Una Mujer de Gris

Etapas de la vida –dicen- procesos obligatorios –me contaron- por algo pasan las cosas –escuché- aprovecha el tiempo –me aconsejan. Etapas de la vida –dicen- procesos obligatorios –me contaron- por algo pasan las cosas –escuché- aprovecha el...

28 de julio, 2015
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Etapas de la vida –dicen- procesos obligatorios –me contaron- por algo pasan las cosas –escuché- aprovecha el tiempo –me aconsejan.

Etapas de la vida –dicen- procesos obligatorios –me contaron- por algo pasan las cosas –escuché- aprovecha el tiempo –me aconsejan.

Cuando las frases se hacen espuma y las palabras se vuelan con el aliento, queda poco. Y más poco queda porque ahora no puedo recordar si algún día pensé. No estoy segura si razoné mis pasos y mis actitudes. No creo que alguna vez me di el tiempo para ver consciente el entorno en el que me movía.

Supongo que cada noche me acosté a dormir sin reflexionar mi día y mucho menos me ocupé de planear el siguiente. Me di tiempo para correr y hasta creo haber aprendido a volar. Hace mucho tiempo que me supe mayor, desde el momento en el que pude ir a la calle yo solita, que podía relacionarme con cualquier persona. Que me dejaron decidir si estaba en casa o no quería llegar.

Hace muchos años me hice grande y con poquitos años me hicieron responsable de cosas que no me correspondían y yo no lo sabía. Tantas veces golpeé a mis amiguitos y los demás me aplaudieron. Otras tantas me robé los dulces y los juguetes del puesto de la esquina, y mis amigos me aplaudieron. Supe hace mucho, que gritarle a mis padres no tenía repercusiones y las pocas veces que me castigaron en mi cuarto, me escapé por la ventana, mientras los amigos me aplaudían.

Hace mucho supe que yo era dueña del mundo que corría y que ninguno podía detenerme. Me mandaron alguna vez a la escuela, y nunca me dijeron si era por alejarme de casa, o porque algo había que aprender. Para mí era solo el lugar de juego en el que había que ignorar al maestro. El lugar en el que podía libremente elegir a quien golpear y a quien quitarle lo que yo quería. Maestros y directores trataban en vano de llamar a mis padres, enviaron decenas de reportes informando mi mal comportamiento, pidieron que llevara de regreso al salón el papel firmado por mis papás, que por supuesto nunca firmaban, aunque pronto dejó de ser un problema cuando aprendí a falsificar la firma de ellos.

Con tantos seguidores de mi rumbo torcido, me hice grande en actitud y me rebelé ante todo lo que significara rectitud. Mi grupo de animadores me alentaba a seguir andando, fue para mí la conclusión de que la vida era esa, era así y jamás se me ocurrió voltear a ver a quien me gritó ¡detente!

Hoy, aún no sé de qué tamaño soy, no sé cuántos años tengo ni cuándo estropeé mi crecimiento personal. No pude saber cuándo era tiempo de para ser mujer y dejar de ser niña, aun ahora no consigo darme cuenta si sigo siendo una niña y que nunca en realidad me hice mujer.

Un día, hace poco, mientras todos me miraban hacia arriba y me consideraban grande, maté sin piedad a un hombre. Eché a correr con las manos ensangrentadas, buscando refugio en algún rincón que me cobijara de las sirenas de policía y de ambulancias. Días después al salir de mi resguardo busqué a mis amigos, que habían desparecido, busqué a mis papás, a mis hermanos que un día fueron mi responsabilidad, me atreví a regresar a la casa hogar donde había abandonado a mi hijo hacía un par de años.

Nadie, no había nadie, no escuché más aplausos ni algarabías. Estaba sola, ¿conmigo? No, yo tampoco estaba ahí. Me vi en una patrulla de policía en dirección al penal, me repetía mis mismas mentiras que pudieran convencer a los jueces mi inocencia. Todo estaba en mi contra. Nada pude ya hacer. Ni siquiera atiné a llorar y supe que no lo había sabido nunca.

No tenía pertenencias valiosas que pudiera reclamar a mi salida de la cárcel, así que solo dejé en un banco mi ropa, mis zapatos robados, la cadena de pulsera que le quité a una persona algún día, los pesos que guardé para comprar mi dosis de droga diaria, el sobrante de un cigarro de mariguana y el poco respeto que algún día tuve por mí misma, todo amontonado para ponerme el uniforme oficial que me convierte desde ahora: en una Mujer de Gris.

Mi nueva casa no es muy diferente a la que yo tenía, el contraste es que está reducida a cuatro paredes muy cercanas una de la otra y rejas que alcanzo a ver afuera. La cama no es tan importante, porque supe dormir en las banquetas mientras drogada esperaba el amanecer, el frío tampoco me parece difícil pues ya lo habría vivido cada noche de inviernos en la calle.

Los amigos, las compañías, las voces, esos si son algo que jamás había visto, encuentro que aun cuando no me gusta debo escucharlos, debo mirarlos a la hora de las comidas, que las mujeres a mi alrededor son iguales a mí, ninguna es más que la otra, veo que todas pretenden ser más fuertes, todas han dicho en algún momento que son inocentes, que el crimen cometido fue por causas ajenas a su voluntad o en defensa propia. Me he dedicado a escuchar y a observar durante los pasados meses, como no recibo visitas, me invento mi propia visita cuando las otras internas cuentan sus momentos con sus familias o sus esposos o novios.

