Aprender a contar cosas

En Tijuana se están haciendo lentos ajustes en el tema del transporte público, todos gustan y no. En Tijuana se están haciendo lentos ajustes en el tema del transporte público, todos gustan y no. Como todo, a...

10 de julio, 2017
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En Tijuana se están haciendo lentos ajustes en el tema del transporte público, todos gustan y no.

En Tijuana se están haciendo lentos ajustes en el tema del transporte público, todos gustan y no. Como todo, a nadie se le da gusto por completo. La Ruta Troncal o Sistema Integral de Transporte de Tijuana (SITT) funciona a la medida de muy pocos ciudadanos, la prueba es que las estaciones de ascenso y descenso luces solitarias, en algunas, un aburrido guardia pasea de ida y vuelta como esposo esperando que nazca su bebé. Los autobuses no recorren la ruta con pasaje completo, aunque esos pocos tienen la ventaja de no atorarse en el tránsito caótico de la ciudad.

Ayer, en transporte público hice un largo recorrido por Tijuana casi de punta a punta, un tramo que dentro de otra lejana realidad tomaba una hora. No, ni el autobús nuevo y el SITT, me servían para el destino que llevaba, y no les servía a miles más. Esta vez, y considerando que era hora pico en viernes, tomé la precaución de salir dos horas antes y aun así, llegué tarde a la cita.

Las unidades del transporte han ido renovándose paulatinamente, ya hay muchas nuevas que se revuelven con las viejas y destartaladas. Los choferes, algunos ya se bañan, se peinan, se fajan la camisa y los más atrevidos usan corbata y zapatos lustrados. Los nuevos taxis, son de techos altos para evitar que la gente se vuelva loca con tantos golpes en la cabeza al subir y bajar, aunque la locura puede aparecer porque ningún chofer prende el aire acondicionado de la unidad.

Hacía calor, mucho calor y aunado al tránsito tan pesado, la escena dentro de cada taxi era la misma, cabezas salidas por las diminutas ventanas y quienes no alcanzaron ventanilla, sudábamos profusamente, eran las tres de la tarde, era medio día de ajetreo de la gente, entonces no me atrevo a detallar los olores.

La ventana de mi lado no abría y la única abierta estaba ocupada por dos cabezas que impedían que el aire circulara dentro. Mi cabello creció muy chino, aún tiene un largo imposible de peinar e intenté para mi cita, alaciarlo lo más posible, iba muy peinadita. Quienes saben lo que sucede con el calor y la cabeza sudando, podrán imaginar cómo llegué a mi destino.

Una persona, sentada adelante, a un lado del chofer, habló por teléfono durante todo su trayecto y nos enteramos de cuántas veces la ha dejado plantada su novio y la oportunidad que le daría una vez más, dijo que su mamá había hecho sopa de habas y que sus hermanos ya estaban en vacaciones. Habló con la otra persona, acerca de lo que hizo otra amiga que quiere mucho solo que la odia a veces y le contó que su vecino está guapísimo y que tiene una novia horrenda. Cuando se bajó, todavía hablando por teléfono, aventó la puerta dando un portazo. Al mismo tiempo, el joven sentado en medio, le dijo al chofer que la ventana no abría y lo regañó por no arreglarla. La señora de junto, a punto de la histeria le gritó al chofer por no prender el aire acondicionado, dos personas en la parte trasera, hablaban de lo maravilloso que es el transporte público en San Diego, y otro se quejó porque subieron las tarifas.

El chofer no aguantó más “¡Apláquense todos!, ustedes quieren que la tarifa no incremente y no cuidan las unidades. La muchacha esta, cerró la puerta para siempre, otro me descompuso la ventana y todos me dejan su basura. Yo no descompongo el taxi, ni rompo o rayo los asientos, eso lo hacen ustedes. Todos tenemos calor, vivimos en el mismo caos y no tengo ganas de pelear con nadie, así que, apláquense todos”.

Seguimos el recorrido todos en aparente calma, nos rendimos ante la desfachatez del desorden que existe en la ciudad, un lugar en el que cohabitan casi dos millones de personas y en la que a veces parece que parte esos millones tiene auto y salen al mismo tiempo y en la misma calle, el otro millón andamos trepados y arremolinados en el transporte público y los poquitos restantes, van cómodamente en el autobús de la ruta troncal riéndose de todos los demás.

Así se vive todos los días la decadencia que impera en Tijuana, es el panorama diario al que nos enfrentamos: taxis llenos de usuarios peleándose con los choferes, autos desconchinflados por tanto bache, obras del municipio que cierran las calles, alcantarillas que escupen toda clase de olores, puestos ambulantes de comida instalados junto a esas alcantarillas apestosas, indigentes, deportados y adictos que no encuentran su lugar. Los apenas visibles turistas recorriendo a paso lento la avenida Revolución, el nefasto conflicto de todos los transportistas y sus agresiones, el tránsito desordenado, semáforos desincronizados, alumbrado público fundido, tienditas picaderos por todos lados.

Todos tenemos una historia que contar, todos podemos repetir los cuentos que nos cuenta el gobierno. Con el ceño fruncido, hemos aprendido a contar cómo viajamos en un taxi incómodo, a contar los cerros de basura, a contar los baches y tristemente también hemos aprendido a contar muertos.

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