CARTAS A TORA CLXXI

Querida Tora: El otro día, la señora del 17 tenía que lavar, y fue a una lavandería más o menos cercana, cargando su bulto de...

13 de marzo, 2020

Querida Tora:

    El otro día, la señora del 17 tenía que lavar, y fue a una lavandería más o menos cercana, cargando su bulto de ropa; y pasó allí toda la mañana, sin nadie con quien echar chisme, por lo que regresó muy disgustada. Y en la tarde empezó a quejarse con  las vecinas de que no les arreglan los lavaderos… Ya sabes, lo de siempre. Pero esta vez encontró eco en las demás; y al cabo de unas horas, la vecindad entera se había levantado y quiso exigir al portero solución al problema de los lavaderos.

    El portero estaba nte ervioso. La Flor no había ido a visitarlo desde dos semanas antes, y tuvo que ir con la enfermera, para que le diera sus “cuidados paliativos”. Pero estaba teniendo problemas porque, claro, ya no es tan joven; y, además, la enfermera no tenía más que alcohol del 96, que no le gusta. Y allí estaba, luchando con sus problemas, cuando llegaron los vecinos a “molestarlo”. Salió hecho una furia, porque hasta el momento no había logrado ni empezar. Y cuando escuchó la demanda de los vecinos, se puso peor. Les dijo que él no tenía la culpa de que los porteros anteriores no hubieran atendido sus demandas de lavaderos nuevos; que él intentó darles unos, pero que la mala suerte hizo que se estropearan el día de la inauguración, y que para repararlos necesitaba un dinero que los vecinos no habían querido darle, y que él no tenía por qué pagar lo que ellos habían destruido. Como los vecinos protestaron, les dijo que, en su ansia por estrenarlos, las viejas habían abierto las llaves del agua antes de que el yeso fraguara bien, y que esa fue la causa de que se deshicieran; y cuando le empezaron a gritar, echó dos balazos al aire y les ordenó que se callaran.

    A la vista de la pistola, todos obedecieron (no son tontos) y lo dejaron seguir hablando (yo creo que, en el fondo, sí lo son; pero también son  prudentes). Y se arrancó el portero, diciendo que él no hacía sino pensar en el bienestar de la vecindad; que no dormía, pensando cómo mejorar sus estándares de vida, que se pasaba el día elucubrando (sí, esa palabra empleó, pero nadie la entendió) planes de acción y hasta se olvidaba de comer (mentira, como podrás suponer); que estaba a punto de tener un colapso nervioso por el exceso de trabajo que significaba gobernar la vecindad. Y para probarlo, les anunció que ya había establecido contacto con varias agencias de turismo para que llevaran grupos de turistas a conocer “una vecindad auténtica de la ciudad, con vecinos auténticos” que, además, tenían “las ruinas más modernas del mundo”. Como  no le creyeron, anunció que ya tenía apalabrada la primera visita de turistas para el martes siguiente; que hicieran el favor de limpiar el patio y los pasillos para que pudieran transitar por ellos los extranjeros, y que aprendieran inglés para que les explicaran su forma “auténtica” de vida”. Ahí sí se impresionaron los vecinos, y algunos hasta quisieron expresar su entusiasmo. Pero el portero refrenó sus impulsos, y les dijo que en vez de vitorearlo (lo cual no le gustaba, añadió modestamente) mejor dieran una cuota para comprar globos y papel picado para adornar la vecindad ese día. Y que lo que tenían que hacer en vez de criticarlo era apoyarlo en todas sus empresas y dedicarse a ser felices, felices, felices. Que eso no costaba mucho trabajo si le hacían caso en todo .lo que él dijera, porque el dinero era accesorio, y que las cuotas que dieran eran para bien de la vecindad, y que no fueran codos (“codo”, en este caso, no es la parte del cuerpo que dice la enciclopedia, sino sinónimo de “tacaño”, pero más folclórico).

    ¿Y qué crees? Lo vitorearon, por más que él bajó los ojos modestamente y pidió orden. Y no me lo vas a creer, pero empezaron a dar cuotas espontáneas, porque “era muy importante que en el extranjero supieran la clase de vida que hay en las vecindades de esta ciudad”.

    Pusieron globos, papel picado y cadenas de papel. Algunas vecinas instalaron puestos de fritangas para obsequiar a los turistas, y otras hicieron figuritas de papel con engrudo para vender. Los más aventados sacaron botellas de ron o de tequila para darles una probadita; y la del 42, que es nueva en la vecindad, se puso sus mejores galas para dar “servicio” a quien lo solicitara.

    Pero no llegó ningún turista. El portero dijo que la visita se canceló porque le habían pedido “condiciones extremas de seguridad” para los visitantes; y que eso era un insulto a su dignidad de vecinos auténticos, y se negó a recibirlos. Los vecinos lo apoyaron, se comieron las fritangas y se bebieron  todas las botellas de ron y tequila que había… Y la del 42 tuvo bastante trabajo ese día, curando a los más desilusionados. La enfermera también trabajó arduamente esa noche. Y el portero pudo invitar a la Flor a Acapulco tres días, sin desdoro de sus finanzas particulares.

    Pero al día siguiente, muchos empezaron a preguntarse si en realidad eran tan felices, felices, felices como el portero pregonaba.

    ¿Qué te parece?

Te quiere

Cocatú

 

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