El enemigo en el hogar: la violencia

¿De dónde surge la violencia y la corrupción que tanto nos aqueja y de la que nos hemos convertido en rehenes cotidianos? Algunos considerarán que...

3 de diciembre, 2018

¿De dónde surge la violencia y la corrupción que tanto nos aqueja y de la que nos hemos convertido en rehenes cotidianos? Algunos considerarán que se produce por generación espontánea, tal vez pensarán que las instituciones o el gobierno o una “mano invisible” la produce, pero no es así. De forma simple, esa violencia se define como el daño que realizan personas contra otras personas. Personas con una historia. Personas que son formadas o deformadas en la intimidad de familias mexicanas, en las escuelas mexicanas, en la comunidad mexicana y, por ende, en la sociedad mexicana. Es así como de origen, el hogar puede ser el lugar más peligroso para un niño o niña, y la mejor escuela donde se adquieren las dinámicas de relación que se llevarán a la vida social y donde se aprende la forma de resolver los conflictos. Es por lo que, si queremos erradicar y prevenir la violencia, debemos concentrar la mirada en el inicio y no en esfuerzos estériles de reacción incontenible. Es así como todos y todas, nos convertimos en agentes corresponsables de la violencia que hoy padecemos.

Introduciéndonos en el ámbito privado del hogar y en la violencia que ahí puede llegar a ejercerse, esta se explica como el resultado de un desequilibrio de poder; el ejercicio del fuerte sobre el débil, con la finalidad de ejercer el control basado en las prerrogativas o en la desventaja del género y de la edad. Razón por la cual, no extraña que las mujeres, los niños y los ancianos sean las principales víctimas de la violencia dentro de la familia. Actualmente, puede resultar difícil concebir, debido a determinados estereotipos ideales del concepto de familia (agente socializador básico, garante de seguridad, apoyo y afectos), que la familia es uno de los grupos sociales en los que se dan más comportamientos violentos. Las creencias y mitos culturales asociados al sistema patriarcal han legitimado desde tiempos remotos el poder y la dominación del marido hacia la mujer y los hijos.

Por su elevada incidencia y prevalencia, la violencia familiar ha generado un gran interés institucional y social, sin embargo, la posibilidad de intervenir para la defensa de las víctimas se ve obstaculizada por gran ocultación social que, tradicionalmente ha ido asociada al sufrimiento de malos tratos por parte de una figura perteneciente al ámbito familiar, por la vergüenza o por considerar que son prácticas comunes y “normales” de educación o de convivencia. Conjuntamente, al ser “la familia” una institución privada, difícilmente el sistema de justicia podrá tener acceso sin la denuncia correspondiente.

En el caso de la violencia hacia la mujer se han creado programas y se han destinado recursos institucionales para la intervención de las consecuencias psicológicas derivadas de la victimización. No obstante, la situación de los hijos de estas mujeres, testigos del maltrato hacia sus madres, todavía no ha recibido una amplia atención.

Existen diversas investigaciones sobre las consecuencias psicopatológicas por ser víctima o testigo de violencia familiar, ya sea a nivel psicológico, físico, emocional o sexual, las cuales muestran la necesidad de una intervención específica por las repercusiones que conlleva para ellos la exposición a una situación altamente traumática y desestabilizadora. Máxime cuando el agresor es su propio padre, figura central y de referencia para el niño y cuando la violencia ocurre dentro de su propio hogar, lugar de refugio y protección, generando un sentimiento de desconfianza generalizada que produce la destrucción de las bases de su seguridad. Estos niños suelen presentar una menor competencia social y un menor rendimiento académico que los niños de familias no violentas, también promedios más altos en medidas de ansiedad, depresión y síntomas traumáticos. El menor queda entonces a merced de sentimientos como la indefensión, el miedo o la preocupación sobre la posibilidad de que la experiencia traumática pueda repetirse, todo lo cual se asocia a una ansiedad que puede llegar a ser paralizante e ir acompañada de otros trastornos psicológicos y somáticos que, debido a la cronicidad de la violencia, pueden perdurar hasta la vida adulta.

Las experiencias vividas en la infancia constituyen un factor de vital importancia para el posterior desarrollo y adaptación de la persona a su entorno. Las dinámicas de relación y en especial los estilos de crianza, influyen en la capacidad de los niños a la autorregulación de sus conductas, sus emociones y de valores como la empatía dependerán de esta transmisión transgeneracional que les permita relacionarse con los otros de manera constructiva o que imposibilite las oportunidades de aprender a relacionarse con los otros. En el caso de los niños que no sólo son testigos del maltrato hacia su madre, sino que, a la vez, también son víctimas de esa violencia, aprenden e interiorizan una serie de creencias y valores negativos sobre las relaciones con los otros y, especialmente, sobre las relaciones familiares y sobre la legitimidad del uso de la violencia como método válido para la resolución de conflictos, fruto todo ello de la interacción tanto de factores culturales y sociales (socialización diferencial de género y aceptación social del uso de la violencia) como situacionales (historia de violencia intrafamiliar), ya que los niños aprenden a definirse a sí mismos, a entender el mundo y cómo relacionarse con él a partir de lo que observan en su entorno más próximo.

Entre el 25% y el 70% de los niños de familias en las que se producen episodios de violencia, manifiestan problemas clínicos de conducta, especialmente problemas externos como conductas agresivas y antisociales, en contraste con los niños que no sufrieron tal exposición. En conclusión, si la supervivencia intergeneracional de la violencia, y concretamente de la violencia de género, está determinada en gran medida por la influencia de factores de tipo cultural y educacional, es entonces necesario hacer un ejercicio de introspección de las dinámicas de relación al interior de la familia y del sistema de valores que atribuyen una superioridad innata a los hombres respecto a las mujeres y la aceptación de la violencia como un medio válido para la resolución de conflictos.

 

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