La derrota de Pedro Sánchez no tiene que serlo para el PSOE

La dimisión de Pedro Sánchez al frente del Partido Socialista Obrero Español… La dimisión de Pedro Sánchez al frente del Partido Socialista Obrero Español, a tres semanas de la fecha límite para disolver las cortes y llamar...

11 de octubre, 2016
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La dimisión de Pedro Sánchez al frente del Partido Socialista Obrero Español…

La dimisión de Pedro Sánchez al frente del Partido Socialista Obrero Español, a tres semanas de la fecha límite para disolver las cortes y llamar a nuevas elecciones, pareciera ser la clave para destrabar el entuerto que ha mantenido a España, por más de nueve meses, sin poder formar gobierno.

Como ningún partido ha conseguido mayoría suficiente en las dos elecciones pasadas y las principales fuerzas políticas no han sido capaces de construir la alianza legislativa necesaria, el fantasma de una tercera ronda comicial sigue rondando en los pasillos del Congreso y en los de los palacios de la Moncloa y la Zarzuela.

La renuncia de Sánchez modifica el escenario, porque los grupos de poder al interior del Partido Socialista finalmente han comprendido que una tercera elección puede suponer su peor derrota histórica.

En la segunda elección, el PSOE descendió en las preferencias a la peor expresión de que se tenga memoria, aun así Pedro Sánchez mantenía una incomprensible ambición de formar gobierno.

Sánchez quiso imponer un gobierno alternativo, mediante un pacto con corrientes radicalmente opuestas como Ciudadanos y Podemos.

La lógica apunta a que en una eventual tercera elección a fines de este año -obligada por la negativa del PSOE a pactar-, el pueblo español cansado de la falta de pragmatismo y responsabilidad de su clase política, le terminaría otorgando mayoría al Partido Popular, simple y sencillamente para acabar con las disputas.

En esencia no se trata de que la colectividad brinde un respaldo unánime o definitivo al régimen popular, sino de hacer valer una decisión que ya había tomado previamente en las dos ocasiones anteriores.

La confusión de Sánchez estriba en el hecho de que si bien el Partido Popular no alcanzó la superioridad requerida, eso no significaba que la preferencia fuera para su partido y mucho menos para él, en lo individual.

Sánchez trató de aprovechar un escenario inédito pero, sin contar con las herramientas para ello, su errática estrategia estaba condenada al fracaso de origen.

Una cosa está clara, la sociedad española eliminó el bipartidismo y así lo confirmó por segunda vez. Sin embargo, esa circunstancia refleja que su deseo está más orientado al equilibrio que al caudillismo.

Pedro Sánchez no pudo o no quiso entender ese mensaje, situación que llevó a los barones del Partido Socialista a hacer dimitir de manera bochornosa a su Secretario General.

A pesar de suponer que el PSOE haya quedado roto en dos partes, lo que es innegable es que de por medio priva una gran necesidad para recomponer la imagen del partido, ante su peor crisis de credibilidad.

Lo que habrá que esperar es que los diputados del PSOE actúen en consecuencia con un mínimo de moderación, que se tendrían que abstener en la siguiente votación de investidura, para permitir, que no es lo mismo que apoyar, que Mariano Rajoy por fin pueda formar gobierno.

Sería incomprensible, tanto o más incongruente, que separar a Pedro Sánchez de la dirigencia del partido no conllevara un cambio en la posición del PSOE, para desbloquear el debate por la investidura.

No se trata de una discusión de corte ideológico y en su papel opositor el PSOE tendrá que seguir en la ruta de confrontar las políticas del gobierno del Partido Popular. Lo que no puede seguir haciendo es ser la causa de un bloqueo que es antipatriotico, no tiene ni justificación, ni objetivo.

Al PSOE le corresponde asumir la responsabilidad de contribuir a la gobernabilidad porque mantenerse como obstáculo de la misma, no es hacer oposición, es suicida y eso el electorado terminará por cobrárselos.

El PSOE tendrá pues que asumir su papel como fuerza opositora, no sólo porque ese es el espacio que la sociedad le ha conferido, sino porque sólo desde esa coyuntura podrá reorganizarse.

Desde un punto de vista hasta pedagógico, Sánchez tuvo dos magníficas oportunidades de erigirse como el gran líder socialista y cabeza de la oposición, explicando abiertamente a su militancia la coyuntura real.

Permitir la ascensión al poder del Partido Popular no es una concesión, ni siquiera una negociación, es un acto respetar el mandato de las urnas. A cambio de eso, Sánchez se arriesgó demasiado, se jugó un todo por el todo que terminó por costarle demasiado caro.

El gran reto del PSOE no es imponerse al Partido Popular, no sólo porque los números lo hacen inviable, más bien ese desafío se relaciona con su alejamiento de los votantes.

Un terreno en el que Podemos como fuerza alternativa de izquierda, le está ganando los espacios velozmente, fundamentalmente en dos sectores, los jóvenes y las clases urbanas.

A nadie en España conviene que el PSOE se desmorone, es un equilibrio fundamental, uno de los pilares que han robustecido el tránsito democrático institucional español. Su contribución es más que necesaria.

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