Felguérez, miedo y libertad

Desde hace varios días, traigo detrás del oído la tonada de una vieja trova, de aquellas que llamábamos en su tiempo el “nuevo canto” o...

9 de junio, 2020

Desde hace varios días, traigo detrás del oído la tonada de una vieja trova, de aquellas que llamábamos en su tiempo el “nuevo canto” o “la nueva trova”, ahora vieja como como se va haciendo todo al cambiar el mundo en el que nacimos y crecimos; antiguo, manido, anciano. El tiempo se me va cubriendo de una fina capa de polvo a mí que apenas voy a tocar el medio siglo y Fito Páez me insiste con su canción “Yo vengo a ofrecer mi corazón” y es que quiero creerle que no todo está perdido, que lejos de ello hay muchos que están y que estamos ofreciendo el corazón. Y el respetable me perdonará que interrumpa su almuerzo o su momento de ocio con estas aciagas reflexiones, pero es que abro las noticias y me entero que ahora Manuel Felguérez se ha ido y de nuevo, inevitablemente, hago el recuento del triste obituario en el que se han convertido las noticias de última hora de unos meses para acá. No sé si sería correcto que hablemos de una cierta orfandad cultural en la que nos vamos quedando, como si estuviéramos a punto de una especie de hueco generacional entre los grandes que se marchan y los que aún no llegan o no se manifiestan.

    La cultura es así, incesante y permanente, presente siempre, omnímoda y en incesante cambio, pero estamos acostumbrados a pensarla en términos de sus cimas, de sus protagonistas y es ahí donde nos encontramos en el cambio de las generaciones en el que esta epidemia, entre otras causas, está dándonos el portazo de los tiempos. Habrá que pensar que hoy y desde hace algunos años, el término generacional ha cambiado en cuestiones de artes y cultura, que antes se les ubicaba en tropas compactas, en pelotones bien organizados que combatían bajo ideales y presupuestos estéticos y sociales comunes; pero desde finales del siglo XX, esos principios cambiaron porque los ideales se fueron diluyendo en la lucha contra las ideologías, la vacuidad y la aceleración de los tiempos, porque la creación individual parecía más importante y porque nos hemos ido hundiendo, sin pedirlo ni comerlo, en una espiral en la que el miedo ha ido robando libertades que son el alimento y el sustrato de toda actividad cultural.

    Al principio, tuvimos miedo del terrorismo, la apocalíptica imagen de las Torres Gemelas viniéndose abajo con un aeroplano puñal clavado en sus costillas, nos llevó a ceder libertades a cambio de seguridad y con ello, guerras contra enemigos fantasmagóricos, controles poblacionales, controles individuales; luego el miedo a la delincuencia, al narco, a los cárteles y a toda la parafernalia que fue construyendo una subcultura en México como en Italia o en Colombia e incluso en los Estados Unidos, por la que perdimos la movilidad y la tranquilidad para ir y venir como quisiéramos; el miedo de las mujeres a la violencia cotidiana, el de los padres a que alguien abuse de sus hijos, el de los hijos a sufrir acoso en las escuelas y ahora, el miedo compartido a sufrir contagio y morir de esta enfermedad que no alcanzamos a comprender. Por eso vemos con tanto dramatismo este cambio de generación en nuestros líderes y protagonistas de la cultura, porque hemos querido cambiar libertad por seguridad y no hemos sido gratificados.

    Se fue Felguérez y se extingue la generación de la ruptura. Se fue el innovador, el que introdujo el arte abstracto y lo impuso en nuestra cultura a fuerza de decepciones y de necedad constante porque nuestros grandes siempre han sido disruptivos; en el arte y la cultura no hay de otra, los que siguen la corriente pueden llegar a ser grandes, pero no magníficos, son los que requieren el cambio, los que desafían a sus antecesores, los que proponen aquellos que se convierten en los padres y protagonistas de su tiempo; de esos fue don Manuel Felguérez. Pensémoslo así, un movimiento cultural nace de un desencuentro, de un reto de una generación a su antecesora, luego vienen los consolidadores, los que perfeccionan esas nuevas tendencias y esos nuevos valores, luego, al final, los que agotarán las fórmulas, los imitadores y los glosadores, frente a ellos aparecerá una nueva generación de creadores; es Carlos Fuentes, con toda la calidez y afecto, enfrentándose a Alfonso Reyes a propósito de la frase “la región más transparente”. Pero vemos cómo se marchan, cómo se apagan desde José Emilio Pacheco, Monsiváis, Óscar Chávez y ahora don Manuel y nos preguntamos dónde está la estafeta, dónde están los que siguen. Y claro que nos angustia, pero es que estamos en esta frecuencia de miedo en la que ya no tenemos tiempo que dar al tiempo, estamos perdiendo esa claridad que exige el arte y la cultura porque no vemos el apoyo que se necesita y que los creadores merecen para crear y forjar a la generación de sucesores.

    Tal vez ese sea el primer aspecto de los nuevos líderes culturales, que tendrán que desarrollar, al menos por algunos años, una nueva relación respecto del poder y de los fondos públicos; también puede ser que se establezca una nueva relación entre la sociedad y sus artistas, que durante estos días del aislamiento nos hayamos dado cuenta, aunque sea mínimamente, del valor que tienen el arte y la cultura en nuestra vida, de su función organizadora, de su tarea salvífica, de su misión humanizante y, en ese sentido, como ya sucedió en las décadas de los años 1920 a 1940, exista una relación más cercana entre los creadores de cultura y la sociedad. Lo importante es salvarnos del miedo por la expresión y por la sensibilidad.

    Y en este extremo nos encontramos para despedir a Felguérez. Me tranquiliza pensar que nuestra cultura es más fuerte y más potente que todos nuestros problemas y que su luz más clara que todos nuestros temores.

    Gracias, maestro Felguérez. Buen viaje.

 

@cesarbc70

 

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