 2022 Morena se convierte en partido hegemónico

El pasado proceso electoral del 5 de junio donde se renovaron seis gubernaturas, consolidó al instituto político Morena como el partido hegemónico del país. El partido político que creó el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) es la fuerza política más exitosa de los últimos tiempos. Llegará a gobernar 20 estados, y con sus aliados políticos, PES y Partido Verde, un total de 22 gubernaturas, es decir, más de 70 millones de mexicanos estarán gobernados bajo sus siglas.

En los números fríos Morena es un poderoso ente político que ha vuelto a vencer a los partidos tradicionales coaligados que solamente lograron conservar Durango y Aguascalientes por un margen aceptable en su votación, pero insuficiente para que se les considere como una buena opción para ganar el próximo proceso presidencial de 2024. La coalición opositora en dos años ha perdido 13 gubernaturas de 15 en disputa y la desafiante alianza federalista quedó en nada.

El pragmatismo político del presidente AMLO y de los gobernadores priistas de Oaxaca e Hidalgo presagian tiempos oscuros para el otrora poderoso PRI, ya que sus estructuras territoriales y de “movilización de voto” fueron absorbidas por Morena, que no tiene empacho en rescatar cuadros de personajes impresentables, con un pasado político desastroso, pero que en la lucha por el poder político y la obtención de gobiernos estatales, son exitosos electoralmente. 

El proyecto político del presidente AMLO de lograr el poder político para después buscar su transformación, corre el riesgo de desbarrancarse si no atiende las causas ancestrales de desigualdad, pobreza, inseguridad y renovación del estado de bienestar que los gobiernos neoliberales desmantelaron con las terribles consecuencias conocidas para la población en general. 

El PRI, que no termina de morir pero que sin la alianza estaría condenado a la desaparición, es el ejemplo perfecto de que aún con una incipiente democracia, los mexicanos saben castigar a los gobiernos que les condenaron a décadas de privaciones y despojo nacional en beneficio de unas familias y elites. Paradójicamente estas oligarquías siguen sin entender el golpe mortal a sus institutos políticos tradicionales asestado el pasado proceso presidencial del 2018. 

En medio de la terrible invasión en Ucrania, las secuelas económicas de la pandemia y de los ancestrales problemas nacionales que distan mucho de estar en vías de solucionarse, es increíble que el régimen morenista siga con altos índices de aprobación. O dicho de otra manera, a pesar del insuficiente ejercicio gubernamental en áreas trascendentales para los mexicanos, estos siguen dando su apoyo mayoritario al proyecto político del presidente AMLO, en contra de la verdadera derrota moral de la oposición que simplemente no tiene figuras nuevas para representarles, está estancado en la mediocridad y no tiene proyecto de nación alternativo que no sea el mismo desde su debacle electoral.

La alianza solo ha podido sobrevivir al nuevo partido hegemónico que a pesar de tener resultados tan insuficientes en las entidades federativas que gobierna, sigue en posiciones privilegiadas para refrendar su triunfo presidencial. Si bien Morena ni ningún partido tiene aseguradas las victorias electorales, su posición es diametralmente opuesta a la oposición que abusó del odio al presidente, la constante confrontación y la nula autocrítica en su actuar político del pasado.

El haber entregado la dirección de la alianza a los intereses económicos de las elites empresariales, con presidentes de partidos tan inoperantes, faltos de crítica y sobre todo sin consecuencias de sus fracasos electorales, convirtió el proyecto de “Va por México” en una simple barca de supervivencia ante la tormenta perfecta morenista.

Es sintomático que los audios filtrados del presidente sepulturero del PRI, Alejandro Moreno alias Alito, no hayan sido ampliamente difundidos y repudiados por comunicadores y asociaciones en contra de la corrupción como hubiera sido el caso de algún miembro del régimen morenista. 

Para la alianza opositora nunca ha sido necesario brindar un mejor producto político para la ciudadanía, su estrategia por momentos se reduce en agruparse solamente en torno al odio y la descalificación contra el presidente AMLO y sus simpatizantes. 

No importa si desde las cámaras se presentan espectáculos dignos de los arrabales, o si se difunden noticias falsas, verdades a medias, si se cumple con denostar y mostrar la total animadversión al proyecto morenista. Ese ejercicio de odio irracional ha desnudado a figuras opositoras como clasistas, racistas contra el electorado al que debían convencer de ser una verdadera opción de cambio y de proyecto de nación. 

El mensaje opositor dominante en redes sociales y en muchos medios de comunicación electrónicos tiene poco peso específico a la hora de incentivar el voto de castigo, en algunos estados provocó más abstencionismo que participación, en otros más el electorado es simplemente ajeno a las críticas nacionales, cuando los ciudadanos están más interesados en lo que ocurre localmente. La cantaleta del voto inducido desde el narcotráfico fue tema de ambos bandos; sin embargo, no puede creerse de forma razonable que existiera una componenda nacional en favor de un cartel o varias organizaciones delictivas.

Si bien existen amplias zonas del territorio nacional dominadas por el yugo del narcotráfico, su circunstancia es local y tiene varios grados de permeabilidad política. Muchos mexicanos han nacido en medio de la degradación total de las autoridades municipales y estatales que claudicaron en la lucha por el Estado de derecho en sus ciudades, sin importar las siglas de los partidos gobernantes. El narcotráfico tiene una verdadera base social difícil de erradicar.

Sin un futuro claro en los siguientes procesos electorales en 2023, el mítico Estado de México, calificado como el gran laboratorio electoral previo a la elección presidencial, podría ser de los últimos bastiones priístas en caer a manos de Morena, así como la endeudada Coahuila, de los caciques Moreira. 

Morena domina el mapa nacional, deberá en 2024 someterse al escrutinio público de los estados que gobierna, donde Veracruz, Puebla y la ciudad de México no son entidades que tengan un certificado guinda, si las buenas artes de la gobernanza y el trabajo en seccionales son olvidados. 

Por lo pronto el exitoso partido del presidente AMLO cuenta con amplios territorios gobernados, acceso al erario local y estatal privilegiado, una mayoría en cámaras legislativas locales y federales, así como una importante aceptación en torno a su figura política, que de ser transmitida a su delfín, pavimentaría de forma definitiva el camino sucesorio presidencial.

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