Confesiones

Amalgama de sensaciones en una fantasía con elementos biográficos. Amalgama de sensaciones en una fantasía con elementos biográficos.   Dolor… dolor…. Dolor…. Desde niña, desde siempre, por mi postrante enfermedad. De jovencita por un terrible accidente. Dolor...

17 de octubre, 2017
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Amalgama de sensaciones en una fantasía con elementos biográficos.

Amalgama de sensaciones en una fantasía con elementos biográficos.

 

Dolor… dolor…. Dolor….

Desde niña, desde siempre, por mi postrante enfermedad. De jovencita por un terrible accidente. Dolor que me comió los músculos, los huesos y parecía comerme hasta la vida.

Tristeza y dolor en los que me acompañaba mi papá, mi titán de la vida. Y yo lo ayudaba a él en su epilepsia, aprendí a sacarlo sin asustarme de sus crisis más terribles. Dos náufragos del dolor que nos sosteníamos mutuamente con nuestras energías que a veces parecía que nos faltaban.

Dolor del cuerpo que no dejé que se transformara en dolor del alma. Y busqué óleos, paletas, lienzos. Buceé dentro de mí aptitudes escondidas. Busqué actitudes que me hicieran flotar. Y pinté… pinté… pinté. Como si todas esas frustraciones, esas barreras, se me escaparan por los colores y los pinceles y en un fervor enceguecido me liberaran el alma. Fui así, empecinadamente, sujeto y objeto de mis pinturas.

Cada vez que luchaba y el mal parecía vencerme, ardía en mí, desde mi propia óptica, una llama de identidad femenina. Me decía que la mujer es fuerte, que sabe avanzar, sobreponerse. Leía fervorosamente la historia de Madame Curie, un titán en su trabajo. Me gustaba indagar sobre su tenacidad para ser universitaria en un mundo de hombres, sobre su fuerza para investigar en soledad, sin ayudas ni reconocimiento, y lograr descubrimientos y avances valiosos para la ciencia que aún hoy marcan caminos. Creo que sentía que el mismo fuego ardía en mí… y que debía consumirlo. El arte fue mi hoguera.

Muchas veces en mis oídos sonaban voces que amortiguaban mis dolores. Creo que hoy que ya tengo alas volando en los infinitos, reconozco voces únicas, melodiosas, sugerentes, como las de Sinatra, o Andrea Bocelli, que eran susurros de ángeles desconocidos que acompañaban mis soledades de lucha contra mi cuerpo tan castigado.

Leí muchas horas. Las letras, en mi mundo de postración, eran las piernas que me llevaban al universo. Martí acariciaba con sus poemas mis rebeldías por un mundo sin humanidad y Octavio Paz acariciaba mi piel con la voluptuosidad de sus versos. Lograban sensaciones orgásmicas que me elevaban, me sacaban de mi cama, quitaban los velos que me aislaban.

Gocé mucho. Viví intenso. Pero reí poco. Tuve poco sentido del humor. Tal vez hubiese necesitado a mi lado alguien jovial, dicharachero, que me acompañase con dichos, chistes, cuentos ancestrales. Tal vez alguien como tiene hoy el humor cordobés en Cacho Buenaventura o que tuvo Rosario en la figura del Negro Olmedo. Ese humor sarcástico que busca transformar la realidad en una sonrisa.

Conocí a Dali. Admiré su arte, pero más aún admiré, y creo que hasta envidié, ese amor inconmensurable por su Gala plasmado en su vida y su obra. Y me enamoré de Diego Rivera, mi Rivera, mi hombre amado y mi pintor ensalzado. Tuve una relación turbulenta con él, mis dos casamientos con un divorcio en el medio y las profundas e irreconciliables infidelidades de los dos siento que son las pruebas consistentes de ese amor profundo y de esas incoherencias que nos unieron.

Pinté… pinté. Mis rostros de cien formas. Mi cosmos de cien maneras. Pinté. El mundo, sin pensarlo, empezó a reconocerme. Me decía que era surrealista, creo que en parte sí, pero de un surrealismo muy real ya que emergía de mi propia vivencia, de mi vida hecha añicos, de mi físico carcomido. Tan real que mis pinturas fueron expresionistas, expresaban en turbulencias, trazos y colores, todas esas mujeres que vivían en mí, esos fracasos de vida contrastando con mis ilusiones, esas vallas que querían separarme del mundo y yo derrumbaba con arte y tesón. La pintura vino a buscarme para sanarme. No me curó mis piernas, no me dio un andar, pero me señaló un camino, me lanzó a una realización.

Sólo viví 47 años, pero mi luz sigue brillando en mi casa hecha museo y en mis pinturas por el mundo. Y se hizo palabra y poema que aún hoy muchos siguen como una señal, una irradiación.

Fue mi vida. Con laberintos, remolinos, encrucijadas. Me confieso. Soy Frida, Frida Khalo, la de las muchas caras, la de las infinitas historias, la de las mil críticas, la de los numerosos éxitos.

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