La tormenta perfecta que viene del Norte

Resulta imposible predecir quién será el ganador de la contienda por la presidencia de los Estados Unidos Resulta imposible predecir quién será el ganador de la contienda por la presidencia de los Estados Unidos, pero de lo...

16 de agosto, 2016
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Resulta imposible predecir quién será el ganador de la contienda por la presidencia de los Estados Unidos

Resulta imposible predecir quién será el ganador de la contienda por la presidencia de los Estados Unidos, pero de lo que sí podemos estar seguros es que quien sea electo mandatario de ese país, tendrá como punto esencial en su agenda de gobierno la revisión y en su caso renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte.

Ambos candidatos, Hillary Clinton y Donald Trump, han manifestado sus respectivas posturas en materia de comercio exterior y específicamente sobre dicho acuerdo.

Hillary Clinton ha sido ambigua en sus definiciones, sin embargo ha mostrado cierta inclinación a favor de los grupos que en su país exigen la revisión del tratado, dando señales evidentes de que su intención si va en ese sentido.

Donald Trump ha sido enfático en señalar su animadversión hacia el TLCAN como al Tratado de Asociación Transpacífico (TTP) y su posicionamiento se inclina hacia el proteccionismo a ultranza.

Con este antecedente, podríamos esperar que después de la elección, independientemente de su resultado, los tres países miembros del TLCAN deberán sentarse a la mesa de la revisión y la negociación, ese es un punto que desde ahora se observa infranqueable.

Más allá de las tendencias político-electorales, la revisión tiene sentido si consideramos que el acuerdo se firmó hace ya veintidós años y, aunque no esté obsoleto, está claro que se hace necesario ajustarlo en función de los tiempos y las circunstancias de la economía mundial actual.

El dilema radica en cuál de las dos visiones que hoy están en disputa electoral será la que imperará y en consecuencia establecerá los parámetros y condiciones de la renegociación: la de Clinton, pragmática; o la de un Trump, casi comparable a la ceguera.

Un arreglo que podría ser de adecuación, e incluso de modernización a favor del libre comercio, o en su defecto uno que si bien no cancele el tratado, sí se decante hacia el proteccionismo.

Más allá de cualquier otro tema, incluido el de la política migratoria, esta es la coyuntura de mayor trascendencia e impacto no sólo para la región, es por ello el elemento de más envergadura que está en juego en la decisión electoral norteamericana.

Sin distingo de quien se alce con la victoria, se ve complicado que el tratado se suprima por completo, en el peor de los casos estaríamos ante la posibilidad de una reducción de sus alcances.

Según las estimaciones de lo que podrían conllevar medidas de este tipo, se prevé que sólo en Estados Unidos eso podría provocar la pérdida de varios millones de empleos, sin dejar de lado que el efecto negativo en nuestro país sería mucho peor.

Eso favorecería un enorme debilitamiento de la región ante el concierto global, que específicamente a México le representaría un quebranto de magnitudes apocalípticas.

Desde la firma del tratado hasta estos días, las exportaciones nacionales a los Estados Unidos se han incrementado en al menos cinco veces, perder ese mercado y no tener otros para substituirlo en esa misma proporción, nos pondría casi de inmediato en quiebra.

Sin dejar de lado los diversos efectos colaterales que inferiría una escalada de precios, el desempleo, la disminución del ingreso y por consecuencia de la inversión local y extranjera.

El concepto se contrapone por definición respecto no sólo de los beneficios que ya gozamos los tres países gracias al acuerdo vigente, sino también en función del impulso del desarrollo.

Una de las virtudes del TLC ha sido que en su proceso los tres países dejamos sólo de vendernos productos y servicios entre nosotros, para pasar a un esquema todavía más favorable de producirlos complementariamente y en algunos casos de manera conjunta.

Esto ha fomentado la integración y eso nos ha fortalecido como región respecto de las demás, si a cambio de ello se reinstauran los obstáculos impositivos, aduaneros y logísticos del pasado, el retroceso implicaría perder la competitividad.

Más aún cuando la tendencia mundial se está definiendo precisamente en este tipo de escenarios de participación, colaboración y sociedad, actualmente más de la mitad del comercio internacional se desarrolla en estos esquemas.

Desde este punto de vista, aun y cuando las condiciones que la próxima o próximo presidente de Estados Unidos quiera imponer respecto del tratado, no sea algo en lo que el gobierno mexicano pueda influir de origen, por su importancia exigirá una extraordinaria capacidad diplomática de diálogo, negociación y finalmente de acuerdo, porque lo que está en juego para México es demasiado.  

El asunto es que mientras estamos inmersos, sociedad y fuerzas políticas en discusiones basadas fundamentalmente en el control del poder con miras a nuestra propia sucesión presidencial, la tormenta que se avecina viene del norte; Tal vez nunca en la historia habíamos estado los dos países tan unidos.

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