El Ruletista

Acabo de leer un libro, El Ruletista (Impedimenta, 2015), del escritor rumano, Mircea Cartarescu (Bucarest, 1956). Acabo de leer un libro, El Ruletista (Impedimenta, 2015), del escritor rumano, Mircea Cartarescu (Bucarest, 1956). Se trata de un pequeño...

29 de febrero, 2016
mircea_cartarescu

Acabo de leer un libro, El Ruletista (Impedimenta, 2015), del escritor rumano, Mircea Cartarescu (Bucarest, 1956).

Acabo de leer un libro, El Ruletista (Impedimenta, 2015), del escritor rumano, Mircea Cartarescu (Bucarest, 1956). Se trata de un pequeño libro que tiene apenas 62 páginas, de las cuales 14, forman parte del prólogo. Una edición rústica, muy bien cuidada. Una rara joyita literaria. Este mismo relato puede leerse también en el libro Nostalgia (Homesickness), que reúne otros relatos del escritor. El Ruletista tiene el mismo calibre que muchos de los relatos de Kafka o Borges. Por algo será que Mircea Cartarescu, un perfecto desconocido para algunos, es uno de los eternos candidatos al Premio Nobel de literatura.

El título del relato nos remite, casi de inmediato, al espacio donde se moverá esta historia. Aunque, cabe aclarar, no se trata del mundo de los casinos, sino al sombrío espacio donde, además de moverse grandes fortunas, también se juega con la vida de algunos de sus participantes: la ruleta rusa. Con una prosa brillante, Mircea Cartarescu nos cuenta su historia a través de un narrador muy cercano, un viejo escritor que, en sus últimos días, reflexiona sobre la muerte y rememora a un personaje que conoció y que marcó una parte de su vida. Aclara que escribe este realto para nadie y nos conduce a través de un submundo terriblemente inquietante, donde conoceremos a este hombre, El Ruletista, un don nadie que, gracias a una suerte descomunal (buena o muy o mala, según quiera verse más adelante), comienza a participar y a ganar, una y otra vez, en la ruleta rusa, pasando de oscuros y apestosos sótanos a elegantes salones de juego, hasta hacerse rico. Cartarescu maneja con maestría la técnica de la elipsis y deja que sus lectores, no sólo rellenemos los huecos que hay en la historia y en la vida de sus dos personajes, sino que nos permite hacer el decorado de la época y de muchos detalles que no nos ha querido proporcionar. Como hacen los buenos escritores, Cartarescu invita a sus lectores a convertirse también en constructores de la historia.

Metáfora de aquellos ascensos vertiginosos, en los que intuimos el inminente derrumbe de aquellos seres que utilizan medios poco convencionales para ascender y que, tarde o temprano, tendrán que descender de manera estrepitosa, por este relato nos enteramos de las muchas formas que tiene el abismo.  

Quizá, El Ruletista sea una metáfora de las vidas que transcurren al filo de la ferocidad y la tragedia. Cada quién sabe hasta dónde tensa esa cuerda que todos necesitamos para vivir. Cartarescu ha tensado lo suficiente su escritura para obsequiarnos un relato inolvidable, una narrativa de magnífica calidad.

Cabe la posibilidad de que Cartarescu no sea tan diferente de su personaje. Tras recibir numerosas amenazas de muerte en contra de él y de su familia, y luego de escribir «en contra de las fuerzas antidemocráticas que en los últimos años han llevado a Rumanía a situarla en esa zona gris, indefinida, a dejarla justo al borde para caer de nuevo en la órbita de la antigua URSS, como Bielorrusia, o Moldavia…», ha decidido quedarse en su país, el sitio donde ha ido amenazado, cuando muchos, en su lugar, se habrían marchado al exilio.

Un libro, por sí mismo, no es nada. Letra muerta. La alquimia ocurre cuando entra en contacto con el lector, cuando toca algunas de sus fibras más sensibles.

La lectura de El Ruletista me ha recordado un poco aquella sensación que tuve después de leer El Extranjero, de Albert Camus. La sensación de haber asistido a un espectáculo terrible pero con la impresión de haber salido indemne y, de alguna manera, más fortalecido. Una de las condiciones de la buena literatura, consiste en que los personajes que comienzan no sean los mismos que terminen y que los lectores, junto con ellos, suframos también alguna transformación.

Me quedo con el sabor de un final que, como todos los buenos finales, me ha resultado del todo sorpresivo. Con el placer de haber leído un texto profundo. Con la satisfacción de haber conocido a un nuevo escritor; después de todo, los escritores, son algunos de nuestros mejores amigos.

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