En cuestión de segundos

Habitualmente no escribo sobre situaciones personales, aunque todos saben que llevo siete meses en la lucha para que… Habitualmente no escribo sobre situaciones personales, aunque todos saben que llevo siete meses en la lucha para que mi...

19 de junio, 2018
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Habitualmente no escribo sobre situaciones personales, aunque todos saben que llevo siete meses en la lucha para que…

Habitualmente no escribo sobre situaciones personales, aunque todos saben que llevo siete meses en la lucha para que mi madre, con 71 años cumplidos (72 el próximo mes) se recupere de una fractura de cadera derecha provocada por una caída simple en noviembre del año pasado y que ha tenido una serie de complicaciones. Su última estancia hospitalaria de siete semanas ha significado un parteaguas del que no daré detalles en este medio porque para eso escribo en www.nantlidigital.com, pero viene a cuento porque el cambio en la dinámica de vida cuando se tiene plena conciencia del aquí y el ahora, brinda la oportunidad para reflexionar profundamente y recordar que la vida es fugaz y en un giro de llave nos puede cambiar el horizonte sin previo aviso.

En ese tenor, me encontré con dos colaboraciones del señor Ruiz-Healy en su columna diaria y no puedo evitar comentarlas porque me parece que es importante voltear la mirada a otros temas que no sean las elecciones o el mundial o la serie del momento o la nota roja.

El lunes pasado, nos enteramos sobre la conferencia que dio a egresados de la Universidad de las Américas Puebla y lo que llamó mi atención fueron las ideas que transmitió en un mensaje que él llamó improvisado pero que yo siento fue dictado por la experiencia, la calidad y la calidez humana que tiene como el gran orador que es y que, para ser francos, a mí también me hubiera gustado escuchar en mi ceremonia de titulación de la licenciatura, pero agradezco haberlas leído en este momento de mi vida: “Si no les gusta su trabajo, busquen otro o quítenle la chamba a su jefe” . En mi historial, he renunciado a todos los empleos que tuve excepto al penúltimo en el que elegí el despido para que me liquidaran conforme a la ley (había que sanear las finanzas personales) pero mi bandera ante los que se quejaban de ser explotados o no reconocidos por su trabajo siempre fue la renuncia, no en un sentido de ser perdedor sino de recuperar la valía y descubrir que afuera de toda oficina yace un mundo por explorar y oportunidades nuevas que aprovechar, lo cual significa el pase automático a la libertad y la felicidad pero sí, antes de dar el paso a la renuncia escalé todos los organigramas de las estructuras en las que estuve, no llegué a la dirección general porque esos son puestos ganados por asignación entre los gremios, pero eso lo entendí muchos años después. La segunda idea predilecta fue: “Acepten los fracasos y las tragedias. No están solos.” Algunos crecimos bajo la idea de que el fracaso es la peor vergüenza en la vida, quien “fracasa” en su matrimonio o en su carrera profesional es un perdedor o un tonto y quien enfrenta una tragedia es alguien frágil a quien todos deben sobreproteger, impidiéndole evaluar sus posibilidades y solicitar ayuda específica, confirmar que no está solo como no lo está quien pierde a un ser querido, quien es despedido, quien se divorcia, quien es padre/madre soltero/a, quien es huérfano, quien es adicto y así sucesivamente porque nuestra historia siempre parecerá cosas de niños o un verdadero infierno si la comparamos con otras pero no es la única y cuando se descubre que otros han recorrido el mismo camino que nosotros, la vergüenza y el miedo desaparecen porque en efecto, no estamos solos.

Me entusiasmó la idea de su participación en una universidad que no sólo fue su alma mater sino que pudo ser la de una amiga muy cercana de la infancia, cuyos padres temerosos de dejarla ir a estudiar lejos de ellos, la empujó a una vida de maternidad siendo muy joven, ojalá ella hubiera escuchado palabras semejantes en ese momento.

El viernes, Ruiz-Healy nos entregó un extracto del reporte Freedom in the World 2018 que anualmente prepara Freedom House, una organización no gubernamental (ONG) con sede en Washington D.C. en el que se clasifica a México como un país parcialmente libre que enfrenta serios problemas causados por “la violencia perpetrada por delincuentes organizados, la corrupción entre funcionarios del gobierno, los abusos contra los derechos humanos por parte de actores estatales y no estatales, y la impunidad desenfrenada” y nos alerta sobre la decadencia de la democracia a nivel mundial, un asunto que debería preocuparnos e impulsarnos a informarnos y pensar bien en el voto útil que otorgaremos el próximo 2 de julio.

Las idas y vueltas al hospital, las desveladas, los momentos de tensión en cada informe médico posterior a una cirugía y todo lo demás que he vivido en las últimas semanas han ocupado mi mente y mi corazón pero me han obligado a mirar más allá, a descubrir que en cuestión de segundos alguien pierde la movilidad y la independencia (por una caída) o la vida (en un accidente) o su inmueble (como en un sismo) o su empleo (ante cambios administrativos) o su celular (por una distracción) como me ocurrió apenas este sábado en pleno acto cultural, al interior de un recinto y entre “amigos”, lo malo no fue perder el aparato como tal sino confirmar que en cuestión de segundos las circunstancias de vida cambian y que debemos estar muy alertas para no dejar pasar en automático los instantes que vivimos, para no abandonar la comunicación persona a persona por la comunicación virtual, para no dejar de mirar al otro y saludarlo por tener la mirada clavada en el mensaje por WhatsApp, para negar los problemas que sacuden a nuestro país y disfrazarlos con apatía.

La última y nos vamos: antes de enviar la presente colaboración, presencié el partido de futbol México vs. Alemania no como espectadora, sino porque el 80% de los asistentes del lugar en el que desayuné lo miraba en las pantallas, el grito ensordecedor de la afición hizo sentir no sólo el entusiasmo sino la necesidad que tenemos todos los mexicanos de ganar aunque sea en un encuentro deportivo y con ello, ganar líderes de los cuales sentir orgullo, un grito que deberíamos plasmar también en las boletas electorales.

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