En perspectiva

La disciplina permite apreciar qué suelo pisamos, para no hundirnos en la confusión de un sistema laxo y a modo.

18 de julio, 2023 En perspectiva

Hay una ostensible diferencia entre la educación que recibimos los formados antes del año 2000 contra los del tercer milenio. Quedaron atrás las duras medidas correctivas que hicieron de los hoy adultos de mediana edad y más, individuos altamente responsables. Por encima de las aspiraciones personales o aparejadas a estas, se hallaban las normas de comportamiento en casa, en la escuela y en el medio laboral, que en buena medida garantizaban empresas exitosas.

Traigo a colación lo anterior observando la forma como actúan muchos de los jóvenes egresados de carreras técnicas o de licenciatura, poco dispuestos a dar un ápice más allá de lo estrictamente necesario. Digamos, en el caso de la carrera de medicina, quedaron atrás esas sanciones en extremo arbitrarias. En lo personal no puedo olvidar lo que me sucedió en un par de ocasiones durante mi formación como médico pediatra.  Hice la residencia en el Centro Médico de Alta Especialidad No. 25 del IMSS en la ciudad de Monterrey, ubicado en  la colonia Mitras. Yo vivía en San Nicolás de los Garza, en un área  residencial de fácil acceso para tomar las grandes vialidades que me llevaban en 8 minutos al hospital. 

En aquellos tiempos no existían los distribuidores viales de la actualidad.  Forzosamente debía de cruzar las vías de tren en el trayecto. Mi entrada era 7 de la mañana; salía de casa 6.30 en previsión de cualquier incidente, de modo que estaba reportándome en mi piso poco antes de la hora de entrada. En un par de ocasiones el tren se estacionó en medio de la vialidad, provocando un caos vehicular, entre los que pretendíamos salir de San Nicolás y quienes venían de Monterrey hacia el norte.  La primera vez llegué al piso con un retraso de 5 minutos, igual que una compañera que recorría la misma ruta que yo.  A ambas nos impusieron guardia de castigo.  Esto es, en lugar de trabajar 32 horas continuas, salir a dormir a casa y regresar temprano al día siguiente, tuvimos que permanecer en el hospital el doble de tiempo en calidad de castigo.  

No hubo argumento que nos valiera frente a nuestro jefe de residentes, por cierto, un becario de un grado superior al nuestro, quien cargaba con la responsabilidad de todo el grupo.  En una segunda ocasión se repitió la escena: Tren atravesado, retraso de unos cuantos minutos y guardia de castigo.  En su momento lo hallé desproporcionado al tamaño de la falta, pero me dejó una gran lección respecto a la disciplina, que he podido aplicar en diversas esferas de mi vida. Aprendí a actuar anticipándome a cualquier imprevisto, por improbable que parezca.

A través de lo que observo en diversos escenarios, se ha perdido la rigidez de la disciplina en aras de un humanismo que en ocasiones se distorsiona.  Una cosa es no ser exagerados con los castigos y otra muy distinta es actuar de manera demasiado laxa, lo que no permite al joven en formación establecer un marco de referencia, para saber identificar los límites dentro de los cuales se puede mover.  Esa camaradería en los ambientes en los que se forma a las personas se presta a confusiones y tal vez también a abusos.  Si damos un vistazo a las instituciones en general, desde la familia, la escuela o la capacitación institucional, detectaremos que el cumplimiento es bastante más heterogéneo que como fue en nuestros tiempos, cuando todos estábamos rasados por un mismo mecanismo que llamaba a la excelencia. Cierto, no todos llegaríamos a lograrlo, pero el objetivo era ese: Uno muy alto y difícil de alcanzar, como la más anhelada corona de laureles.

Magnífica ocasión para revisar nuestra actuación como formadores de nuevas generaciones, recordando que se trata de preparar ciudadanos capaces de enfrentar vicisitudes.  La idea de despejar el camino y allanarlo, para facilitar el avance de quien viene detrás, en nada apuesta a su formación en la vida. No son tiempos de ogros, pero sí tiempos de reglas que pongan en evidencia cuáles son las consecuencias lógicas de un modo de proceder y del opuesto. Que nuestros jóvenes asuman la responsabilidad por sus decisiones, y que una vez que han sopesado posibilidades, se lancen con voluntad y coraje hasta conseguirlo.

A Miguel Ángel, mi jefe de residentes lo aprecio; he tenido oportunidad de convivir con él en algunas ocasiones. No puedo guardar hacia su persona un sentimiento distinto al reconocimiento y la gratitud.  Difícil calcular de cuántas malas decisiones me puso a salvo su férrea disciplina durante mi formación académica. Tal vez no lo entendí en el corto plazo y hasta lo odié, pero a la vuelta de los años le estoy agradecida por su tenacidad.  Habría sido mucho más sencillo relajar la norma por excepción, dado que el bloqueo del tren era algo ajeno a mi voluntad, o que yo demandara respeto a mis derechos humanos frente a su autoridad, pero no fue así. Él se mantuvo firme, me dio una gran lección, y hoy aprecio la grandeza de su proceder.

 

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