Apunte sobre el escepticismo

El escepticismo en ocasiones se trae de nacimiento; en otras, se adquiere en una suerte de escudo...

2 de marzo, 2018

El escepticismo en ocasiones se trae de nacimiento; en otras, se adquiere en una suerte de escudo o de botón de emergencia.

Es un pálpito, una sensación, una interrogante que salta cuando escuchamos algo que no parece tan lógico, que se aproxima más al sueño o a la utopía.

La advertencia escéptica no es para la imaginación, ésta se mueve y se rige bajo otros términos mucho más abstractos e inentendibles, son manifestaciones del inconsciente, de esa mente que parece estar fuera del mundo; sino para lo totalmente humano, lo práctico, la realidad que habitamos, ese asfalto, esa ventana que asoma a otros muros.

Dudarlo todo no es una negación, no es llevar la contra por llevarla, es cuestionar e indagar los actos, las cosas y sus relaciones.

Ahí la curiosidad y el descubrimiento: la iluminación.

Sí, podemos decantarnos por no investigar lo que se apega a nuestras creencias, podemos evitar a toda costa el indagar para saber más sobre lo que alguien nos afirma -los pilares de la credulidad se cimientan sobre la nobleza de la fe, por ese paraíso que no hallamos-, pero esto es riesgoso para la salud social: podemos convertir a los lobos, en lobos más lobos a la manera que lo pensaba Octavio Paz.

Queremos a toda costa creer y “nos aniquilamos por la ardiente necesidad de ser salvados” (Amos Oz).

Ser crítico tiene que ver con no estar del todo seguro de las cosas, de las definiciones: es preguntarse constantemente por qué. Es dar luz a las piedras para darnos cuenta de que no son panes. Es colocar a cada quien en su sitio para evitar confusiones.

No, no es matar la esperanza, es vivirla, es experimentarla de manera definitiva y no sólo quedarnos en la simulación o en la fantasía expresada por la demagogia.

Tampoco ser crítico es ser traidor –el ciego lo señalará y tratará a toda costa de silenciarlo ayudándose de infinitas armas como el descrédito-: éste opina y sabe que la verdad está en una lejanía inalcanzable, sabe que sus ojos pueden mirar en otras direcciones y cambiar las cosas en cualquier momento, sabe que las ideas mutan y migran de uno en otro, sabe que cambiar es parte de la adaptación, sabe que el fin común de las sociedades, más allá de la tolerancia y el respeto, está en la aceptación y los acuerdos.

La historia y su narrativa es dé y para los vivos, entenderla es advertir que en el comienzo también los individuos miraron al cielo en busca de respuestas, también vieron en uno de sus iguales al dios encarnado, al salvador, y asimismo fracasaron, de igual forma sucumbieron a sus propias manifestaciones de fe.

Hay quienes se prestan de la esperanza de la gente para perpetuarse en un falso poder. Hay quienes nos dicen que la virgen se sigue manifestando en comales o en troncos de árboles, nos dicen “¡mira, está ahí!” y entonces miramos y terminamos por creerlo –porque hay que creer, porque los demás también “ven el milagro”- y de un momento a otro las veladoras y los rezos.

Tiempo después se borra la imagen y quedamos a la espera de que ahora la exhibición de la credulidad se dé en la suela de un zapato o en una pared cubierta de tizne.

Quizá la poeta polaca Wislawa Szymborska tuvo razón cuando escribió: “Empezamos a dudar si saberlo todo de antemano –de arriba abajo- era de verdad saberlo todo”.

Quizá habría que dudar si el que se planta frente a nosotros con todas las respuestas, con todas las soluciones a nuestros problemas, en realidad sabe algo.

No hay una “verdad” ni un solo camino, hay varios. No hay un hombre o mujer que tenga la magia para resolver los problemas fundamentales que nos aquejan. No hay amor de sacrificio que consiga salvarnos. No hay una sola “verdad” por la que valga la pena dejarlo todo –convertirnos- para seguirla a ciegas.

Conseguir esa paz plena y absoluta donde todos se respeten y se amen y se entiendan sólo existe en ese paraíso onírico que algunos anuncian como posible.

La verdadera paz radica en los acuerdos a los que se logre llegar para vivir en sociedad de una manera mucho más sana: el sacrificio real.

Y suscribo las palabras de Amos Oz al respecto cuando dice que no necesitamos amarnos sino aceptarnos, llegar a acuerdos –dolorosos- para un fin común: la paz, el equilibrio.

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