Día 10: ¡Uff!, de la que me salvé

Al enterarme, hace cosa de un mes, que la esposa de Antonio sería promovida a gerente… Al enterarme, hace cosa de un mes, que la esposa de Antonio sería promovida a gerente de la sucursal que la...

29 de agosto, 2016
presidente

Al enterarme, hace cosa de un mes, que la esposa de Antonio sería promovida a gerente…

Al enterarme, hace cosa de un mes, que la esposa de Antonio sería promovida a gerente de la sucursal que la empresa para la cual trabaja abriría a mediados de este agosto en Querétaro, intuí el fin próximo de nuestras reuniones semanales y, sin perder su amistad, ya no tendría al ameno contertulio, al redactor inteligente y comprometido, valioso y puntual de mis relatos y coautor conmigo de los diez anteriores, lo que pone en grave riesgo la continuidad de su publicación y me causa una gran inquietud.

No puedo renunciar a algo que llena gran parte de mi soledad. Para ocupar el lugar de Antonio pensé en Julio, mi otro gran amigo, pero deseché la idea porque aunque cuenta con virtudes similares tiene a la vez tantas ocupaciones -y una esposa tan demandante como lo es Eluviera- que su constancia no estaría garantizada. Debía encontrar a alguien pero mi baraja de posibilidades no contaba con más cartas. Así es que me decidí: tenía que hacer un gran esfuerzo. Entendí que la única persona disponible para cubrir ese vacío soy yo. Por eso, a partir de la infausta noticia que implicaba el cambio de residencia de Antonio, de forma muy discreta, en la soledad de mi hogar y acompañado únicamente por mis cuatro perros y el gato, me impuse el reto de escribir mis historias. No ha sido fácil. Son cuatro semanas de cuando menos seis horas diarias –incluidos los sábados y los domingos- de estrictos y disciplinados ejercicios de lectura y escritura. Primero, además de un curso de redacción, leí y releí los relatos escritos por mi amigo hasta memorizarlos; después, lo más tranquilo que pude, los escribí y los rescribí una y otra vez hasta lograr textos completos, sin omitir ninguna palabra o frase que tuviera en mente; continué con el ejercicio, pero ahora con textos vírgenes, es decir, escribí lo que me venía a la cabeza sólo con la intención de hacerlo sin obviar siquiera una letra de las ideas que mediante el teclado vaciaba literalmente en la pantalla de mi computadora. Todo eso me tiene aquí, hoy lunes 22 de agosto, en mi primera reunión personalísima y solitaria, listo para escribir lo que el jueves le enviaré a Francine (responsable de su revisión por parte de ruizhealytimes.com). 

Sin tocar una sola tecla, cual perro antes de echarse, le di vueltas y vueltas a la idea hasta que el cansancio me llevó a la recámara. Una vez despojado de mis ropas, el lecho me atrajo como imán al metal y en un instante me quedé dormido. En mi sueño me encontré nuevamente vestido, en mangas de una blanquísima camisa de algodón y una fina  corbata con el nudo aflojado, sentado en mi despacho de la Residencia Oficial de Los Pinos. Sí, en mi sueño me convertí en el Presidente de los Estados Unidos Mexicanos -cargo que dejó de ser intocable para los críticos del sistema a partir de Vicente Fox-,  y mi investidura era objeto de una pertinaz investigación periodística. Investigación que, por supuesto, no perdería el tiempo en una búsqueda inútil en el rubro económico, porque si a mi esposa y a mí se nos descubriera la propiedad de lujosas mansiones y departamentos, inversiones en pesos o en dólares, no tendríamos forma de justificarla y cualquier enriquecimiento del que gozara sería inocultablemente. 

Sin embargo tenía que estar preparado para todo porque la búsqueda era implacable, y las investigaciones de mi pasado estudiantil -el lado más vulnerable de mi biografía- que pudieran poner en duda mi legitimidad como titular del Poder Ejecutivo de la federación no se detendrían, es decir que en caso de no prosperar la difusión de las anomalías encontradas en mi etapa como estudiante de licenciatura continuarían rascando en mi paso por la preparatoria y seguirían, tal vez, al extremo de llegar a la primaria. 

Sentado cómodamente en la silla presidencial, hice un recuento de los tropiezos acumulados a lo largo de mi recorrido estudiantil. Consideré la posibilidad de que el anuncio del producto de una eventual investigación tendría que ser impactante para llamar la atención del potencial auditorio. Posiblemente se utilizarían frases tales como: “el resultado de la investigación periodística que se transmitirá en punto del tal hora desentrañará una faceta no conocida del presidente de México”.

