Lo que un día fue, ya no será

Cada día por la tarde estamos igual que el mensajero cuando trae prisa, miramos el semáforo que no quiere cambiar al amarillo; en la metafísica...

2 de junio, 2020

Cada día por la tarde estamos igual que el mensajero cuando trae prisa, miramos el semáforo que no quiere cambiar al amarillo; en la metafísica del tiempo que nos correspondió vivir, el semáforo de la nueva normalidad vino a ser, en realidad, un eterno “ya merito”. Por un lado hay que mantener viva la esperanza y la moral en alto, y por el otro, tratar de decir la verdad y atenernos a los hechos por más duros que parezcan, ya se sabe, cuidar la vida o reactivar la economía y, como dice Sor Juana: “de entre ambos modos infeliz me veo”.

    Lo cierto es que la nueva normalidad ya empezó a echar raíces, en mi cuaderno de notas apunto lo que me va saliendo al paso y contrasto con mis amistades con las que ahora, paradójicamente, me comunico más que antes, como si me hubiera dado cuenta de la necesidad que tengo de ellas. Entiendo que hay un cambio que es más bien una especie de regresión, el hartazgo que sentíamos por la política y que se tradujo, en movimientos de base, sociales organizados –como  la violencia contra las mujeres–, está  regresando como una especie de tregua obligatoria y ahora, me parece, lo pagarán con mayores efectos los partidos políticos que no han dado caminos de salida, ni esperanza ni nada que se le parezca.

Siento en el aire viciado del encierro un vago clamor que dice “ya nos veremos en las elecciones”, tanto los que siguen fieles al movimiento del presidente (a quienes habría que recomendar más autocrítica y mejor diálogo, serenidad)  como los opositores (a quienes quisiéramos ver con un programa que pase de los memes y las bromas, de los señalamientos de error y exageración de las pequeñeces, la guerra de los rumores y las pataditas en los tobillos, a una actitud más seria y contundente); porque, me temo que, una vez más, los empresarios, las amas de casa, los pequeños productores y los prestadores de servicios independientes, los que hacen opinión informada más allá de los grandes encabezados y los programas punteros del rating, comienzan a tomar la libre, a tomar sus decisiones y a sembrar cambios que, luego diremos, como sucedió después de 1985 o 2017, que nos tomaron por sorpresa porque hoy, benditas o malditas o como se quieran, las nuevas tecnologías han recibido una aceleración de diez años asentándose en apenas unas semanas.

    Me veo en un escenario donde el gobierno tiene que valorar si aún conserva ese diferencial de clasemedieros hastiados y enfadados que apoyó a su voto duro y lo llevó a los espectaculares resultados de las últimas elecciones, si siguen ahí para dar ese empujón al fiel de la balanza porque ellos lo saben y nosotros también, que la popularidad de un gobierno y los resultados de las encuestas no son sinónimos de triunfos electorales y antes de que otra cosa pase, me pregunto también si no es momento de dejarnos de jaleos con la revocación de mandato y entrarle de lleno a un debate serio, así, en medios electrónicos, videoconferencias y toda esta nueva parafernalia, para saber dónde estamos y para donde salimos corriendo.

    Observo que la nueva normalidad se parece más a la cuarentena que a la vida de antes. Ayer mi hijo me sorprendió con que se iba al cine con sus amigos. Desde la sala de mi casa se pusieron de acuerdo y con algún modo – que  a mí me parece como secreto y complejo– a  través del mismo streaming vieron misma película simultáneamente y platicaron como si estuvieran todos en la sala del cine y no es eso lo que me sorprende, sino el no saber si esos chicos querrán volver a ir juntos al cine alguna vez o cuándo lo harán y si la urgencia de sacar beneficios económicos no cambiará los esquemas de comercialización de cine y nos encontremos con que las salas de exhibición se convirtieron en cabinas individuales donde coordinarse para encuentros virtuales con los amigos. 

Durante la cuarentena, he participado en presentaciones de libros y mesas redondas, lo normal, y pues  no lo hemos pasado mal, ¿qué pasará si le tomamos gusto al cuento así contado? Nos hacemos publicidad entre todos los que estamos tratando de librarla, los que tienen Twitter y los que tienen Facebook o mensajería instantánea, ¿para qué pagar una casa de publicidad? Los que se han habituado bien al trabajo en casa, descubrieron cuánto pueden ahorrar con ese esquema; los servicios educativos, la separación entre los que pueden tener acceso a educación remota y los que no y el miedo de conocer el desglose por ingreso y estrato social de las víctimas, porque si bien es cierto que la enfermedad no distingue, dudo mucho que ricos y pobres se estén enfermando y muriendo en la misma proporción, en fin, ya veremos.

    Para aminorar la carga, nos organizamos un festival de cine casero, cuando Luke Skywalker salió a escena, me acordé de la grandeza de la primera vez que lo vi en la enorme pantalla del Cine Hollywood, enorme, inolvidable y aquellas salas grandes como teatros formidables desaparecieron y nosotros, aquí seguimos, viendo esto a lo que ahora llamamos “ir al cine”.

 

@cesarbc70 

 

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