Día 12: La Ilusión Viaja En El Metro

Cada jueves, después de enviar mi colaboración a la página de ruizhealytimes.com , mi reciente actividad de escritor novato entra en pausa misma que termina… Cada jueves, después de enviar mi colaboración a la página de ruizhealytimes.com,...

12 de septiembre, 2016
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Cada jueves, después de enviar mi colaboración a la página de ruizhealytimes.com , mi reciente actividad de escritor novato entra en pausa misma que termina…

Cada jueves, después de enviar mi colaboración a la página de ruizhealytimes.com, mi reciente actividad de escritor novato entra en pausa misma que termina el lunes inmediato cuando veo el texto publicado en la denominada web. A partir de ese momento, entre martes y miércoles, procuro dedicarle un tiempo razonable a tal menester para cumplir en tiempo con el compromiso adquirido. Disciplina que había respetado en los tres meses anteriores. Sin embargo, esta semana fue distinto.

Resulta que hace ocho días, en Twitter me llamó la atención la convocatoria a un concurso para escribir un texto de no más de 750 caracteres, cuyas palabras todas iniciaran con la misma letra. El reto me pareció interesente y me inscribí para lo cual tuve que abrir una cuenta en Facebook (FB), red social a la que hasta entonces me había negado a unirme por defender mi entrañable soledad y también para evitar enterarme de la vida de otras personas.

Ya en la red, entre las primeras solicitudes de amistad que recibí en FB al día siguiente identifiqué la de Luis R. A., ahora viejo amigo, el cual, sin conocerme, me tendió la mano y me dio trabajo en LOCATEL luego de que regresé al Distrito Federal pues tuve que renunciar en 1994, después del levantamiento del EZLN, a un cargo de carácter federal en el estado de Querétaro. La respuesta de Luis a mi aceptación de su amistad en línea fue: Urge platicar mi JG. Los teléfonos de mi oficina son tal y tal. Qué gusto saber de ti. Con esas sus palabras y luego de leer en el perfil de su página que es Director General en una Secretaría de la que en algún momento no fui ajeno, me dije: “Ya la hice, estoy seguro que Luis me quiere ver para invitarme a trabajar con el”.  Con ese presentimiento, y sin pensarlo mucho, me comuniqué a su oficina; nos saludamos con gran afecto y acepté su invitación a comer para el jueves, porque el miércoles él ya tenía compromiso con don Manuel, éste sí viejo político de gran peso hace algunos años, lo que convirtió mi presentimiento en certeza y nuevamente me dije: “Si va a comer con don Manuel, es porque está bien metido en la política”. Quedé de estar puntual a la una y media el día de la cita en su oficina, ubicada en el último piso de un edificio en pleno Paseo de la Reforma, enfrente del Hotel María Isabel. De lujo, me dije.

A partir de ese momento, martes seis para ser más exactos, pensé muchas cosas. Si bien es cierto que con mi pensión ahí la llevo, no me caería nada mal un ingreso extra y le pediría que éste fuera mediante un contrato por honorarios para no suspender mi pago como jubilado; claro que, en lo inmediato, tendría que comprarme camisas y, cuando menos, dos o tres trajes porque los que conservo son una o dos tallas más de la que soy actualmente; zapatos tampoco tengo, en estos diez años he preferido calzar tenis; es más, hasta pensé en ir a la calle de Tacuba, a esa tienda de artículos ingleses para comprar una loción de aroma exquisito que llegué a pensar ya no necesitar nunca. Pero en el trabajo hay que dar la mejor impresión.

Con esas ideas, se me pasaron los días. No podía concentrarme en otra cosa que no fuera mi reingreso a la actividad. Mi colaboración en ruizhealytimes.com, cuando menos la de esta semana, podía esperar.

El miércoles por la mañana, con una máquina de peluquero me rebajé la barba y un poco el poco cabello que aún me queda. No me preocupé por la ropa que llevaría a mi encuentro con Luis pues al verme más delgado, por la confianza que nos tenemos, estoy seguro que entendería mis razones de no vestir trajes pasados de moda y de talla mayor a la mía. Ese día, más que el anterior, me la pasé muy inquieto. Nada me quitaba de la mente la posibilidad, y la emoción por supuesto, de que a mis 65 años pudiera reingresar al servicio público. Ni siquiera el anuncio de que el presidente Enrique Peña Nieto daría un mensaje a medio día. Se elucubró mucho sobre este asunto, se hablaba de cambios en su gabinete, pero a mí en ese momento no me importaba otra cosa que no fuera mi compromiso del jueves. Si después de ese anuncio –me decía- alguien se queda sin trabajo, pues allá esa persona, porque en mi caso yo voy a asumir uno nuevo.

Por fin llegó el jueves. Como mi auto continúa en la agencia para que le reparen el golpe recibido la semana pasada, ilusionado, me dispuse a viajar en metro hasta la estación Hidalgo y de ahí tomar algún transporte que me llevara hasta la Columna de la Independencia. Salí de mi casa con hora y media de anticipación.   

En menos de una hora estaba ya en las inmediaciones del monumento emblemático de la Ciudad de México. Me senté en una de las bancas de piedra del Paseo y mientras buscaba en Google la ubicación exacta del edificio en el que está la oficina de Luis, saqué un cigarrillo y lo fumé tranquilamente y, para no ser tan obvio y tocar de manera directa la posibilidad de integrarme a su equipo de trabajo, me propuse platicar con él la reciente visita del candidato del Partido Republicano de los Estados Unidos a la presidencia de ese país, que pudiera haber dado lugar a los cambios anunciados por Peña Nieto en su gabinete. Cuando faltaban diez minutos para la hora de mi cita, ya estaba haciendo tiempo y fumando otro cigarro afuera del edificio en cuyo último piso encontraría a Luis, mi viejo amigo, porque mi intención era ser puntual, ni antes ni después de la hora marcada.

Cuando se abrieron las puertas del elevador del último piso, la primera imagen que llegó a mis ojos me hizo pensar en que acababa de llegar a un almacén especializado en la venta de muebles de oficina. Todo el mobiliario, escritorios, sillones, sillas, salas de espera y archiveros de fina madera y tapicería de primera. Pero había algo en el ambiente que me inquietó: no se notaba actividad alguna y en los escritorios ni un solo documento. De repente, salió Luis y al verme exclamó: Ya no te pude avisar mi JG, los cambios nos pegaron, pero espérame tantito y nos vamos a comer por aquí cerca, al fin ya también fue aceptada mi renuncia y no tengo que regresar.

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