¡Cómplices del tirano!

Arropado por un gran número de abyectos, López, ríe cínicamente ante los flagrantes atropellos a la ley y a las instituciones; tejiendo un minucioso plan...

2 de mayo, 2019

Arropado por un gran número de abyectos, López, ríe cínicamente ante los flagrantes atropellos a la ley y a las instituciones; tejiendo un minucioso plan estratégico, para seguir de forma precisa y al pie del cañón, los pasos de sus camaradas latinoamericanos e incluir a México como parte del grupo transnacional de dictaduras donde rige la impunidad.

La trampa del proyecto de la 4ª. Transformación radica en exaltar al líder carismático. Esa figura del hombre providencial que resolverá, de una buena vez y para siempre, los problemas del “pueblo”, donde los eventos no ocurren porque lo mande la costumbre o la norma legal, sino simplemente, porque sus seguidores creen en él. Su actuar se acompaña de una ferviente lealtad y de una fe incuestionable, que supera y va más allá de la envestidura presidencial. Es a su persona y a sus cualidades a las que se entrega el discipulado, el séquito y el partido.

Andrés López, no sólo usa y abusa de la palabra, se apodera de ella, siendo está el vehículo de la expresión de su carisma y el alimento de su masa vociferante. Celoso de la competencia, se asume como único dueño e intérprete de la verdad general y se promueve como agencia de noticias del país, y es así, como en sus constantes exposiciones públicas, atiza el odio, el resentimiento y consolida su postura frente a los adictos de su discurso polarizarte (pues son a los únicos a quien se dirige), con lo que mantiene la llama de la convicción y la fe ciega, para “alumbrarles el camino” hacia la tan cacareada 4ª. Transformación. Donde por medio del discurso, lo único que se transforma es la democracia en tiranía.

Aristocles, desde entonces, sostenía que la demagogia es la causa principal de “las revoluciones en las democracias” y advierte una clara comunión entre el poder militar y el poder de la retórica. Grave combinación que parece imperceptible ante la cotidianidad de los mexicanos.

La interpretación de la “voz del pueblo”, eleva esa versión al rango de verdad oficial y absoluta, lo que antagoniza con la libertad de expresión. La crítica a su persona, acciones o decisiones, son asumidas como una frente o una contundente enemistad, por lo que busca desprestigiarla, controlarla o callarla.

Los fondos púbicos se han convertido en su patrimonio privado, los cuales pretende utilizar para obras “majestuosas” que marquen la gloria de su periodo y definan su reinado, al más puro estilo de los emperadores romanos. Su ego es tan grande como su ambición de poder.

A este intento de césar, la disciplina financiera y económica, le estorba, ya que todo gasto es inversión en su proyecto. Él no tiene tiempo para semejantes sutilezas.

Ha dado muestras constantes de una total ignorancia en el tema, que se traducen en desastres que podrían impactar y retrasar al país por décadas, pero él no tiene pudor alguno el entregar el dinero a manos llenas. Reparte directamente la riqueza, lo cual no sería criticable ante las necesidades de grupos vulnerables, si no fuera porque no lo reparte de a gratis. Esta “ayuda” la condiciona obediencia, pero al final los que pagaremos las cuentas de sus magnánimas donaciones voluntarias, seremos todos los mexicanos. Le han otorgado un cheque en blanco para conducir, sin timón, el destino del país.

Tras la bandera del nacionalismo, el presidente de México ha creado enemigos sin rostro: el “anti-pueblo” (la lista de adjetivos y calificativos crece todos los días y se construye entre “adversarios”, “fifís”, “neoliberales”, etc.), quienes son los causantes de todas las desgracias y conspiran contra el pueblo, para instaurar nuevamente el sistema opresor del cual, el caudillo los ha liberado. Polarización encubridora y distractora de sus propósitos reales. Sin embargo, también hay “fifís buenos”, sí, son esos empresarios que se supeditan al régimen y que él manipula a su favor, con la promesa de una jugosa participación del botín, bajo la lógica de que ellos son merecedores de la confianza, del perdón y de la venia del mesías.

A algunos sorprende que, lejos de asumir sus responsabilidades, López Obrador, continúe en el atril sin importar la evidente ingobernabilidad. Se reúsa a asumir las funciones de su cargo, pues el objetivo es mantener la constante y permanente movilización de su base, a la que apela, organiza y enardece en cada presentación. Una forma de alimentar su ego, demostrar su fuerza y mantener las invectivas contra “los malos”.

Reviviendo agravios ancestrales para distracción de lo importante, AMLO se muestra más nacionalista que patriota. De personalidad intolerante y con una evidente falta de control de impulsos, es inmune a la crítica y alérgico a la autocrítica, pero muy necesitado de señalar chivos expiatorios como responsables de sus fracasos constantes. Abomina los límites de su poder, por lo que, mientras desprecia el orden legal y desconfía de las leyes hechas por sus antecesores, se apoderada del Congreso con el objetivo de “inducir” la tan conveniente “justicia directa” a través del decreto, favoreciendo a grupos clientelares, cumplir con compromisos de campaña y fortalecer su base política.

Compinches de los actos más violentos y violatorios llevados a cabo contra los seres más vulnerables de nuestro país: los niños, las madres y los viejitos, y sabedores de las afectaciones, sus fanáticos elaboran las más burdas justificaciones, mientras él les alimenta la engañosa ilusión de un futuro mejor, disimula los desastres que provoca, posterga responsabilidad de gobernar, doblega la crítica, adultera la verdad, adormece, corrompe y degrada el espíritu y el ánimo público. El simple pronunciamiento de las palabras “corrupción” y “austeridad republicana”, son suficientes para destruir, sin defensa o contrapeso alguno, proyectos, programas y hasta la credibilidad y la reputación de las personas que se cruzan en el camino del autócrata.

Como en los años más oscuros del Priismo, los diputados y senadores del grupo parlamentario del partido del presidente, muestran una muy desdibujada “representación popular”. Realmente, su función radica en cubrir, dar forma, aprobar y acompañar gustosos los atropellos de su líder, convirtiendo en legal lo inmoral. Este nutrido grupo de solapadores, se han caracterizado por su escasa preparación, ya que las pocas ideas que han planteado han sido la expresión de una costosa estupidez. Arropados por la democracia, lejos de representar a los mexicanos, utilizan las curules para acomodar “a modo” las instrucciones del adalid tabasqueño. Irónicamente, simbolizan el ideal de López, soldados devotos y apegados a la instrucción; ejecutantes, incultos, manipulables y abyectos a su servicio. Carentes de criterio propio y capaces de sumirse en el total servilismo, son capaces de hundir al país, con tal de mantener la renta mensual el título nobiliario legislativo que tan generosamente, el señor presidente, les concedió.

Mi querido México, te advierto que los únicos débiles e inocentes contrapesos que se han pronunciado para defenderte son, el análisis político y la ironía. Dime, objetivamente, el grado de responsabilidad de darle alas al tirano, para que, entre algodones se adueñe de ti, ¿en quién debe recaer: en los que lo protegen y solapan el daño que te ha hecho en tan poco tiempo o en quienes, por cobardía o por apatía, no te defienden?

¡Ah, qué astuto ha sido ese lobo con piel de oveja! Su armadura se teje con un ejército de leales cómplices, sin criterio ni conciencia y mucho menos, amor a México.

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