CARTAS A TORA 210

Querida Tora: Hace mucho que no te hablo de la Mocha. Aquí tiene simpatizantes, pero también hay muchos que la detestan. Ni tanto ni tan poquito. A mí me  cae bien, la verdad sea dicha. Vas a...

22 de enero, 2021 CARTAS A TORA 331

Querida Tora:

Hace mucho que no te hablo de la Mocha. Aquí tiene simpatizantes, pero también hay muchos que la detestan. Ni tanto ni tan poquito. A mí me  cae bien, la verdad sea dicha. Vas a ver lo que pasó el otro día.

La Mocha tiene un niño que recogió porque lo abandonaron en la puerta de la vecindad (de la portería, pero eso no se puede decir en voz alta), que ya debe tener tres o cuatro años, no sé bien. Lo quiere y lo cuida como si fuera su propio hijo. Pues el niño enfermó y ella se dispuso a llevarlo al médico. Pero el portero, obsequioso y servicial, le dijo que lo llevara al Seguro Vecinal, que la enfermera sabría atenderlo muy bien. Para su desgracia, la Mocha le hizo caso.

Desde el primer momento, notó que la enfermera no quería recibirlo. El niño tenía un cuadro de resfrío muy fuerte, y la enfermera dijo que le diera un tecito de manzanilla y que le pusiera unos chiquiadores de ruda. Así se hizo. Pero el niño empeoró. La Mocha lo volvió a llevar; pero como el niño tosía mucho y hacía mucho frío, le pidió a la enfermera que lo dejara dormir en el consultorio. La mujer aceptó, a regañadientes. La Mocha se quedó también (en una silla muy dura), no vayas a creer que lo abandonó.

Hacia la madrugada, el niño empezó a jadear, porque no podía respirar. La Mocha, alarmadísima, trató de despertar a la enfermera para que hiciera algo. ¿Pero qué crees? La mujer no respondía: estaba como desvanecida, totalmente desmadejada. La Mocha pensó en llevarse al niño y buscar a un médico, pero el riesgo era muy grande. Le echó a la enfermera una cubeta de agua fría, y no hubo  reacción. La abofeteó: tampoco. La tiró de la camilla donde dormía: como si nada. Y al niño ya le faltaba el aire.

Entonces, la Mocha empezó a buscar en las gavetas. Encontró un alcohol alcanforado, e inmediatamente le dio al niño una buena friega. Eso lo calmó un poco. Luego encontró unas botellitas que decían “antibiótico”. Pero eran inyectables, y ella no sabía hacerlo. Sin embargo, comprendió que no había otro remedio y, encomendándose a sus santos favoritos, le administró uno de ellos.

Desde luego, ya no pudo volverse a dormir. Y al clarear, oyó al niño que la llamaba. Ya estaba casi normal. Pero en cuanto consideró que era una hora apropiada, lo levantó, lo envolvió muy bien, y salió en busca de un médico. La enfermera seguía en el quinto, o en el décimo, sueño.

El médico dijo que había hecho muy bien en administrarle lo que le había dado, pues eso había evitado males mayores; le dio una receta. La Mocha regresó a la vecindad, ya más tranquila, y fue a ver a la enfermera para reclamarle su proceder de la noche anterior. La encontró dormida. Entones, fue a quejarse con el portero.

Este defendió a la enfermera, diciendo que era una mujer muy profesional y muy sabia, y que algo debía haberle ocurrido para hallarse en ese estado, y le prometió hacer una investigación. La Mocha se fue a su vivienda, pues el niño la necesitaba, y se olvidó del asunto. Pero yo no. Anduve rondando el consultorio hasta que el portero llegó, levantó a la enfermera casi a patadas y la increpó groseramente por no haber atendido como era debido a un miembro de la comunidad. La enfermera se defendió diciendo que ella enseguida vio que el niño tenía casi una pulmonía, y que ella no sabía atender eso; que se imaginó que durante la noche se pondría peor y que, como no quería responsabilidades que no le correspondían, se tomó unas pastillas para dormir, y que se alegraba de que el niño ya hubiera mejorado. El portero se indignó (yo también, no vayas a creer); le dio unas cachetadas, y le dijo que él la había puesto allí  porque sabía que no tenía trabajo, y que le debía agradecer el empleo y hasta el título de enfermera que le mandó hacer en Santo Domingo, y que su deber era atender a los enfermos; que si empeoraban o se le morían no era culpa de ella sino de sus parientes por no haberlos llevado antes con un médico. Y añadió que si volvía a pasar algo así, la echaría de la vecindad.

La enfermera se echó a llorar, prometió todo lo que le exigió, y le dio sus “cuidados paliativos” para contentarlo. Yo ya no asistí a eso, porque no me gusta meterme en esas cosas, pero me fui muy molesto con  la enfermera, con el portero y con la humanidad en general. Aunque, claro, unos no tienen la culpa de lo que hagan los otros. Ya ves la Mocha: se arriesgó, pero salvó a su niño, que es lo bueno. Y hasta la próxima, a ver si tengo algo más bonito que contarte.

Te quiere,

Cocatú

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