Los Patriotas de Tom Brady y Donald Trump

El domingo pasado, durante el Superbowl, los Falcons de Atlanta estuvieron dominando el partido… El domingo pasado, durante el Superbowl, los Falcons de Atlanta estuvieron dominando el partido durante casi tres cuartos. Para ser justos, barrieron a...

9 de febrero, 2017
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El domingo pasado, durante el Superbowl, los Falcons de Atlanta estuvieron dominando el partido…

El domingo pasado, durante el Superbowl, los Falcons de Atlanta estuvieron dominando el partido durante casi tres cuartos. Para ser justos, barrieron a Tom Brady y a sus Patriots para dejar el marcador 28 a 3. Una y otra vez, los comentaristas, tratando de dar relevancia a un partido que hasta ese momento lucía plano, decían que no había que confiarse, que un equipo como los Pats y un mariscal de campo como Tom Brady podían dar la sorpresa en cualquier momento; faltaba sólo un cuarto para terminar el partido. El resultado ya se sabe, el entrenador Dan Quinn y el mariscal Matt Ryan tuvieron que aprender la dura lección: no hay que confiarse.

A Donald Trump hay que tenerle la desconfianza que se le debe tener en la cancha a Brady, ambos son capaces de casi cualquier cosa. Pero una cosa es la desconfianza y otra negarse a negociar en esta relación siempre difícil que se ha agravado por la llegada del magnate a la Casa Blanca. Por supuesto, siempre es mejor envolverse en la bandera de la “dignidad”, una idea elusiva. Da ganancias políticas fáciles, ahí está el ejemplo de Chávez y Castro, ejemplos de “dignidad latinoamericana”. ¿Queremos esa dignidad?, ¿o a qué dignidad se refieren los que critican la falta de dignidad del presidente Peña?, ¿qué hubieran hecho ellos, en concreto?

Sí, no hay que confiarse, pero tampoco hay que estar ciegos y sordos a los cambios en el discurso de Trump y su equipo de trabajo. Periodistas y analistas que gustan “regañar” al presidente Peña, asegurando que éste se ha confiado en que siendo presidente el magnate cambiaría, no parecen capaces de ver las modificaciones en el discurso de la administración norteamericana. Se cierran a cualquier cambio y “filtran” sólo aquellas que les dan la razón. Por ejemplo, para la mayoría del círculo rojo, en las relaciones entre Trump y Peña, este último se ha visto mal. Pero resulta que Juan Pablo Becerra Acosta (Milenio, 6-II-17) investigó un poco y mostró que para muchos periodistas norteamericanos, el presidente Trump había recibido una paliza a manos de su par mexicano. ¿Quién tiene razón, los comentaristas y actores estadounidenses o los críticos mexicanos? Es un problema de percepción, en el que cada quien, de acuerdo con su orientación política y sus fobias y filias, dan su opinión. Al menos debían aceptar cuando se equivoquen, pero lo cierto es que, en una democracia, nadie está obligado a aceptar sus errores y exageraciones… bueno, sólo Peña Nieto.

Muchos de estos críticos confían en rumores, antes que en la información dura. Por ejemplo, retomaron el rumor de que, en la conversación entre los presidentes, aquella llamada de una hora, Trump habría amenazado a Peña con enviar tropas a México para combatir a los “bad hombres”. Esa versión pronto se cayó, pero los “filtradores” siguen buscando evidencias de que fue cierta la amenaza. Incluso Trump la desmintió durante una entrevista con Bill O’Reilly, en donde dijo que sí le había ofrecido ayuda militar a Peña, pero este era quien tenía la decisión última. Ayer mismo, el vocero Eduardo Sánchez dio una respuesta elegante y señaló que la Constitución prohíbe expresamente la presencia de tropas extranjeras en nuestro suelo. Asunto saldado. Como corolario, John Kelly, secretario de seguridad de EUA, dijo que esperan llegar a un acuerdo con México en materia de combate al narcotráfico. Fuera de la mesa lo del envío, amistoso o no, de tropas. ¿Se percataron del cambio de discurso los analistas y periodistas mexicanos?

En el tema del muro hay que apuntar varios hechos: primero, desde aquella conversación telefónica con Peña, Trump ha guardado silencio sobre la construcción del muro pagado por México. El mismo Kelly ha cambiado también el discurso. La semana pasada afirmó que en dos años lo terminaría, ayer señaló que en dos años habría un gran avance. Ni una sola palabra sobre que México pagaría. Sin embargo, el día de ayer Mike Rogers, representante republicano por Alabama, avisó que presentaría una iniciativa para gravar con el 2% las remesas con objeto de pagar el famoso muro. Su iniciativa enfrenta dos problemas: una, que sea aceptada, y, dos, los cálculos no cuadran. Si los siguientes años las remesas son tan espectaculares como el 2016, el 2% significarían unos 520 millones de dólares de impuestos, pero si el costo del muro sería de unos 12 mil millones de dólares (no hay acuerdo en el costo), harían falta unos 23 años para pagarlo del todo. Absurdo.

En el asunto del TLC también se ha dado un cambio. Durante la campaña, en varias ocasiones, Trump se refirió al Tratado como “el peor” que un país había firmado con otro y que en cuanto ganara lo cancelaría. En las últimas declaraciones, él y miembros de su gabinete han dicho que les urge renegociarlo o hacer uno nuevo. Es decir, se abandonó la idea de tirarlo a la basura.

En el caso de los migrantes, no parece haber cambio, es cierto. Sigue insistiendo la administración Trump en que expulsará a quienes tengan antecedentes. Sin embargo, su atención está ahora puesta en el diferendo con quienes han congelado su orden ejecutiva de no aceptar a quienes vengan de siete países con mayoría musulmana. Las cosas se le están complicando a Trump, ya veremos si al cumplir un mes iguala o supera las marcas de Obama, “el buen amigo” que el año pasado impuso un record de migrantes indocumentados expulsados.

Es prudente retomar el consejo de Manlio Fabio Beltrones acerca de no jugar a responder cada tuit o declaración del magnate. Hay que escoger las batallas y, sobre todo, cuando se responda a Trump, hay que tener cuidado de contestar lo que él dice y no lo que algunos medios mexicanos interpretan que dice.

Mientras no exista un Manual para manejar a Trump, habrá que aceptar que se vale desconfiar del presidente norteamericano, pero no ser ciegos y sordos a los cambios. Afortunadamente, Trump ha demostrado que no tiene en su cancha la habilidad de Brady en la suya. 

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