Endemia económica

Padecer por padecer, restar por restar, asimilaría una circunscripción de derrota; no obstante, en el escenario de la transición en turno en nuestro país, se...

24 de mayo, 2019

Padecer por padecer, restar por restar, asimilaría una circunscripción de derrota; no obstante, en el escenario de la transición en turno en nuestro país, se resalta un triunfo sobre bases carentes de sustento. El plan concebido desde los márgenes del abuso, el que haya sido, situado en administraciones mediatas o inmediatas, ha desembocado en una imaginaria conceptual: lo que ha sido abusado o derrochado o robado, constituye base presupuestal y añade a los programas de gobierno. Cuantificación etérea desde luego.  Por partes: la sustracción de un presupuesto pasado, erogado del modo que haya sido, no tiene calificación ni retorno en política pública como componente del gasto. Las partidas presupuestales tienen sustento y origen, su destino merece ambientación en el orden público. Si no se refleja, obedece a desviaciones de cualquier índole, lícitas o ilícitas. La administración del recurso entonces puede tomar la vía de la eficiencia o no.

La otra parte, el gasto público en una gran economía se torna irrenunciable. La eficiencia de un Estado no se juzga a la ligera y tal vez por sus antecedente; si en ellos existió un ejercicio indebido, debió ser curado en su oportunidad; la marcha del sector público pudo o puede ser sujeto de corrupción y de otras imperfecciones en el comportamiento y la ética gubernamental, pero la esencia del gasto de una nación en crecimiento, como la recibió esta administración, no puede iniciar un ciclo arbitrario de los renglones del gasto que le dieron normatividad al camino de la administración pública de todo el país.

Si en algún momento existe una revisión exhaustiva del orden monetario y de la administración de los bienes de la nación, el resultado debe ser motivo de corrección o adaptación. La visión de un nuevo gobierno es aceptable. Lo que no puede aceptarse es la decisión de cortar toda la vía institucional por decisión presupuestal, decisión que no corresponde a la lógica de la administración de los haberes de una nación, cuando estos han respondido en el curso de décadas y han situado a México en los primeros quince lugares en el concurso de las economías del orbe.

Las decisiones que han quebrantado el ánimo nacional, iniciando con el despojo, cuidado con el término porque constituye un despojo, de un activo nacional, el aeropuerto de Texcoco, ya traspasan el umbral de las señales del interior y el exterior también. Ya no son señales, son cifras que muestran realidades de decisiones erróneas y concepciones equivocadas del rumbo de una economía. La contracción de la economía es una realidad, y los alcances de los despidos masivos y el pasmo gubernamental no solamente incide en los mercados internos, incide en el abasto de todo, desde combustibles hasta perecederos y medicinas. Nos entera el presidente de una estrategia al haber ocultado información de abasto de gasolina; habla, al parecer, a menores de edad, y entre ellos los formadores de la nación, generaciones que anteceden su arribo, generaciones que pudieran mostrar las verdaderas entrañas de la nación, sin necesidad de jugar a las estrategias ocultas, juego perverso que no corresponde a un jefe de Estado.

El absolutismo nunca ha sido solución en la historia de la humanidad; la historia moderna nos enseña el camino de la concordia en la unión, en la reciprocidad en todos los ámbitos, desde el comercial hasta el cultural. Las naciones cimentan su acervo en su población y en muchos afanes, todos suman. Las desigualdades que han mostrado las debilidades de los hombres en el poder demuestran una sola conclusión que funciona: la decisión compartida, diseminada en los poderes que facultan la mira de muchas mentes en movimiento, de muchas discrepancias, de innumerables perspectivas de progreso; se llama democracia, sin adjetivos añadiría Enrique Krauze.

El denuedo de una nación no puede definirlo un solo hombre; los proyectos personales de la historia, antigua y moderna han fracasado, todos sin excepción. En tiempos turbulentos han surgido liderazgos, innegables y la humanidad premia. Los trascendentes, los que han merecido pasos significativos ya se encuentran en la memoria y en los textos. Los ganados. Los que están en la ruta correcta tal vez merezcan un calificativo en su contexto de estudio futuro. En nuestro caso, el de México, el concepto auto referido de transformación queda muy lejos de ser interpretado y concedido. No se puede gobernar con eufemismos. Lo verán nuestros hijos o nietos, y tal vez concedan algún realce a esta calígine gubernamental. Nosotros en esta generación definitivamente no. Lo que tenemos enfrente no transforma.

El rumbo de nuestra economía no está en línea con la expectativa de crecimiento y con los planes de gobierno. No puede concebirse un plan económico serio dependiendo de una función de recorte presupuestal, pretextando un ahorro inscrito en disciplina pública, mermando toda actividad necesaria en la eficiencia de un aparato gubernamental. La mira electoral no puede descartarse y en el tiempo puede resultar en terreno de indefinición por la simple razón de no amparar un padrón ordenado. La erogación sin compromiso, la dádiva pronta, otro eufemismo de un gobierno disperso en su concepción ideológica, disperso entre definiciones de rumbo, unas veces conservador, otras, neoliberal, y las más de las veces, totalitario.

Los mensajes de todos los rincones del país, los de organismos internacionales, los de calificadoras, los de empresas especializadas de las que hemos recibido la alerta para no incursionar en el terreno de la refinación, las voces autorizadas en materia aeroportuaria, las llamadas de la ecología y conservación del ambiente, las circunscripciones recientes que han dejado en total indefensión a enfermos, a médicos, a mujeres trabajadoras, a mujeres abusadas en su integridad física y moral, a niños que recibirán una educación mediocre y cifrada en las prebendas de líderes tóxicos, uniones de trabajadores que amenazan la certidumbre de la inversión y la marcha de empresas especializadas en la maquila, ya no son mensajes nada más, son llamadas a la razón.  Son llamadas al orden. Son llamadas a seis meses de inicio de una administración que invoca la soledad de sus decisiones y lo irreparable de una necedad imperturbable.

México no tiene un plan económico, tiene programas de gasto y lo acomodan las circunstancias y no la planeación. El ahorro por el ahorro mismo está asfixiando la economía y lo más próximo que tenemos es indefensión, endemia económica.

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