De sonrisas y cosas peores

No, no hubo un ganador en el segundo debate. No, no hubo un ganador en el segundo debate. Habrá un presidente y ese no será el ganador de los debates. La discordia y la adrenalina en el...

22 de mayo, 2018
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No, no hubo un ganador en el segundo debate.

No, no hubo un ganador en el segundo debate. Habrá un presidente y ese no será el ganador de los debates. La discordia y la adrenalina en el pensamiento de los personajes en cuestión, hace que no puedan dirigir su opinión hacia lo que se les pregunta, se preparan para decir lo que aprenden previo y no para responder lo que se necesita saber. Aprenden monólogos, unos lo olvidan y se tropiezan con sus palabras, Anaya no, él no olvida nada, como le han dicho que es un excelente orador, ya se instaló en la retórica memorizada, ni saliva le falta.

No puede haber un ganador en el segundo debate cuando ninguno ofreció respuestas puntuales a los temas que, claramente se notó, no conocen a fondo y la preparación o asesoría que cada uno tuvo, no fue suficiente. El formato, a como lo habían anunciado, no fue. La presencia de los ciudadanos que se supone, interactuaría con los candidatos, no sucedió. Las preguntas de los ciudadanos no fueron respondidas a nivel candidato, fueron respuestas que cualquier ciudadano pudo haber contestado.

Sin novedades entre los cuatro individuos sudorosos e impacientes, nada que no se sepa. La expectativa por escuchar lo conciso y lo congruente sigue haciendo falta; lo que nos espera con el próximo presidente es esto que hemos visto en cada debate, casi nada.

Cada uno tiene su fortaleza y lo que han mostrado son sus debilidades entonces, ninguno puede ser ganador de un debate. La sonrisa de cada uno cada vez se encaja más del lado de la obligación, aunque cada uno, cuando sonríe, o sonríe siempre, dice lo que en realidad es. Una sonrisa diabólica de Anaya, la mueca fingida de Meade, el gesto hosco de Rodríguez y la aburrida sonrisa de López, esas expresiones son tan de costumbre, que ninguno se ha visto relajado y auténtico, ya todos están enojados y desesperados, les urge que la contienda llegue a su fin.

También del lado de los ciudadanos cambian las cosas, de la necesidad de saber y conocer a los candidatos, se pasa a la rencilla, al enojo y al fastidio porque también de este lado, queremos que la carrera a tropezones cierre su marcha. Dejó de ser una contienda interesante, casi divertida, para ser una monserga aburrida y sosa.

Imposible mencionar un ganador en el segundo debate porque, muy lejos conocer los asuntos de la frontera, sus respuestas y comentarios se saltaron el muro para instalarse lejos, en Washington D.C., cuando la necesidad de la autoridad federal está en las ciudades que se ubican a lo largo de 3,169 kilómetros. Los migrantes y los deportados están en México, en la orilla con Estados Unidos, una vez en territorio mexicano, corresponde a las autoridades protegerlos y auxiliarlos, decir que se les apoyará, ha sido la gran mentira de todos los tiempos.

La economía de la frontera se volvió un asunto local precisamente por la ausencia de autoridad federal, al verse olvidados, los ciudadanos de la frontera se hermanaron con las ciudades del sur de Estados Unidos; esta dinámica entre los países logra borrar de la vida diaria las barreras, incluso el muro del que tanto se quejan en el centro de la república. El muro aquí no se ve, como no se ve la enemistad que se ve entre Los Pinos y La Casa Blanca. Será por esto que la federación cree que no necesita tener presencia en esta esquina.

Ya en las urnas: De ganar Meade o Anaya, se le garantiza al país la permanencia de lo que ha sido por tantos años con dos partidos, ni falta que hace mencionar los sinsabores y desajustes, la sangre o la corrupción. De ganar Rodríguez, lo que es nada probable y, a falta de curules en el congreso a su favor, pasará seis años peleando por imponer sus salvajadas. De ganar López, contemplando su edad y sus ideas, pensando que puede ir en decadencia, tomando en cuenta la agonía del país, sería la representación de lo que México necesita, un morir para revivir o reencarnar mientras, los más jóvenes se preparan para tomar el control de un país nuevo.

Ser buena persona, como han mencionado reiteradamente acerca de Meade, no garantiza que sea un buen presidente; su cara de puchero y su sonrisa fingida es una imagen que no encaja con la fortaleza que se requiere para enfrentar la tormenta que se avecina. Ser buen orador, no representa ni experiencia ni determinación, como Anaya, cualquier buen orador se aprende de memoria lo que le sea y eso no significa que sepa a fondo lo que dice. Con Rodríguez ya no se pierde el tiempo y López, que no convence, aunque va por camino conocido se sigue tropezando con las mismas piedras.

No hay ganadores. El que gane y de la forma que gane, no garantiza que el país tenga un avance significativo porque los mexicanos ya no sabemos creer. Lo único que no se puede negar de los candidatos (El Bronco no cuenta), es que tienen esposas y compañeras con mucho valor, son mujeres joviales, talentosas e inteligentes, lo malo, es que ellas no se casaron con un candidato, lo hicieron con una persona que nadie conoce.

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