CARTAS A TORA CLXXII

Querida Tora: El otro día pasó algo en la vecindad que no sé cómo calificar. Lo único que se me ocurre es la palabra “pánico”...

20 de marzo, 2020

Querida Tora:

    El otro día pasó algo en la vecindad que no sé cómo calificar. Lo único que se me ocurre es la palabra “pánico”. ¿Pero pánico de qué o por qué? Eso ya es más difícil de definir.

    El caso fue que en el King’s se les acabó el papel del baño. ¿Por qué? Imagínate la más inocente de las explicaciones; que se les olvidó comprarlo; o la más tenebrosa: que el encargado de las compras se clavó (así se dice en el argot callejero y escolar) el dinero que le dieron para el papel y se lo fumó (o se lo bebió, no sé qué sea peor). El caso es que los vecinos que no tenían derecho a usar los baños de la vecindad se encontraron con ese problema, y regresaron a sus viviendas comentando el asunto. Y lo que son las cosas: a los 10 minutos ya se decía que había escasez de papel higiénico; eso causó un vivísimo sentimiento de falta de abasto, y toda la vecindad salió a comprar papel higiénico. Y los veías venir, cargados con tres o cuatro paquetes de 12 rollos (Los más prudentes), comentando que los estantes se estaban vaciando rápidamente en el súper mercado. Esto hizo que los que no habían hecho caso del rumor se aterrorizaran y corrieran a buscar papel. Y, claro, en unos minutos agotaron todo el que había en los mercados vecinos.

    Eso no los intimidó, y se fueron a otras colonias a hacer sus compras. Y la gente de  esas colonias, al ver que se llevaban los carritos cargados de papel higiénico, empezaron a hacer lo mismo, sin saber por qué. “Algo debe estar pasando”, se decían. Y cuando ya no quedaba ni un rollo, se formaron grupos de personas indignadas por el desabasto, que exigían mayores existencias de papel.

    Y si vieras las casas… Vaciaron los armarios y closets para guardar el papel. Y si no cabían ahí, lo ponían en la despensa, dentro del horno, en la tina, en la casita del perro, debajo de las camas y encima de la mesa del comedor. Nadie se podía mover dentro de la vivienda. Las muchachas del 42, que trabajan mucho, estaban desesperadas porque no tenían ni en dónde sentarse. Los incróspidos del 56 se volvieron sobrios un rato, mientras conseguían (y fíjate que no digo “compraban”) una dotación suficiente para dos años (así lo dijeron), y ni siquiera podían entrar a su vivienda. Los “ninis” de la azotea quisieron medrar con el infortunio ajeno, y les vendieron todos los rollos que tenían al quíntuple de su precio ordinario; pero cuando fueron a una ciudad vecina a resurtirse, se encontraron con  que allí los vendían a 10 veces su valor, pues la noticia había llegado ya, aumentada y corregida. 

    El del 37, que es muy broncudo, fue al hotel de las muchachas y alquiló tres cuatros para guardar sus paquetes. Ellas se los alquilaron, felices por no tener que trabajar unos días; pero él, bruto como es, exigió “por lo menos un servicio de cada una” incluido en el precio. Ellas se lo concedieron porque, al fin y al cabo, podían usar los paquetes como colchón, pues estaban más suaves que los que tenían.

    El primer problema que se les presentó fue que los paquetes que  almacenaron en las azotehuelas y en el patio se empaparon cuando empezó a llover, y se convirtieron en una masa amorfa y pegajosa que tuvieron que echar al agujero del patio. Hubo un momento en que pensaron que así lo iban a rellenar, pero la masa se comprimía, y no llenó ni la tercera parte.

    ¿Y qué crees? En tres días, los súper mercados se abastecieron nuevamente de papel, y los vecinos no sabían qué hacer con  el que habían almacenado. Lo usaban como pañuelos, como servilletas, para envolver regalos, para escribir cartas (pero se rompía y no se podía leer nada)… y algunos se lo comieron, pues no les quedaba ya dinero del gasto. Unos se indigestaron; otros hasta engordaron, aunque quejándose de la poca (más bien, ninguna) variedad en el sabor de los diferentes rollos, a pesar de que unos decían “Lavanda”, otros “Vainilla”, etc.

    Y todo, por un descuido o un  “desliz” del comprador del King¨s. Lo bueno es que los vecinos ignoran eso; que si no, le irían a exigir una compensación por daños y perjuicios. ¿Te imaginas?

    En la azotea salvamos algunos rollos de papel, que nos sirven para taparnos las noches de frío. La gatita rubia está muy agradecida, porque acaba de tener ocho hijitos (de un padre diferente, por supuesto).

Te quiere

Cocatú

 

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