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La música de mi vida II

“Sin la música la vida sería un error” Friedrich Nietzsche Ya hablaba hace unas semanas de mi pasión por la música, de mi obsesión por… “Sin la música la vida sería un error” Friedrich Nietzsche Ya hablaba...

13 de agosto, 2015
musica

“Sin la música la vida sería un error” Friedrich Nietzsche Ya hablaba hace unas semanas de mi pasión por la música, de mi obsesión por…

“Sin la música la vida sería un error” Friedrich Nietzsche

Ya hablaba hace unas semanas de mi pasión por la música, de mi obsesión por poner orden a mi biblioteca. Tarea muy difícil y que tal vez nunca terminaré.

La música tiene el poder de alegrarnos o entristecernos, de relajarnos o activarnos, de emocionarnos, de hacernos recordar y transportarnos en el tiempo.

Mi segunda etapa musical llega alrededor de los ocho años. Por aquella época pasaba fines de semana y vacaciones en casa de mis abuelos. Muy seguido venían mis primos de San Luis Potosí. Sin querer ellos me dieron el primer acercamiento al rock en español, género en que me clavé para siempre y del que probablemente más conozco. Recuerdo muy bien estar viendo tele cuando empezaba el ritual de meter la grabadora al baño, abrir la regadera y escuchar a todo volumen “Cuando seas grande” (Zas. Solos en América, 1986). Con esta canción el grupo Zas, comandado por Miguel Mateos se da a conocer en México, para ese entonces ya tenía cuatro años de haber sido lanzada pero se me quedó clavada en la cabeza hasta la fecha. No lo sabía entonces, pero Miguel Mateos/Zas ya era uno de los grupos más influyentes del rock argentino y el rock en español. La canción reproducida en un cassette era seguida de “Atado a un sentimiento” (Zas. Atado a un sentimiento, 1987) y de “Obsesión” (Miguel Mateos. Obsesión, 1990), la canción que más sonaba en la radio en esos momentos y era el lanzamiento del argentino como solista. A la fecha estas canciones son parte esencial de mi lista de reproducción y escucharlas me transporta inmediatamente a las vacaciones con los primos.

Ya metidos en el género y con algunos años más se me ocurrió que sería bueno aprender a tocar guitarra. Nunca lo logré, el talento musical es una de las cosas que de ninguna manera heredé de la familia. Mi papá y todos mis tíos tocaron piano, entre mis primos hay quien toca la guitarra, mandolina, marimba, tío instrumentista, sobrino que da sus primeros pasos en el violín, pero yo no. Músico frustrado y destalentado. Pero entonces no lo sabía aún. Tomé clases, intenté hacerle al autodidacta, seguí partituras de Guitarra Fácil y sólo aprendí dos cosas: el círculo de sol y la introducción de “Martha tiene un marcapasos” (Hombres G. La cagaste… Burt Lancaster. 1986) sólo la introducción, pero una de las canciones que he escuchado una y otra vez y siempre logra ponerme de buenas . Con guitarra en mano nos juntábamos los primos alrededor de la sala a cantar a los Hombres G y, sin saber por qué, llegaron a nosotros canciones como “Corazón de rocas” y “Wendoline” (Rondalla de Saltillo). Estoy seguro que no sabíamos ni lo que cantábamos, pero lo hacíamos a todo pulmón y desentonando en cada momento mientras los torturados tíos cenaban o se atragantaban con nuestros berridos. Muy divertido.

Eso sí, en navidades la cosa era muy distinta. Nos juntábamos a fin de año a festejar el cumpleaños del menor de mis tíos. Sus amigos y él, músicos y multi instrumentistas, tocaban año con año música andina. “El canaval”, “Cóndor Pasa”, “El pájaro campana”. Canciones que a fuerza de repetición se quedan en el gusto y la memoria con la imagen de los primos embobados escuchando en la escalera.

Y hablando de vacaciones me vienen más recuerdos. Tengo a Veracruz clavada en el corazón y la sangre. Cada año pasamos una o dos semanas allá con los abuelos. Estoy seguro que en algún momento en el que no me importaba escuché la canción escrita por Agustín Lara, Veracruz, pero qué va a saber un mocoso imberbe de eso. Fue muchos años después, en mis veinte, cuando la volví a escuchar y me llenó de recuerdos. Volver a vivir, al menos en la imaginación, los momentos que pasamos allá, caminar por el malecón, escuchar la marimba en el Café de la Parroquia (el verdadero, no el de ahora), la sonrisa callada y el abrazo protector de mi abuelo son cosas que no cambio por nada. Algún día hasta sus playas lejanas tendré que volver…

Mientras tanto seguiré recordando con mi música.

Voy vengo.

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