Cartas a Tora CLVII

Querida Tora: Hay un señor, el del 23, que es muy macho y a su esposa le pega por cualquier cosita (o cosota, según él)...

29 de noviembre, 2019

Querida Tora:

Hay un señor, el del 23, que es muy macho y a su esposa le pega por cualquier cosita (o cosota, según él). La trae aterrorizada. Pero el caso es que es tan macho que se trajo a vivir a la vecindad a una señora que tenía en otro barrio “para no tener que salir a deshoras cuando se le ofreciera algo”. Ya te imaginarás cómo se puso la esposa. Pero no le sirvió de nada. Bueno, sí, de pretexto para que le diera otra paliza.

Las mujeres se ignoraban mutuamente, y ni siquiera aceptaban la existencia de la otra. Hasta que un  día que el señor llegó bastante cuspio (beodo, borracho, incróspido, para que entiendas), se llevó a “la otra” a vivir con la esposa, en la misma vivienda. Eso alebrestó a todo el viejerío, y amenazaron con “hacerle pagar cara su osadía” (palabras de la del 18, que se las da de ilustrada); los señores, por el contrario, lo felicitaron y le invitaron unas copas (más bien, botellas).

Las mujeres siguieron ignorándose. Pero un día la esposa, que resultó ser la más inteligente de los tres, le propuso a la otra pasar al ataque. Y así lo hicieron: en cuanto el señor terminaba con una, la otra se presentaba a requebrarlo, y el macho (¡Cómo no!) se apresuraba a cumplir. Terminaba, y ya llegaba de nuevo la primera. Al principio, el fulano estaba muy contento, y presumía su situación a los vecinos (“para que vean cómo las traigo”, dijo más de una vez). Pero llegó un día que, a las cuatro de la mañana, ya lo único que quería era dormir; porque, como luego confesó, “no le importaba lo duro, sino lo tupido”. Y llegó el día en que empezó a decir que le dolía la cabeza, que tenía que madrugar o que estaba indigesto. Pero ellas insistían, lloraban, suplicaban… Y tenía que ceder.

Por fin, un día se les escapó. Después de la tercera se salió por la ventana a la azotehuela y quiso pasarse a la vivienda de junto. Encontró una ventana abierta, pero al entrar se rasgó el calzoncillo con un clavo, y se le cayó, así que el dueño lo encontró desnudo en la recámara. Y lleno de cólera (le salía hasta por las orejas) cerró la puerta, sacó su chicotito y empezó a pegar. Primero a su mujer, por “adulterio flagrante en grado de tentativa”; luego a él “por la exhibición impúdica de sus vergüenzas en lugares santos”. (el del 24 es muy aficionado a las series de abogados que pasan por televisión).

El caso es que el del 23 no se pudo sentar en más de quince días, y acostado también estaba muy molesto. Pero lo que más temía eran las curaciones que sus mujeres le hacían. Y es que, sin  que él se diera cuenta, lo que hacían era ponerle alcohol en la carne viva. El hombre se retorcía con los ardores, pero ellas le decían que se aguantara, que era por su bien. Lo peor fue cuando la señora del 24 fue a “ayudarles”; y lo que le puso fue vinagre (y yo creo que hasta ácido muriático, aunque no se atrevió a decirlo). Y aprovechando su impotencia, “la otra” se fue de la casa, diciéndole que no la iba a encontrar jamás, porque “se iba a esconder muy bien”.

Las curaciones tardaron en sanar más que las llagas originales, y el señor caminaba de lado, balanceándose en forma muy extraña. Y el del 24, cada vez que lo encontraba en el patio, le enseñaba el chicotito, y el pobre echaba a correr (es un decir, porque la velocidad lo lastimaba mucho)  pero ni por esas escarmentó,  se consiguió otra señora en una vecindad cercana. Pero ya no se atrevió a llevarla a vivir con su esposa. Algo se ganó, al fin y al cabo.

Pero, a pesar de todo, los señores de la vecindad lo consideran una especie de héroe malogrado, y con  frecuencia le piden que les cuente sus experiencias. El del 23 no se hace de rogar; por el contrario, cada día tiene una nueva experiencia que contar.

Hasta la próxima, que ya salió la luna y tengo que salir a contemplarla. Por si no lo sabes, los gatos hacemos una figura muy estética cuando maullamos a la luna.

Te quiere

Cocatú

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