“Etapas de la vida –dicen- procesos obligatorios –me contaron- por algo pasan las cosas –escuché- aprovecha el tiempo –me aconsejan-“

Todas esas palabras toman su propio sentido en mí ahora, me sorprende de mí, que lo único que hago es mirar a todos lados y escuchar cuanta palabra suena. Desconozco esa parte de mí que vive callada, en silencio todo el tiempo. He dicho pocas palabras, no he pronunciado nombres, no he pedido ayuda legal. Pienso mientras miro al techo de mi celda, y pienso a veces nada, a veces hago una película imaginaria de cada uno de mis pasos afuera.

No creo que yo haya sido ella, no puedo concebir la desatención que le tuve a la vida, a la escuela, a las malas compañías y aún más sorprendente es que yo misma haya sido una pésima compañía para otros chicos y que ningún adulto les hubiera prohibido su relación conmigo, y pienso cuántos de ellos estarán ya en camino a una cárcel.

Yo quiero culpar a tantos de mi estancia en esta prisión, y cuando escuché los lamentos de otras compañeras, vociferando que los culpables de sus delitos eran sus padres y todos los adultos que las criaron, supe qué tan ridículo se escuchaba en una persona mayor aunque no dejan de tener razón, fuimos la mayoría hijas de otras mujeres como nosotras mismas, ninguna razón es tan potente que pueda borrar el tiempo que vivo y el lugar en el que viviré el resto de mi vida.

Los familiares de mi víctima vinieron a ver mi rostro, me gritaron y escupieron la reja que nos separa, se enrojecieron de rabia y desbordaron frente a mí toda su frustración, su desconsuelo y la ira que yo sembré en la familia, el dolor que guardarán y los recuerdos de ese familiar que maté con mis propias manos.

Qué puedo decirles, ¿me disculpo? Eso no vale ni en frase, ni en letras de oro y plata, ni con el corazón en la mano.

No supe qué decir. Los escuché y cuando bajé la mirada me gritaron cobarde, cuando levanté la mirada me dijeron cínica, cuando dije perdón me gritaron estúpida, cuando se me salió una autentica lágrima me dijeron hipócrita.

No supe qué hacer y por primera vez en toda mi vida lloré sin consuelo en mi celda por días enteros, no me dolí yo, me dolieron ellos, ésa familia que asesiné al mismo tiempo que a su pariente. Me dolerá el dolor de ellos, nunca me dolerá suficiente y tengo la seguridad de que nunca podré sanar sus corazones aunque el mío se pudra en el intercambio.

He pensado en suicidarme, también he pensado en hacerme la valiente, he pensado que puedo hacerme de un arma,  he pensado en escaparme, he pensado que puedo llamar a mi familia y pedir ver a mi hijo y hacerme la víctima y exigir que hagan algo por mí y que me liberen… Cuando me vi pensando… me escuché pensar… me supe razonando, sequé las interminables lágrimas, me acaricié la piel dolida cuando me supe presa en mí.

Entonces le tomé una certera razón a mi vida, éste debió ser mi lugar hace muchísimo tiempo. Me supe yo entera, yo Mujer de Gris. Lejos, muy lejos de consolarme y victimizarme, de hacer de mí un mártir, pienso que el silencio de mi voz es mi refugio íntimo. Y, aún más lejos de tratar de convencer a los demás de mi supuesta inocencia, tomo éste tiempo y ésta reclusión en paz, me vuelvo silenciosa y pacífica conmigo misma. Ofrezco mi tiempo y mi crecimiento a ésa persona muerta y a ésa familia dolida. A mis padres que se desentendieron de sus hijos y que sin palabras me mandaron a prisión.

Si le sirve a la sociedad saber que sufro, sepan que sufro, si le sirve a la familia saber que soy una miserable, sépanlo. Si les sirve a mis padres saber que ya no existo, sépanlo. Si me sirve a mí saberme, lo sé.

Desde aquí las cosas se ven de otro color aunque lo único que vestimos es gris. Desde esta celda veo lo que se sufre afuera cuando no se atiende. Quien me gritó ¡detente! sabía que yo terminaría aquí. Mis maestros sabían que sin dirección de mis padres yo acabaría mis días encerrada.

Desde aquí quisiera solamente gritarles a los adultos que sean responsables con los niños, advertirles a los jóvenes que no se sabe caminar solo, que se necesita la compañía de quienes advierten que nos detengamos.

La vida aquí no es fácil, como no lo es afuera, y cada uno decide en qué clase de prisión se quiere vivir.

A mí, en esta cárcel, me tocó la fortuna de haber encontrado a mi mejor amiga y vivir con ella, platicar mis cosas con ella, decirle cuánto la quiero y saberme querida por ella. Mi mejor amiga, la que siempre caminó conmigo y no la vi. Yo misma.

Pedir perdón no fue aceptado, bajar la mirada no sirve, levantarla tampoco, enojarme no funciona, rebelarme más no está en cuestión, vivir la vida que me corresponde es mi obligación y la tomo con toda la consciencia que estoy conociendo.

Soy la Mujer de Gris y tuvieron que vestirme de un solo color para que me fuera posible ver los colores que me ofrece mi propio pensamiento.

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