Beatificación

Tras un camino lleno de escollos, por fin, Mons. Óscar Arnulfo Romero fue beatificado el pasado sábado 23 de mayo en una ceremonia masiva, con… Tras un camino lleno de escollos, por fin, Mons. Óscar Arnulfo Romero...

25 de mayo, 2015

Tras un camino lleno de escollos, por fin, Mons. Óscar Arnulfo Romero fue beatificado el pasado sábado 23 de mayo en una ceremonia masiva, con…

Tras un camino lleno de escollos, por fin, Mons. Óscar Arnulfo Romero fue beatificado el pasado sábado 23 de mayo en una ceremonia masiva, con más de 200 mil asistentes y mil quinientos sacerdotes concelebrando. No es el tamaño ni la concurrencia, sino el hecho simbólico de que la causa de beatificación del arzobispo de San Salvador, asesinado en 1980, llegara a buen fin y que el pueblo salvadoreño  – aunque hubo asistencia de todos los países de Centroamérica –  se volcase a celebrar el triunfo de la fe sobre la historia del sangriento régimen salvadoreño, que se distinguió por la feroz represión de los más necesitados en aras de defender los intereses de los terratenientes.

Pero recordemos los hechos anteriores  a aquel 24 de marzo de 1980, cuando Mons. Romero fue asesinado por órdenes de la junta militar que sustituyó al general Carlos Humberto Romero, presidente de El Salvador de 1977 a 1979.

Durante 1979, los grupos paramilitares que apoyaban la dictadura de Romero asesinaron a cinco sacerdotes, acusados de ser cercanos a la Teología de la Liberación y de pertenecer a los movimientos insurreccionales que dieron origen Frente Farabundo Martí para Liberación Nacional, organismo coordinador de las cinco guerrillas que lucharon contra la dictadura entre 1980 y 1992.

Mons. Romero viajó a Roma para poner al tanto de los acontecimientos a Juan Pablo II, quien apenas llevaba poco más de seis meses año en el trono de San Pedro en mayo de 1979. El arzobispo de San Salvador buscó por todos los medios a su alcance buscar una audiencia privada con el Papa, pero sucede que la burocracia vaticana le cerró todas las puertas, a pesar de haber tenido una cita agendad y confirmada. Así, tal cual, con el agravante de que había enviado un informe que, por supuesto, jamás llegó a manos de Wojtyla.

Pero, Mons. Romero se empeñó en hablar con el Papa y fue a una audiencia general en donde se presentó y directamente le pidió una audiencia al hoy san Juan Pablo II, quien no tuvo más remedio que concedérsela al día siguiente.

En el encuentro, el arzobispo salvadoreño intentó exponerle al Papa la terrible situación que se vivía bajo la dictadura militar, que además estaba desplegando una dura ofensiva contra la Iglesia, bajo el lema “Haz patria, mata un cura”.

Romero mostró al Papa una copia del informe enviado y Juan Pablo II ni siquiera se molestó en hojearlo. Lo único que le dijo fue que como arzobispo de San Salvador debía buscar una interlocución positiva con el gobierno y superar “cristianamente” las diferencias para trabajar por la pacificación. Incluso, le mostró fotos de un sacerdote asesinado por los militares con el pretexto de que era guerrillero y el Papa cuestionó que no lo hubiese sido.

Juan Pablo II no quiso entender que la extrema derecha que gobernaba El Salvador, más allá de la difamación en contra de la Iglesia, estaba matando religiosos. Pero en su obsesión en contra de todo lo que oliera a progresismo, una de cuyas variantes es la teología de la Liberación, Juan Pablo II no quiso escuchar nada acerca de las atrocidades a las que fueron sometidos los religiosos en El Salvador.

Mons. Romero regresó a su país con el natural desaliento provocado por la indiferencia y acritud de sus superior jerárquico. Pero eso no lo desanimó para seguir denunciando la arbitrariedad del ejército y la avaricia de los terratenientes.

