Es ya sabido que muchos empresarios que se tambalean en sus finanzas se dedican a políticos. Por eso no es nuevo que Donald J. Trump sea precandidato a la presidencia de los Estados Unidos de América.
También nos ha quedado claro que el candidato que llega a la victoria es aquel que logra caerle bien a la clase empresarial y eso se consigue emitiendo opiniones favorables hacia los prejuicios y mostrando interés –que puede o no ser auténtico– en los proyectos que tenga a largo o corto plazo dicha clase social.
Ese debe ser el afán que ha llevado al Sr. Trump a meter a todos los mexicanos en el saco de criminales, violadores y acarreadores de drogas, pero se le olvida que son sus connacionales anglosajones quienes integran el mayor número de consumidores adictos en el mundo. No en balde se fundó Alcohólicos Anónimos en la Unión Americana.
Esta actitud contrasta con los modales de Jeb Bush, quien se ha tomado la molestia de aprender el idioma español para dirigirse a las comunidades latinoamericanas residentes en Miami.
El talante es lo que distingue a los nuevos ricos de los que son de abolengo, aunque no haya fortuna que no esté originada en alguna forma de latrocinio.
No olvidemos que Donald J. Trump es dueño del concurso Miss Universo. Un evento que, si lo vemos tal cual, no es otra cosa que tráfico de personas forrado de oropel.
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