Cápsula del tiempo: El ropero de la abuelita

“Vivimos en un mundo de símbolos, la mayoría de los cuales no son comprendidos por ignorancia, o son considerados como algo tan natural que pasamos...

18 de diciembre, 2018

“Vivimos en un mundo de símbolos, la mayoría de los cuales no son comprendidos por ignorancia, o son considerados como algo tan natural que pasamos por alto su verdadera significación… el símbolo es un tesoro que viene del pasado y encierra un significado para el presente; no fue algo inventado por los hombres; surgió naturalmente de la necesidad de expresión en un medio que trasciende las limitaciones de las palabras y que expresa, sin embargo, un lenguaje que puede ser comprendido por todos.” – J. C. Cooper / El simbolismo, lenguaje universal. Ed. Lidiun.

El preámbulo anterior me sirve para llegar al tema que revisaremos hoy en la cápsula del tiempo: las tarjetas navideñas, las cuales históricamente datan del año 1843 en el Londres de aquélla época y que representaban flores, hadas y otros diseños imaginarios que evocaban la llegada de la primavera. Las tarjetas navideñas vieron la luz por primera vez en 1840 con la reina Victoria en el Reino Unido. Desde sus inicios, las tarjetas de Navidad han sido objetos de colección, la reina María de Inglaterra reunió una gran colección que ahora se guarda en el Museo Británico. Los ejemplares de la edad de oro de la impresión (1840s-1890s) son especialmente estimados y se venden en grandes sumas en las subastas.

Con la evolución de la tecnología, enviar mensajes es cosa de un “click” vía teléfono celular, tablet o computadora gracias a la magia del Internet; en un sentido estricto, la intención inicial de una tarjeta navideña es hacer llegar nuestros mejores deseos a quienes amamos; sin embargo, como símbolo va más allá pues sabemos que las imágenes dicen más que mil palabras y si a eso agregamos un diseño especial o una elaboración manual, estamos hablando de un objeto no sólo coleccionable sino entrañable. Algunos pares de mi generación y anteriores; sin duda, recordarán aquéllas tarjetas musicales que bastaba abrir para poder escuchar tonos de villancicos o de música clásica (por ejemplo, el cascanueces) entre otros, quizá un asunto demasiado cursi pero que encerraba en sí mismo emociones, sensaciones y toda una experiencia pero además, la colocación de una tarjeta en el árbol de navidad era señal inequívoca de que se hacía presente la persona que la enviaba u obsequiaba, tal persona estaba ahí, acompañándonos junto con sus buenos deseos de navidad y fin de año; representaban como pequeñas ventanas de amor.

En el universo de lo creativo, una tarjeta postal significa también arte, religión, espiritualidad y tantos significados como elijamos dar a algo que recibimos en una época en la que no se trata sólo de seguir celebrando un nacimiento celestial, sino que por naturaleza corresponde al tiempo para hibernar, para recogerse, para asimilar todo lo acontecido durante un año y que nos sirve para visualizar lo que queremos o esperamos del año por venir. Todo eso y más representado a través de una impresión o de un dibujo o de un diseño o de una elaboración creados ex profeso para brindar a las personas cercanas a nosotros y que hoy en día, están en peligro de extinción sino es que han casi desaparecido por completo del imaginario colectivo porque, ¿de qué sirve una tarjeta postal navideña? O ¿para qué utilizar un servicio de correo postal obsoleto que demora días enteros en llegar al destinatario?

No es necesario correr ahora  mismo y comprar la primera tarjeta navideña que encontremos en el centro comercial, también es posible crearlas nosotros mismos como un gesto de afecto pero también de distinción para quien la recibe y no requerimos materiales costosos, basta con un poco de papel, colores y montones de creatividad pero principalmente, un millón de buenos deseos que sirvan de motivación para empezar el próximo año con las pilas recargadas y con la certeza de que estamos rodeados de profundo amor.

¡Felices fiestas!

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