Los plazos

Las políticas públicas se llenan de intenciones; las campañas convierten en expectativa un ánimo, un despertar, un cambio. Es palestra del desafío, del reto a...

23 de septiembre, 2019

Las políticas públicas se llenan de intenciones; las campañas convierten en expectativa un ánimo, un despertar, un cambio. Es palestra del desafío, del reto a vencer todos los caminos recorridos por todos los que pisaron la senda del poder, el pasado, el sepulto, el anónimo, el redento, el señalado por sus errores antes que por sus aciertos. Si lo llamamos política, esquinamos su potencial y sumimos en la interpretación subjetiva toda su valía, toda su aportación. Podemos llamarlo de innumerables formas, pero la simulación de todo modelo nos va a situar en la economía tarde o temprano.

El rédito del poder se llama de acuerdo con muchos autores; se ejemplifica desde la paz social hasta la vigilancia impertérrita del Estado, un Estado protector, un Estado que ofrece libertades y garantías, salud, infinitas opciones de bienestar, de vida, de convivencia. Así ha trascendido en la percepción ciudadana, así ha trascendido en todas las fórmulas de concesión de poder desde tiempos inmemoriales: la Tribuna Romana, los Foros de adaptación de oidores y de expositores. La humanidad ha dado cuenta de fórmulas, equivocadas unas, incluyentes otras, amplias las más, totalitarias las menos.

La incesante búsqueda ha sembrado y anulado por igual; las sociedades nunca han satisfecho sus necesidades, no desde la fórmula del poder. Han antepuesto sus propias interpretaciones para dirimir sus diferencias, para escudriñar en los rincones del lucro y la conciencia, para aventajar en el precepto de la oportunidad y finalmente para vencer toda prerrogativa de orden impuesto. Esa iniciativa se conformó en empresa, en iniciativa libre.

Demostrado queda que las oportunidades no son colectivas, los frutos tampoco debieran serlo. Los equilibrios de todas las generaciones que nos preceden ya debieron alertarnos de esta circunstancia. El tiempo lo denominó competencia, lo situó y ubicó en un rango distinto al de las prerrogativas del orden social, entendiendo esto como el terreno que abona a la composición de la labor y no a la dirección, abisma el liderazgo y la consecución de las ideas de unos pocos. Finalmente, el tributo al talento.

Llega el orden gubernamental, a complementar, a coadyuvar, al atisbo de los vientos del progreso, a asimilar los ritmos de los mundos que cambian su veleta para orientar las iniciativas de los que marcan rumbo. Los sellos de los buenos gobiernos simplemente acompañan, establecen las bases de participación justa y la equidad la miden desde la óptica de la administración del esfuerzo, de la acumulación de beneficios, del empleo, de la bonanza que deriva de la inacción en los terrenos del capital.

Los gobiernos abonan en la permanencia, en los plazos que impone la redención de los beneficios y de los riesgos, los que asumen la visión de futuro. Los gobiernos asumen su intemperancia y su cortedad en la vida de una nación. Las democracias han limitado su extensión de inmersión en los asuntos de la nación precisamente para coartar un proceso de hegemonía. La salud de las naciones radica en esa fase perentoria y transitoria en las vicisitudes del poder.

Precisamente es la economía la guía incólume y de estricta disciplina la que rige los plazos, los que debieran ser contemplados por la interposición de gobiernos que saben regirán destinos en plazos restringidos por leyes y por respeto y herencia de historia que honra cualquier transición, paso efímero en la vida de una nación. Dar cabida a la experiencia y al liderazgo de los numerales del país, en la formación de capital, en la ciencia, la cultura, en la investigación y en suma, en la experiencia de la vida privada y pública de la nación, es misión primordial de un gobierno en tránsito.

Es deber de un gobierno respetar el tránsito de las ideas que conformaron nación, de las acciones que conformaron producto, las que conformaron la construcción institucional y aquellas que respaldaron el contrato social.

Los gobiernos son paso institucional; en nuestro caso, seis años conforman mandato, en una nación de siglos de existencia, de siglos de vida independiente y de siglos de trayectoria y paso digno en la vida aunada a otras naciones.

Los plazos de la redención de la vida económica de México se están interrumpiendo, se están acortando las posibilidades de un esquema en marcha, de un esquema progresista; se están sepultando las oportunidades labradas de generaciones. No es cuestión de modelos, no estamos inmersos en descubrimientos alternos de convivencia, ya los teníamos, no estamos en búsqueda de identidad, ya la atesoramos, no estamos en fases de experimentación de alternativas cuando conocemos rumbo de tiempo atrás.

Los plazos los tenemos nosotros, la sociedad adulta, la sociedad formada, la sociedad completa en su fase de madurez y de nacionalismo irredento; la tenemos los que producimos, los que deseamos destino cierto a la contribución y no a la dádiva dispersa. No podemos olvidar que lo que se da tiene origen y el gobierno es un tránsito en nuestra función impositiva pero nunca se le ha conferido el poder absoluto en la distribución, por más intento noble que disfrace sus propósitos.

Esta transición está traicionando nuestros plazos, los está retrayendo, los está manipulando; son recursos de la nación los que están en juego. El dispendio en unos rubros y el ahorro en otros no respalda actividad de gobierno, el ocultamiento no es permisible bajo ninguna circunstancia; la distracción es materia de responsabilidad legal. Los proyectos que ampara esta transición en turno no son congruentes con las reglas mínimas de inversión. La captura de activos de la nación no debiera permitirse, como no debiera permitirse la consulta popular y como no debiera permitirse el atropello de innumerables manifestaciones anárquicas.

Los plazos son numeralia simple, pero también son llamados al orden y también son reclamo, reclamo de buen gobierno, reclamo al desperdicio, reclamo a la infraestructura esperada, reclamo a la responsabilidad y reclamo por la cancelación de programas y a la sujeción e imposición de proyectos falibles. Los plazos son nuestros y debemos hacerlos nuestros.

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