Cartas a Tora CLII

Querida Tora: ¡Qué susto nos llevamos el otro día en la vecindad! Resulta que a media mañana se empezó a oir una canción muy vieja...

11 de octubre, 2019

Querida Tora:

         ¡Qué susto nos llevamos el otro día en la vecindad! Resulta que a media mañana se empezó a oir una canción muy vieja llamada “Adiós, Mundo Cruel”, tocada a todo volumen. Y dos minutos después hubo gritos, y la gente señalaba a lo alto. Y es que en el pretil de la azotea estaba parado uno de los hijos de la señora del 43. Pero no contento con la altura que tiene la azotea, puso un banco de cocina sobre el pretil, y allá se encaramó él.

         Muchos corrieron a  los pasillos del primer piso y otros a la azotea, a ver qué podían hacer. Pero en cuanto se acercaban, el muchacho los amenazaba con saltar al vacío, por lo que todos se quedaron a muy prudente distancia. Algunos empezaron a preguntarle por qué se quería suicidar; otros le decían que la vida era bella, que pensara en sus papás, y cosas por el estilo. La mamá estaba en primera fila, estrujándose las manos, casi sin poder hablar. Y en medio de todo el escándalo que se armó, el muchacho señaló de pronto a la madre y le dijo “¡Tu tendrás la culpa de lo que me pase!”. No veas cómo se puso la señora, que se desmayaba, pero antes de caer al suelo se levantaba y gritaba “¡No! ¡No lo hagas! Perdóname”.

El muchacho, implacable, le seguía apuntando con un dedo acusador, al grado que la madre optó por taparse los ojos y llorar, sin que se le entendiera lo que decía. Los vecinos ya empezaban a mirarla con mala cara; sobre todo, cuando el muchacho empezó a llorar y a decir que su vida no tenía sentido,  que se arrepentía de haber nacido, que detestaba a sus padres por haberlo engendrado; y que si se quitaba la vida era porque la madre le había confiscado el celular y así, la verdad, no valía la pena vivir.

Los vecinos estrecharon el cerco alrededor de la madre, insultándola por tener una conducta tan negativa con su hijo; y algunas empezaban a agredirla, cuando la Mocha apareció entre ellas y las increpó duramente. Les dijo que ese muchacho se pasaba el día y la noche pegado “al telefonito ese”, y que a veces no quería ni comer porque eso exigía ocupar los dedos en otra cosa; que los padres le habían pedido cientos de veces que dejara ese vicio y se preparara para el futuro,  pero que él contestaba que no necesitaba pensar en el futuro, que así era feliz, y que lo dejaran en paz. Luego, la Mocha le dijo al muchacho que brincara; que no le iba a doler, porque el suelo era tan duro que ni lo iba a sentir; que el espectáculo de su cabeza abriéndose como chirimoya madura les iba a encantar a los vecinos y, sobre todo, a los niños que ya esperaban su caída; que la sangre derramada iba a marcar la vida de mucha gente, y de eso nadie tendría la culpa sino él y su teléfono celular.

Y no contenta con eso, ¿qué crees que hizo la Mocha? Fue derecho hacia él y extendió los brazos para empujar el banquito. El muchacho se aterrorizó y brincó, pero hacia la azotea, no hacia el patio, y se soltó chillando como cochino machucado. La madre corrió a abrazarlo; pero no fue necesario, porque él se agarró a ella y no la soltaba, y le empapó el delantal con  sus lágrimas y sus mocos. Lloró hasta que se cansó y se quedó dormido en los brazos de la del 43, que lloraba más que él.

Los vecinos se retiraron, medio desilusionados porque, al fin y al cabo, no había sucedido nada, y censurando a la madre por “no haber sabido educar al muchacho”. Solo la Mocha se quedó a acompañarla y le ayudó a llevar al hijo a su vivienda. Allí, el muchacho prometió solemnemente enmendarse y volver a la secundaria¸ y en ese momento se puso a hacer la tarea de álgebra de la semana anterior.

La Mocha ya se iba cuando llegó el portero, exigiendo a la señora que bajara a barrer el patio, porque durante todo el tiempo que duró el evento (así dijo) la gente había estado comiendo palomitas y cacahuates o fumando, y lo habían  dejado verdaderamente asqueroso. La señora pidió perdón y cogió la escoba; pero la Mocha echó al portero con cajas destempladas y le dijo que él tenía la obligación de limpiar el patio, que para eso se le pagaba. El hombre se fue con  la cola entre las patas (no sé por qué dicen así, pues ningún humano  tiene cola), y todo volvió a la normalidad.

Por lo menos, eso espero. Pero con muchachos como el del 43, nunca se sabe. Hasta la próxima.

Te  quiere

Cocatú

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