Cartas a Tora CLX

Querida Tora: Tuvimos una posada en la vecindad. Para saber lo que es una posada, consulta la Enciclopedia Inter-Galáctica Tesoro del Saber. Pero solo esa...

20 de diciembre, 2019

Querida Tora:

Tuvimos una posada en la vecindad. Para saber lo que es una posada, consulta la Enciclopedia Inter-Galáctica  Tesoro del Saber. Pero solo esa. Las otras no dan buenas descripciones de esta fiesta. Porque es una verdadera fiesta religiosa y popular. Búscala en los dos incisos, para que la comprendas bien.

Fue a iniciativa de los vecinos, claro. Porque cuando se lo propusieron al portero, les contestó que “el gobierno de esta vecindad no tiene presupuesto para esas frivolidades, así que a ver cómo la costean”. Los vecinos no se arredraron y cooperaron todos (para eso sí, para las fiestas no falla nadie); nombraron una comisión organizadora y ayudaron en cuanto les pidieron.

La comisión y sus ayudantes principales anduvieron muy activos en la azotea, en  los tendederos, en el agujero del patio, en los escombros de los lavaderos, en todas partes (ya luego verás por qué); traían de la calle bultos misteriosos y se encerraban en el 37 gran parte de las noches, preparándolo todo.

En un clima de expectación llegó la gran noche, como dice la canción de Raphael (Enciclopedia, rápido). La parte religiosa, que es el verdadero sustento de la fiesta, la pasaron de prisa y corriendo pues a nadie le interesaba (esto no me lo explico. De las grandes fiestas, va desapareciendo el fondo y queda solo la forma. Lástima). Y llegó la hora de las piñatas.

Primero, la de los niños, que son tan impacientes que ya estaban dando una lata tremenda. Representaba un héroe de video-juegos. La rompió el tercero que pasó a pegarle. Y cuando todos se lanzaron al suelo a recoger la fruta…¡desilusión! Las bolsitas con  fruta estaban colgadas de la reata con  que amarraron la piñata. Fue una broma; pero una broma pesada, porque la mayoría de los niños lloraron y berrearon. Pero todo se arregló repartiendo las bolsitas, y la cosa no pasó a mayores.

Luego vino la de las mujeres, que representaba una rosa grande y medio gacha, pero rosa al fin. Allí sí pasaron  muchas a pegarle, porque algunas ni siquiera la alcanzaban y otras no acertaban a pegarle más que a los concurrentes que se acercaban demasiado. Por fin, la vieja del 31 la rompió. Y el grito de alegría que salió de sus gargantas se les heló en los labios. ¿Sabes por qué? Porque estaba llena de ratones. ¿Te imaginas el corredero de viejas? Y el portero, a la cabeza de ellas, porque les tiene pavor a esos animales y corrió a refugiarse en la portería. Enseguida bajaron  los ayudantes de segundo grado con todos los gatos de la vecindad (yo me escapé de milagro) para que cazaran los ratones. ¿Y qué crees? Algunas viejas lloraron porque  los gatos se los comían. ¿No que les tenían tanto miedo?

Una vez que barrieron las colas de ratones desperdiciadas y los pelos de gato, vino la piñata de los “caballeros” Así, entre comillas,  porque a veces hasta parece burla que los llamen así. El portero anunció que la Flor había dado un obsequio especial para esa piñata, que todos le agradecieron con un aplauso. Y ella, graciosamente, les correspondió con una inclinación de cabeza.

(Aquí, entre nos, las señoras no la aplaudieron. Y algunas hasta le chiflaron. Bajito, para que no se supiera quién había sido).

La piñata representaba una estrella con siete picos (que son los pecados capitales, y eso es muy propio para “hombres de pelo en pecho”, como se califican todos ellos). Y allá pasaron casi todos, haciéndose los que no podían o los que no querían. Y cuando al fin  la rompió el señor del 12, ¿qué crees que cayó? Ropa interior…¡de mujer! Y allá se lanzan todos, a arrebatarse las prendas, a jalonearse, a golpearse y hasta  a mentarse la madre (los que la tienen). Lo peor fue que el del 37 y el del 26 se disputaban el premio especial de la Flor: un brassiere con rositas de organdí. Ninguno cedía, y con el tiempo se formaron partidos, y empezaron a echar porras; y la cosa se puso fea cuando el del 37 sacó un cuchillo y empezó a acercarse  al del 26, que es un señor muy tranquilo (nunca lo habían visto en plan de macho). Las cosas se pusieron  al rojo, y tuvo que intervenir el portero, una vez pasado el susto de los ratones. Empezó por echarles un discurso sobre la solidaridad, les pidió que se dieran un abrazo; pero como no le hicieron caso, sacó unas tijeras, partió la prenda en dos piezas, y dijo que la mitad para cada uno.

El del 37 enarboló su mitad, inició una marcha triunfal, y todos lo vitorearon. El del 26, en cambio se echó a llorar. Su mujer le trajo un  pañuelo, que empapó enseguida, y pidió luego una caja de pañuelos desechables. Tampoco le duraron mucho. Entonces vino la Flor, le dio un beso en la frente, lo tomó de la mano y se lo llevó  al hotel de la esquina. Cuando regresó, casi al amanecer, el del 37 y sus secuaces lo estaban esperando con mariachis. Y su mujer, ya bien entrada la mañana, fue a agradecer a la Flor que hubiera evitado que su marido cayera en una depresión.

Total, una fiesta más que profana.

Te quiere

Cocatú

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