Duro camino

Llevaba seis meses encerrado y el espacio le resultaba cada vez más pequeño, él crecía en progresión geométrica y el globo de líquido que lo...

6 de noviembre, 2018

Llevaba seis meses encerrado y el espacio le resultaba cada vez más pequeño, él crecía en progresión geométrica y el globo de líquido que lo contenía en progresión aritmética.

    A veces sentía que todo era quietud. Se relajaba. Escuchaba el sonido de dos voces que lo arrullaban. O una música suave capaz de hacerlo descansar.

    Esa mañana quería estar tranquilo, pero una aguja enorme penetró en su esfera. Se hizo un ovillo más pequeño. Alcanzó a escuchar al doctor que decía que ese análisis era imprescindible. No le pasó nada, pero le quedó miedo, junto al recuerdo de sonidos muy típicos en largos pasillos.

    Por eso en esa otra tarde que se dio cuenta que lo llevaban al mismo lugar, se hizo el dormido. Ella había comido un chocolate muy dulce y se sentía agitado. Pero engañó a todos, se ovilló más y aunque escuchaba soniditos dulces y repetidos ecos que le hubiese gustado disfrutar, no se dejó ver.

    –Mamá, aún no podemos saber el sexo. Mire qué linda naricita y hermosos piecitos.

    Y aunque le hubiese gustado que le comprasen ropa celeste, se aguantó. En realidad a él no le importaba mucho lo que decían. Tenía hambre, ya que lo que le llegaba por ese cordón que le molestaba para moverse, no lo calmaba. Tenía ganas de llorar, pero los pulmones estaban desinflados. Quería ver algo, abría los ojos, todo estaba oscuro.

    Esa madrugada se puso ansioso. Trató de saltar al revés, de caer para arriba, de subir  para abajo. Su cabeza estaba encajada, no podía. Ya no escuchaba voces dulces ni música. Sólo quejidos de mujer y varios gritos demandantes. Se sentía un poco poderoso para saltar al vacío y un poco miedoso para dejar su burbuja de placer.

    Luego de difíciles giros por un angosto canal, una luz potente lo encegueció. Le dolió todo, lo zamarrearon, le golpearon las nalgas. Al fin le entró aire y lloró.

    –Es varón…

    Todos rieron.

    Un pecho blandito lo cobijó. Encontró una mirada dulce y una sonrisa suave. No iba a extrañar su mundo líquido, las caricias de unas manos eran mejores. La gravidez lo sostenía, no necesitaba más el cordón umbilical.

 

En la celebración del Día de Todos los Muertos, que en Argentina resulta mucho más trágica que en México, quise presentar este escrito. Como mortales que somos, siempre pensamos qué es la muerte,  cómo será ese paso de este mundo real, conocido, a ese otro intangible, que nadie puede decirnos cómo es. Las religiones, las creencias, la fe, le dan explicaciones, nos convocan a esperanzas de un más allá. Frente a este instante del paso de este mundo a otro, me pregunto cómo sentimos –ya que no poseemos recuerdos-  el paso de otro mundo a este en el momento del nacimiento… y traté de dar alguna respuesta con este cuento. Dos extremos en simetría, dos misterios…

 

Silvia Alicia Balbuena

[email protected]

@silvialibal

 

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