Aquel 2 de noviembre de 1907

Pasaje histórico-literario paceño Pasaje histórico-literario paceño Con motivo de la honorable y muy cercana celebración del “Día de Muertos”, considero oportuno evocar un singlar hecho literario dado en esta ciudad capital hace ya prácticamente ciento nueve años....

2 de noviembre, 2016

Pasaje histórico-literario paceño

Pasaje histórico-literario paceño

Con motivo de la honorable y muy cercana celebración del “Día de Muertos”, considero oportuno evocar un singlar hecho literario dado en esta ciudad capital hace ya prácticamente ciento nueve años.

El 15 de noviembre de 1907 fue publicado en el periódico local “El Distrito Sur”, una triste aunque bella prosa poética IN MEMORIAM de la Srita. Profra. Ascensión González; inspiración de un temperamental caballero de aquella época de nombre Santiago G. Barbosa. A través de las finas expresiones del autor podemos apreciar eso que llaman “el melancólico placer de los recuerdos”.
He aquí su trabajo titulado:

“El 2 de Noviembre”

El cielo era azul, cubierto a veces por ligeras nubes blancas, que ocasionaban preciosos variantes de luz, y, por lo mismo, al contemplar los objetos, produciendo con esto, en el órgano de la visión, extrañas sensaciones; pero sobre todo al admirar de los árboles las ramas cubiertas de hojas amarillo-anaranjado y verde obscuro. Todo me parecía desacostumbrado: la naturaleza, besada por un aire frío, símbolo del ósculo homicida de la muerte, hizo que mi espíritu, profundamente abstraído, se entregara a la recordación de la insalvable ausencia de seres para mí queridos e inolvidables.

¡Ay… cuán triste es traer a la memoria los días felices que pasamos al lado de nuestros padres, de nuestros hermanos y de nuestros amigos ausentes! Algo arrancan del espíritu y de la vida las lágrimas que se vierten en presencia de sus recuerdos; pues en fuerza de la memoria y de la imaginación, el alma tiembla y cae de rodillas ante el santuario del cariño que profesamos a los seres que fueron una emanación de nuestro origen o que fraternizaron por semejanza de carácter.

Casi todas las personas van pensativas al panteón público “San Juan”. Vestidas de luto llevan coronas de flores blancas, recogidas en el jardín de los cariños indestructibles a la acción amenazante del tiempo y la distancia; “siempre vivas” que en breve colocarán sobre el palmo de tierra donde cayó exánime (la) que en un tiempo comulgó con nuestras ideas y soñó con nuestras esperanzas.

¡Oh!… y el cielo, no obstante sus más o menos interrumpidos variantes, continúa azul, interceptada su hermosa claridad por ligeras nubecillas blancas: la tarde, que ya había llegado con sus encantos, da vida con artístico pincel al cuadro inimitable de la naturaleza, retocando, allá a lo lejos, sublime crepúsculo: el fenómeno más sorprendente que en mi peregrinación he contemplado absorto por completo.

Llegué, por fin, muy emocionado al lugar santo, a la mansión de los felices viajeros, y solo, siempre solo, recorrí sus calles, pudiendo contemplar muchas ofrendas, llamándome sobremanera la atención, una, por la originalidad de las flores que la constituían: “margaritas” y “no me olvides”, que adornaban con sencillez, humilde cineraria.

¿Y por qué, me dije, tiemblan esas flores cuando las veo? ¿Por qué asoman en sus pétalos misterioso llanto…? Después de grande abstracción; ¡Ah! Me dijo una voz como el último murmullo de la tarde aquello: “es que las raíces de esas plantas sensibles atan fuertemente al ataúd de esa alma infortunada, que todavía sufre la amarga decepción de lo que impropiamente se llama vida”. La hora de los recuerdos fue muriendo como se extingue la existencia, y Véspero asomaba con claridad siriana cuando me dirigía a mi alcoba lóbrega.

NOTA: Exactamente al cumplirse un siglo de escrita esta prosa poética, es decir, en la tarde del 2 de noviembre de 2007 me presenté a ese panteón de “Los Sanjuanes” y, al igual que su autor, recorrí sus calles, contemplé coronas de flores blancas ofrendadas a los difuntos, y recordé con nostalgia a mis familiares y amigos ya idos. También el cielo se mostraba azul, pero no vi esas “ligeras nubes blancas”, -¿efectos del actual cambio climático-?, que exactamente un siglo atrás vio el caballero Santiago G. Barbosa. Amigos lectores, en ustedes queda imaginar qué significa la expresión que éste dirigió en el escrito a la señorita profesora Ascensión González: “… (la) que en un tiempo comulgó con nuestras ideas y soñó con nuestras esperanzas”.

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