El 15 de octubre de 1979, Carlos Humberto Romero fue depuesto por una junta militar apoyada por el gobierno norteamericano, que puso fin a los 17 años en el gobierno del Partido de Conciliación Nacional, iniciando con ello una etapa más de la guerra intestina que asolaría a El Salvador durante doce años más.

Si el gobierno conservador era terrible, la junta militar precipitó al país a un infierno. A pesar de las promesas iniciales de una reforma agraria y aumento salarial, entre otras, que formularon desde el nuevo gobierno que incluía representantes de grupos progresistas  – e incluso Mons. Romero manifestó su esperanza de que las cosas mejoraran -, la presencia de políticos de centro, demócratas y liberales, puso en guardia a los empresarios y militares, por lo que se desató una espiral de violencia que llevo a dimitir a los miembros civiles del gobierno. Mons. Romero intentó mediar entre las partes el 2 de enero de 1980, pero fracasó y la segunda semana de enero, se erigió la segunda junta militar, con lo cual la violencia se incrementó exponencialmente.

Desde entonces, las amenazas contra Mons. Romero menudearon y se tomó la medida de que sólo celebrara Misa en el oratorio del hospital para cancerosos “La Divina Providencia” donde el arzobispo Romero fue asesinado el 24 de marzo de 1980.

El gobierno salvadoreño simuló llevar a cabo la investigación sobre el asesinato, incluso el juez que llevaba el caso fue amenazado de muerte y terminó exiliándose. Se culpó del asesinato al mayor Roberto D’Aubuisson, director de la agencia de seguridad salvadoreña, pero nunca se le enjuició. Incluso, fue fundador del Partido Alianza Republicana Nacionalista, ARENA, mismo que hoy gobierna en El Salvador.

El vaticano guardó silencio; la causa de beatificación de Mons. Romero durmió el sueño de los justos todo el pontificado de Juan Pablo II, quien contó con el decidido apoyo de los cardenales colombianos, archiconservadores, Alfonso López Trujillo y Darío Castrillón, para impedir su avance.

Pero el sábado, la beatificación llegó a un buen éxito. Hasta hubo un halo solar visible justo después de la lectura del decreto de beatificación. Y el hijo de Roberto D’Aubuisson estuvo presente en la ceremonia, y a pesar de los abucheos en su contra, hubo quienes reconocieron su valentía. ¿Milagro del beato?

Y, por otra parte ….

Pequeño detalle que da cuenta de la situación de la Iglesia en México; sólo acudieron dos obispos mexicanos: Mons. Raúl Vera, cuya presencia era esperada, y el obispo emérito de Tepic, don Alfonso Robles Cota, con sus 83 años a cuestas. Por lo demás, la representación mexicana, según me contó un testigo presencial, no fue escasa, sino escasísima. A lo más había veinte clérigos mexicanos frente a una delegación de más de cien sacerdotes y obispos norteamericanos. He ahí una de las claves por las que el Papa Francisco posterga su visita a México. ¿Será que la impronta de Juan Pablo II sigue tan vigente que el clero mexicano no le da la importancia debida a un beato contemporáneo, víctima del odio a la fe? Ello contrasta con que el principal celebrante del funeral de Mons. Romero, el 30 de marzo de 1980, fue precisamente el entonces arzobispo primado de México, el cardenal Ernesto Corripio, quien fue designado por el propio Juan Pablo II para llevar su representación, acompañado de más de diez obispos mexicanos, que, sin lugar a dudas, entendieron mucho mejor la lucha de la Iglesia salvadoreña que sus sucesores … Incluso el gobierno de José López Portillo dio todas las facilidades para que los obispos tuvieran la seguridad necesaria de ida y de regreso de San Salvador ….

Por cierto, el sábado mismo se cumplieron 22 años del asesinato del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, cuyo asesinato, por más que se haya querido atribuir a “oscuros intereses del Estado”, no fue más que circunstancial. No hay prueba alguna de que se hubiese ordenado desde las esferas gubernamentales semejante crimen, y sí de que hubo una confusión de autos por parte de la banda criminal a la que se le comisionó asesinar al Chapo Guzmán.

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