Apuntes sobre la razón, la ilusión y la barbarie

Existe un peligro con la razón, porque (sin quererlo; es decir, de manera natural, ya que es su esencia)…   Existe un peligro con la razón, porque (sin quererlo; es decir, de manera natural, ya que es...

23 de marzo, 2017
hugo

Existe un peligro con la razón, porque (sin quererlo; es decir, de manera natural, ya que es su esencia)…

 

Existe un peligro con la razón, porque (sin quererlo; es decir, de manera natural, ya que es su esencia) intenta eliminar las ilusiones: dejarla actuar de manera tiránica nos desnaturaliza, nos barbariza. Así lo piensa Leopardi.

Así como el delirio es un mecanismo por el cual el cerebro trata de evitar la verdadera locura, la ilusión, la imaginación, nos salva, nos vuelve naturalmente humanos.

La esperanza es parte de la ilusión. No ir sino a su búsqueda es propia del ser humano. La decisión siempre de elegir, de tomar uno u otro camino, decidir, elegir alguna cosa, algún destino, es propia de un acto donde influye de manera concreta la razón.

Sin embargo, no podemos elegir tener ilusiones porque éstas nacieron con nosotros; es decir, aparecen sin más, sin ninguna instrucción razonada –la razón se utiliza inmediatamente después de imaginar- y así nos libera de la carga de elegir (alguien dice que la verdadera perfección radica en la no-decisión. Ser verdaderamente libres es no tener que inclinarse por una u otra cosa).

Imaginar es llegar e irse, aparecer o desaparecer, formarse o deformarse, realizarse en esos sueños que se van construyendo con una serie de elementos lógicos e ilógicos. La construcción, el sentido de lo ilusorio, es trabajo de la razón, ya que da sentido, arma el rompecabezas y entonces, ¡ah!, la expresión, la delicadeza de mirar uno de los infinitos lados del mundo.

La imaginación nos conduce a lo incierto, a las imágenes que encadenan otras y otras y el azar, y se ayuda de las experiencias, de los recuerdos, de tantas cosas que almacenamos, y sin embargo es nuestra salvación para ser menos bárbaros, menos violentos.

Pero ésta vive aparte y se comunica de extrañas maneras que no creemos reales (que puedan cohabitar con lo aparentemente lógico), que a veces desdeñamos, porque somos escépticos, porque la cercanía a la posibilidad de otras diferentes verdades asusta, porque puedes ser juzgado y tildado de loco, cuando los locos son esos otros que se van convirtiendo en algo mucho más frío, algo más parecido al metal, al automatismo interno.

Ilusionarse es no mirar el mundo tal cual es, porque “para llegar y ver el mundo tal cual es hay que aceptar estar siempre en lo complicado, lo confuso, lo impuro, lo vago” (Bourdieu).

Verse realmente desnudo, con sólo el conocimiento y la razón, terminaría con nosotros: “la pérdida del hombre radica en el hecho de ser consciente de sí mismo y su entorno”: “la salvación yace en su inocencia”. E imaginar e ilusionarse y soñar es cosa de niños, es cosa de los locos que viven siempre en otra parte, ¿no?

La locura está en la barbarie, en ese desequilibrio de las cosas, en ese cuerpo nuestro fragmentado y que de tanto no nos reconocemos.

La razón por encima de las ilusiones es darle un poder dictatorial, embadurnarla de una lógica pedante e impositiva.

El conocimiento nos hará libres, nos dicen y lo creemos, de cierta manera es cierto, pero no del todo.

El conocimiento –entendido de manera vulgar como simple conocer-, el saber por el saber, la lógica sobre la posibilidad, sobre el quizá, sobre el “por qué no de esta otra forma”, sobre la duda, sobre la contradicción, sobre el cerrar los ojos y pensar en que todo puede ser distinto, que el camino de la razón no es único ni tampoco un paraíso -una salvación que no está alejada de la idea cristiana que, paradójicamente, atacan y desdeñan muchos doctos-; la lógica sobre la poesía, sobre las artes que no tiene un valor aparente, práctico, utilitario.

La ilusión, la imaginación, evitará la caída del hombre. Así como consiguió establecer y continuar a la especie humana, puede salvarla: sortear su locura.

Habrá entonces que tener cuidado de las ideas dogmáticas que algunos “expertos” o científicos quieren imponer, ayudándose de una lógica (quizá influida por la ilusión de un mundo mucho más sistematizado, mecanizado) “real”, verdadera y por ende única, que tienen como finalidad anular los pensamientos, ideas e ilusiones de los demás -¿para hacer más manejables a los seres humanos, moldearlos a la forma que les conviene?

No es anular la razón sino hacerla que actúe desde su posición natural y no utilizarla en contra de la imaginación, para no caer en un futuro elegido por los que dicen tener la verdad de las cosas, para que no terminen decidiendo nuestro destino como especie, esos otros que ya no sólo nos han dicho que el “ser”, el alma, no existe sino tampoco la ilusión de ésta.

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