Los hombres opacos y la secrecía

Curioso que uno de los políticos más opacos de nuestro país, Andrés Manuel López Obrador (AMLO)...

8 de febrero, 2017

Jaime Guerrero Vázquez

Curioso que uno de los políticos más opacos de nuestro país, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), le exija al presidente Peña Nieto conocer en detalle el contenido de la conversaciones sostenidas con el presidente Donald Trump. Es decir, le pide ser “transparente” para juzgar si fue humillado. La sola petición resulta humillante, pero AMLO es incapaz de ver el humor negro de su petición. Se autoerige en juez para aprestarse a evaluar una cosa que le es ajena: la transparencia. Con él, otros políticos también lo exigen, pero no con el ánimo de enriquecer o apoyar, sino para tener elementos para acosar y criticar. ¿Se vale su petición? Por supuesto, pero también se vale que el presidente Peña Nieto tenga un espacio político para una de las negociaciones más difíciles de la posguerra. Tal vez la más difícil a la que se ha enfrentado un presidente mexicano.

Hemos llegado a un punto en el que la transparencia se ha convertido en un fetiche totalizador, que rechaza toda negatividad, entendiendo esta como la forma de ser diferente, como la manera de ser distinto al resto. De esta suerte, la exigencia de transparencia es la exigencia de la uniformidad, una uniformidad que lejos de ayudar a la comprensión de los fenómenos y situaciones, abruma con el exceso de imágenes e informaciones en una caótica visión de la no realidad, sino de algo que la sustituye como un mensaje oculto en un cuadro de Pollock. Al mismo tiempo, la exigencia de transparencia hace “tabula rasa” con los políticos a la manera de un lecho de Procusto, como si tuvieran todos el mismo tipo de obligaciones. Iguala la obligación de los diputados con la del Presidente en un absurdo que hace abstracción de las características propias de cada obligación.

Los acuerdos políticos tienen valor cultual. La transparencia los destruye porque pone en la picota la representatividad de quienes hacen los acuerdos, los arroja a la luz de la crítica y, entonces, destruye, la confianza entre quienes celebran dichos acuerdos. Los acuerdos políticos conllevan varias consideraciones implícitas: la capacidad y representatividad de quienes los celebran, la confianza en que quienes los llevan a cabo buscarán las mejores condiciones para su grupo representado. En ese sentido, a los que efectúan un acuerdo político como el que llevó a cabo el presidente Peña con su homólogo de Estados Unidos, deben contar con un espacio político que puede llamarse secrecía o discreción.

Decía Walter benjamín que algunas cosas son más importantes porque existen, más que por el hecho de que pueden ser vistas o conocidas por todos. El presidente Peña Nieto ha dicho lo que consideró sustantivo de la plática con Trump: la existencia de un acuerdo para evitar hablar del muro, es decir, para no seguir una fricción que obstaculice cualquier negociación. ¿Es un gran acuerdo? Quién sabe, pero es mejor tenerlo que no tenerlo. Hasta el momento, tanto Trump como Peña han evitado toda confrontación directa. La bondad del acuerdo se verá por sus resultados, no por el uso de tonos o palabras. De cualquier forma, los detractores de Peña ya preparan los fusiles para el paredón y los apoyadores están más silenciosos que nunca.

Habría que pedirles a los que exigen transparencia, que comiencen por su propia casa.

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