Mi sueño me plantaba en el sillón presidencial imaginando los diferentes escenarios: “Esta noche, a partir de un profundo trabajo de nuestro equipo de investigación periodística, les mostraremos un reportaje en el que se desvela un pasaje hasta ahora oculto de la vida del presidente de la República. Este individuo, en su paso por la Facultad de Derecho de la UNAM no fue un buen estudiante, en cada semestre reprobó una materia y una de ellas fue por desconocer el título de un libro. Nuestro reportaje incluirá información de gran impacto. Esté pendiente”.

Sin minimizar el alcance, pero sí con la esperanza de que los daños no fueran considerables, entre sueños me dispuse a esquematizar mentalmente un siguiente escenario porque, sin lugar a dudas, los periodistas investigadores seguirían rascando

De mi ingreso a bachillerato habría material suficiente: “Después de una larga investigación que a nuestro equipo especializado le llevó más de cuatro días, descubrimos que el ahora presidente de la República utilizó tráfico de influencias para cursar el bachillerato en la Preparatoria número 6 de Coyoacán, ya que la calificación que obtuvo en el examen de admisión lo ubicó en el CCH Oriente, allá por Iztapalapa. Este individuo, que para entonces contaba ya con 21 años de edad, al año siguiente de su ingreso contrajo matrimonio con una compañera de estudios de apenas dieciséis años, misma que actualmente es la Primera Dama”. Como tal desliz preparatoriano se asoma con dulce final porque después de 43 años mi matrimonio es estable, seguramente la excavación seguiría y soñando vislumbré el siguiente reportaje:

“Nuestro equipo de investigación periodística detectó una etapa nunca hecha pública de la vida del actual primer mandatario: en la secundaria a la que asistió fue presidente de la sociedad de alumnos, escuela en la que muchos de los estudiantes bebían alcohol, usaban drogas, iban armados y embarazaban a las niñas (leer en ruizhealytimes.com Día 8: El pasado que se hizo presente). Hasta el momento se desconoce si el investigado participaba en esas prácticas, pero sí se confirmó que dos años después de su egreso, y todavía sin haber iniciado sus estudios de bachillerato, estuvo en el Festival de Avándaro. Investigaremos si ahí fumó marihuana”. Como de todo esto último sólo fui testigo presencial, no me preocupó que la investigación llegara más a fondo, y en plena ensoñación encontré mi expediente escolar de primaria, del cual posiblemente saldría un reportaje parecido a lo siguiente:

“Hoy, en punto de las diez de la noche les informaremos que el actual ocupante de Los Pinos, después de haber cursado sus primeros tres años de primaria en dos planteles diferentes, cursó el cuarto grado en la Escuela Primaria Lic. Benito Juárez, en la que junto con otros compañeros con similares problemas de conducta provocó la renuncia de seis maestros de su clase. Cabe destacar que en ese colegio, aunque en otra época, estudiaron el expresidente José López Portillo y el inefable Arturo El Negro Durazo. Asimismo, se informará a detalle el por qué no hizo la primera comunión como todos sus demás compañeros durante la misa de agradecimiento organizada por la Sociedad de Padres de Familia del plantel”. Ante ese panorama, advertí que sería fácil justificar mi inocencia en todo. Por lo que toca a mi ausencia en la ceremonia religiosa fue porque mis papás no pudieron comprarme el traje exigido.

Insatisfechos por no obtener resultados contundentes como para que me sacaran de Los Pinos, los investigadores cansados de tantos fracasos renunciaron a la consecución de tal objetivo y, sin saberlo, se alejaron de la posibilidad más clara de poner en riesgo mi continuidad como presidente de haber extendido su investigación hasta el kinder.

De haber persistido en su intento habrían descubierto el rechazo externado por toda la comunidad del jardín de niños porque no me atreví a solicitar oportunamente permiso para ir al baño. Tal rechazo seguramente hoy se extendería a nivel nacional, de costa a costa y de frontera a frontera a través de las redes sociales, si en un eventual reportaje presentaran la desagradable y escatológica escena en la que a mis cuatro años fui protagonista. Ya despierto exclamé: ¡Uff!, de la que me salvé. ¡Qué bueno que no fui presidente! 

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