Cartas a Tora LVII

Querida Tora: A pesar de todo, se han juntado más cosas para los damnificados de la otra vecindad. ¿Pero qué crees que pasó? Que el… Querida Tora:          A pesar de todo, se han juntado más cosas...

13 de octubre, 2017

Querida Tora: A pesar de todo, se han juntado más cosas para los damnificados de la otra vecindad. ¿Pero qué crees que pasó? Que el…

Querida Tora:

         A pesar de todo, se han juntado más cosas para los damnificados de la otra vecindad. ¿Pero qué crees que pasó? Que el portero les dijo que por qué no donaban latas de atún. Y los vecinos obedecieron. Al chavo del 7 le pareció rara  la sugerencia, y al día siguiente se ofreció a ayudar a empacar los donativos, y no te lo imaginas: no había una sola lata de atún. Entonces, así como quien no quiere la cosa, se fue a la cocina de la portería, abrió la despensa, ¡y encontró todas las latas faltantes! Como no había nadie las sacó y las mezcló con todo lo demás, bien escondidas para que no las vieran. Al rato llegó el portero. Lo vió de muy mal humor, diciendo que no tenía nada para comer, que lo iban a matar de hambre.

Esa noche, el chavo del 7 reunió a varios vecinos y les dijo que no pusieran atún, que mejor sardinas (porque sabe que al portero le dan urticaria). Así se hizo, y el portero se puso de peor humor. Pero de todas formas, esa noche desaparecieron todas las latas de sardinas. El chavo estaba intrigadísimo; y los vecinos, muy molestos. Pero a los dos días en el menú del King’s aparecieron unas “Enchiladas with Sardines, full of Omega Three and no cholesterol”. El chavo se dio cuenta enseguida de la maniobra; pero los vecinos no, y les encantaron esas enchiladas porque eran “comida fusión” que los ponía a la altura de los países del primer mundo. Tanto fue el éxito que a la semana habían subido el precio, porque la demanda era mucha.

Las viejas se cansaron pronto de invitar a los “damnificados” a comer, pues era mucho gasto y mucha molestia tener 6 ó 7 invitados diarios, y mejor les prestaron unos anafres para que cocinaran en el patio. Para la reconstrucción del techo, todos los hombres fueron a ayudar pues, quien más, quien menos, todos sabían manejar una cuchara y echar mezcla. Y más que luego, al terminar el trabajo del día salían unas botellitas de tequila (Esas nadie las regaló; las compraron por coperacha) y allí se estaban hasta altas horas de la noche, contando historias y chistes colorados, como en un velorio cualquiera (con la ventaja de que no había ningún difunto).

El portero seguía pidiendo donativos para los “damnificdos”, pero los vecinos los fueron suspendiendo poco a poco. Les pedía, sobre todo, latas de sardinas, que decía que eran muy saludables y tenían muchas propiedades. Pero no le hacían caso, y entonces se dedicó a traer material de construcción para el techo, y se los vendía a precios muy inflados. Pero los vecinos, con tal de no ir a buscarlos, se los pagaban sin chistar. Hasta que un día trajo unas placas de granito y se los quiso vender como mármol. Ese día protestaron todos y lo echaron de su vecindad con todo y placas, que luego no sabía qué hacer con ellas. Al final se las vendió a nuestra vecindad, un día que se habían ido todos a ver el Desfile y sólo quedaron los paralíticos (no son más de tres); les endilgó un discurso, y todos aprobaron la compra. Cuando regresaron los vecinos no se las querían pagar; pero el portero dijo que estaban traicionando la confianza de quienes las compraron (uno es ciego, el otro sordo; y el tercero tiene Alzheimer). Y por no dejar mal a sus parientes, se las pagaron. Y ahí están las placas, junto al agujero del patio: que si alcanzaran para cubrirlo, no estaría mal. Pero no alcanza ni para hacer un pasillo para cruzarlo.

Luego, como había muchos robos en la vecindad “damnificada”, porque muchos tenían que vivir en el patio, les mandó a los guaruras para que vigilaran por la noche. Pero no gratis: se los alquiló. Dejó a nuestra vecindad sin protección; pero ese dinero que le dieron se lo embolsó todo, y dijo a los vecinos que si querían vigilancia la hicieran ellos mismos, organizando rondines o patrullas o lo que fuera; que a los guaruras los pagaba él (Claro que los paga él, pero con nuestro dinero) y que si quería mandarlos a otra vecindad, era cosa suya y nadie tenía que meterse. Ese día no estaba el chavo del 7, y nadie supo contestarle. ¿Pero qué crees que hizo cuando llegó? Se metió a la portería por una ventana y se robó un reloj que dejó el portero en la mesa del comedor. Hubieras visto al portero el día siguiente, insultando a los vecinos, gritándoles a las viejas y dando coscorrones a los niños que se cruzaban en su camino. Total, que esa noche regresaron cuatro de los guaruras y se pusieron a vigilar la portería. Pero lo único que cazaron fue un cacomixtle que se llevaba un elote. Entre todos lo mataron y se lo enseñaron al portero, quien los recompensó con unas palabras de aliento.

Parece ser que ya se terminó este episodio de los “damnificados”. Para quitar los malos sentimientos, el sábado nos pasaron una película que se llama “Nosotros los Rateros”, que nos hizo reir mucho. Un día te la contaré (si me acuerdo).

Te quiere,

             Cocatú

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