La corrupción es el mal de males

En el viejo régimen mexicano la corrupción era una prerrogativa exclusiva del presidente de la República. Hoy todos los políticos y los funcionarios, con honrosas excepciones, malversan los caudales públicos,… En el viejo régimen mexicano la corrupción...

19 de febrero, 2015

En el viejo régimen mexicano la corrupción era una prerrogativa exclusiva del presidente de la República. Hoy todos los políticos y los funcionarios, con honrosas excepciones, malversan los caudales públicos,…

En el viejo régimen mexicano la corrupción era una prerrogativa exclusiva del presidente de la República. Hoy todos los políticos y los funcionarios, con honrosas excepciones, malversan los caudales públicos, exigen una tajada a cambio de concesiones y contratos de obra pública o piden coimas. Luis Carlos Ugalde escribe en el número de este mes de Nexos un destacado ensayo sobre el grave y extendido problema de la corrupción en México, titulado ¿Por qué más democracia significa más corrupción? La narrativa del problema es harto delicada y preocupante. Los principales actores políticos, empresarios y medios decomunicación, particularmente televisión y radio, se confabulan para beneficiarse del desvío de los dineros de los contribuyentes, así como de los cuantiosos fondos que son arrebatados a la inversión productiva de Pemex. Gobernantes y empresas se alían contra el interés público.

Ugalde da cuenta del papel corruptor de los contratistas; del silencio de los medios porque se benefician del desvío de recursos públicos, sobre todo en tiempos electorales; de la complicidad de los partidos políticos en la malversación de fondos públicos para apoyar las campañas y otros negocios particulares; de las grandes partidas presupuestales que benefician a congresistas mediante los “moches”; de los negocios de los gobernadores por medio del endeudamiento estatal y el uso discrecional de los fondos federales; de las franquicias en que se convirtieron las alcaldías y otros cargos electorales. En suma, los políticos están en el jugoso negocio de la corrupción. Nadie se ocupa del interés general. Más bien la cosa pública, es el botín. Ello explica, dice el autor, la baja calidad de la obra y los servicios públicos.

Si desde el más humilde policía hasta el más encumbrado político se dedican al hurto, en complicidad con los grandes empresarios y los más influyentes medios de comunicación, los mexicanos estamos en una seria dificultad. Si el policía usa su parcela de poder para hacer negocios, la seguridad del ciudadano peligra; si los legisladores son parte del problema, su quehacer legislativo se centra en mantener el statu quo; si los partidos políticos son pieza central de la corrupción, su papel no es promover el interés ciudadano ni ser instrumentos para la renovación de las elites; si la gran prensa chantajea para empujar sus negocios, ¿cómo hacer contrapeso a otros poderes? La democracia mexicana se convirtió en un callejón sin salida. ¿Pueden cambiarse los incentivos a políticos y empresarios? ¿Cómo hacer del interés público el leitmotiv del gobernante? ¿Puede reformarse tan perverso régimen?

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