Roma: el cine como Bella Arte

Advertencia: este artículo contiene spoilers. Lo escribí pensando en las personas que ya vieron el film. Comento nudos fundamentales de la narrativa, así que léalo...

20 de diciembre, 2018

Advertencia: este artículo contiene spoilers. Lo escribí pensando en las personas que ya vieron el film. Comento nudos fundamentales de la narrativa, así que léalo bajo su propio riesgo, si es que no ha visto la película. Pero si ya la vio, no dude en leerlo y compartirlo.

Se ha dicho mucho sobre esta cinta: que fue ovacionada de pie en Venecia, que ha ganado los más importantes premios del cine internacional, que los críticos la han elogiado, que es el mejor trabajo de Cuarón; que si el director recrea su niñez o no, y por ende si se trata de una cinta autobiográfica; o si existió una estrategia comercial de Netflix y de los productores para crear una expectativa sin precedentes en su estreno; que si millones de personas mordieron el anzuelo y se desbocaron a ver Roma… se ha dicho tanto… y quizá todo sea verdad. Pero eso es secundario. Explico.

Una persona puede aproximarse a una obra de arte –música, pintura, escultura, cine, el arte que usted diga–, y lo puede hacer de muchas maneras. Una de ellas es abordar la obra en sí misma, es decir, con independencia de cualesquiera otros factores, incluso sin considerar en un primer momento quién la creó. La obra de arte debe sostenerse, hablar por sí misma, de ningún modo depender de la subjetividad de quien la contempla. La obra de arte ya está ahí, frente a uno; es un universo ya creado, el espectador no le puede añadir ni quitar nada, por más que existan teorías estéticas según las cuales el observador crea la obra. Roma debe ser así contemplada –que no simplemente vista, pues se trata de una obra de arte. Si ha ganado premios, si se han escrito ríos de tinta sobre ella, si es o no autobiográfica, si los críticos dijeron esto o lo otro, todo eso hay que dejarlo a un lado antes de ver el film (incluso hay que dejar a un lado lo que diga yo, si usted no ha visto el film).

Después de ver Roma, lo único que puedo decir es que es una obra cinematográfica del más alto nivel: una verdadera obra de arte. Y no es que me impresione cualquier cosa. He tenido la buena fortuna de estar muy cerca del arte desde niño, y el cine no fue la excepción: a lo largo de mi vida he visto los trabajos de los más grandes directores de todas las épocas. La fotografía de Roma es poética, una caricia para la vista. Y tan importante como la imagen es el sonido. Las texturas sónicas del film tienen en sí mismas un poder evocativo tremendo. Al momento en que se une la imagen y el sonido, uno se va de espaldas, sin siquiera considerar la historia. Cuarón demuestra con Roma que está en la cúspide de sus poderes artísticos.

La historia es épica. En realidad son dos las historias principales: la de Cleo y la de Sofía, historias que también son paralelas. No hace falta que el personaje sea un dios mitológico o que haya conquistado el mundo para que una narrativa sea épica, y eso es precisamente uno de los puntos más destacables del film. Cleo y Sofía son dos heroínas urbanas y se enfrentan a la fatalidad juntas. La historia de Cleo es épica en toda la extensión de la palabra: no necesita ser Gala Placidia, Leonor de Aquitania o Juana de Arco para que su epopeya esté al nivel. No. El pathos que la envuelve, su situación existencial, su estar-arrojada-en-el-mundo, su condición social, la adversidad de un embarazo no deseado, la marginación, la soledad de su alma… todo ello la convierte en una heroína de talla universal, por más que se piense que lo que digo es hiperbólico. Por eso la película ha conquistado y ha cautivado: el personaje Cleo es monumental. Los tres momentos más emotivos del film son sus momentos: 1) la tienda de muebles en la que se encuentra cuando un grupo paramilitar asesina a un manifestante; 2) el momento en que da a luz a una niña muerta; 3) la escena de la playa, en la que, sin saber nadar, salva a los hijos de Sofía. Tres momentos de tremendo poder que podrían llevar a cualquiera al paroxismo emocional, y no por sensiblería, sino por la fuerza del destino; tres momentos maravillosamente logrados por Cuarón y por los actores; tres momentos que bien le podrían valer el Oscar a la mejor película y al mejor director.

Yalitzia Aparicio muy probablemente sea nominada a mejor actriz en la entrega del Oscar. Si no gana, de todos modos habrá triunfado: es más, ya ha triunfado desde ahora. Marina de Tavira nos ha brindado una convincente actuación. Alfonso Cuarón ha recreado impecablemente una época y nos ha hecho viajar en el tiempo. Me atrevo a decir que el realismo del que se ha valido (quizá hiperrealismo), es tan grande como el neorealismo italiano, y eso ya es mucho decir.

El valor de una obra de arte no puede depender del espectador. Si al espectador no le gusta, de ahí no se sigue que la obra de arte sea mala. No se vale decir: «tal o cual obra de arte es mala, es basura, está aburrida, no tiene ton ni son.» Mejor decir: «al contemplarla –si es que se contempló–, no pude comprenderla, de manera que mi propia limitación me impide emitir un juicio.» Esto que estoy escribiendo quizá parezca elitista y hasta snob, pero no es así. Es verdad que el gran arte exige al espectador. No cualquiera puede abordar una sinfonía de Shostakovich, una novela de Thomas Mann o una película de Fellini (tampoco es que Roma sea un film particularmente difícil; es muy accesible). Es más, en ocasiones la obra de arte es de tal factura que sólo los muy conocedores podrían apreciarla. Para ejemplo basta decir que a veces ni siquiera músicos muy competentes son capaces de entender lo que sucede en Die Kunts der Fuge, de Bach. Y así podría dar ejemplos en todas las artes. Y con esto no quiero significar que el que no es capaz de apreciar sea menos; nada de eso. Es verdad que el gran arte exige; pero también es verdad que la obra de arte tiene un valor intrínseco que no depende del gusto ni de la contemplación del espectador. Yo creo que algo así está pasando con Roma, por cuanto hace a los comentarios adversos de mucha gente. Vale decir: «no me gustó» o «no la entendí», porque también es cierto que la contemplación es subjetiva; pero no vale emitir un juicio estético si no se han comprendido ni apreciado sus muchos elementos.

Roma es una gran película. Va más allá del cine de entretenimiento. Lo que hizo Cuarón fue cine como Bella Arte. Quizá nadie recuerde “Rápido y Furioso” o “Transformers” en cincuenta o setenta años, porque son productos que prescinden del elemento estético del gran arte y sólo se centran en el entretenimiento –que también se vale, no digo que no–; pero en cincuenta años, o en cien, Roma seguirá siendo una obra maestra. El verdadero arte es perenne.

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