Cartas a Tora XI

Querida Tora: Querida Tora:          El otro día se armó un escándalo en la vecindad. ¿Te acuerdas que el tránsito en el edificio de la derecha era para ir hacia el fondo, y en el de la...

4 de noviembre, 2016

Querida Tora:

Querida Tora:

         El otro día se armó un escándalo en la vecindad. ¿Te acuerdas que el tránsito en el edificio de la derecha era para ir hacia el fondo, y en el de la izquierda hacia la calle? A casi todos los vecinos los han multado por ir en sentido contrario, con el consiguiente disgusto. Pues resulta que un día el portero se metió en sentido contrario. Algunos vecinos se congregaron enseguida, y lo multaron. Pero como el que pone las multas es el portero, dijo que no, que él tenía derecho a ir por donde le diera la gana. Todos le reclamaron, le dijeron que la ley era para todos, y que él debía ser el primero en cumplirla. El portero se amachó y dijo que no, que él estaba muy ocupado trabajando en los asuntos de la vecindad y no podía perder el tiempo en esas nimiedades; les ordenó que se quitaran y lo dejaran pasar, porque tenía un asunto muy urgente que atender. Los vecinos se negaron, y él llamó a sus guaruras (la palabra se entiende solita, ¿verdad?), y éstos empezaron a lanzar catorrazos al aire. Pues ni así. Tuvo que venir una señora que estaba en la portería, esperando, para que lo dejaran pasar. Y es que la señora estaba muy buena (apreciación anatómica de los señores de aquí, no mía). La señora les agradeció con ina sonrisota y la promesa de que los vería el sábado. ¡Qué revuelo armó esa promesa! ¿Qué iba a pasar el sábado?

Estuvieron unos días inquietos, tratando de adivinar de qué se trataba. Pero fue hasta el viernes que el portero invitó a todos los vecinos a la inauguración de los lavaderos, ocasión en que podrían escuchar la voz sensual de “La Flor de Humo y Terciopelo”, que es el nombre artístico de la señora esa.

Desde mediodía ya estaban ocupadas todas las sillas que pusieron en el patio, las ventanas, los escalones y hasta las piedras. Muchos no quisieron ir a comer para que no les quitaran el lugar, y los del King’s empezaron a vender tacos y sandwiches, hamburguesas y bebidas de todo tipo para que los vecinos “no se malpasaran” y pudieran disfrutar del espectáculo artístico que el portero había organizado.

Por fin, apareció “La Flor… etc.” con un vestido que le quedaba chico, porque se desbordaba por todos lados; y nos endilgó una serie de boleros, guarachas y cha-cha-chás (por raro que te parezca, son nombres de géneros musicales). Los señores aplaudieron a rabiar, especialmente cuando la señora se ponía de espaldas para cantar. A las señoras no les gustó, a ninguna. La que menos, dijo que tenía voz de gata barriendo la calle. Aquí, “gata” no es el femenino del animal en que yo estoy convertido, sino una manera un poco despectiva de llamar a las sirvientas.

Total, que “La Flor etc., etc., etc." cedió el escenario al portero. Este se despachó un discursazo de veinte minutos para exaltar el sacrificio de la mujer trabajadora que después de atender marido e hijos tenía que lavarles la ropa; y dijo que para facilitarles su labor se habían hecho aquellos lavaderos, que en vez de lugar de trabajo duro y agotador iba a ser lugar de esparcimiento y sana comunicación entre los miembros de la comunidad, y no sé cuántas tonterías más. Más de treinta se durmieron; y sólo despertaron al oir el grito de asombro que lanzaron los primeros que llegaron a los lavaderos.

Lo que habían sido depósitos mugrientos de agua, llaves herrumbrosas y drenaje a flor de piso eran ahora lavaderos blancos, llaves que parecían de oro y canales de desagüe por los que corría el agua limpia. Y por todos lados, angelitos color de rosa con alas blancas y paños azules para cubrir sus vergüenzas. Y “La Flor…etc.” en el centro, cantando y bailando para disfrute de todos. Las viejas estaban entusiasmadas. La del 28, que sólo lava cuando sus hijos no tienen ni una camiseta limpia, se trajo hasta las sábanas y se puso a lavar. Muchas la secundaron, y unos minutos después una montaña de espuma de colores empezó a cubrir los lavaderos ante los vítores de todos. “La Flor…etc.” se metió a la montaña y se quitó el vestido para lavarlo (la ropa interior no se la quitó, porque había niños presentes). Y por más que le gritaban “Mucha ropa”, no consintió. El señor del 17 se metió a ayudarle; y ahí estaban, talle que te talle, cuando se oyó un tronido muy fuerte. Todos se callaron. Entonces, el angelito más alto se cayó. Lo siguieron todos los demás, que ya habían perdido los colores y las alas. La del 28 empezó a gritar, porque sus sábanas se iban por un agujero que se abrió en el suelo; y por poco se va ella también, si no es porque su marido la agarró del pelo y la sostuvo.

Entonces, algunos que son medio albañiles, dijeron que todo era de yeso, y que el agua lo había deshecho. Debajo estaban los lavaderos de siempre. Todos se fueron contra el portero, pero no lo encontraron. Su secretario dijo que se había ido a la Delegación a demandar a los que hicieron un trabajo tan malo. Mentira: estaba encerrado en la portería con “La Etcétera”, y no salió en tres días. Los guaruras no dejaban a nadie acercarse; sólo dejaban pasar a los del King’s que les llevaban “Mexican Pozole” o “Chicharron Tacos with Hot Chili” y café con más piquete que café. (¿A que no sabes lo que es el piquete? Ya te lo diré cuando regrese).

Cuando por fin salió, dijo que la Justicia se iba a encargar de esos malos trabajadores que habían estafado a los vecinos; y que mientras tanto, entre todos iban a limpiar esos lavaderos. Hasta con las uñas tuvieron que quitar el yeso que tapaba el drenaje y las llaves. Y “La Flor” se fue de noche, toda escurrida y con la pintura corrida, que yo la vi y no la reconocí.

Bueno, mi amor, así acabó la gran fiesta de la vecindad. A mí me dio mucha pena por los vecinos; pero ellos ya hasta perdonaron al portero, porque le hablan como si nada.

Espero que en la próxima tendré algo más alegre que contarte.

         Te quiere,

                  Cocatú

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