De barro y sueños…

Navidad comenzaba en la casa de mi infancia desde la tercera semana de noviembre. Mi madre se subía a una escalera de aluminio y comenzaba...

21 de diciembre, 2018

Navidad comenzaba en la casa de mi infancia desde la tercera semana de noviembre.

Mi madre se subía a una escalera de aluminio y comenzaba a bajar las cajas de madera que contenían los adornos para el árbol, y las figuras del Nacimiento.

Mis hermanas y yo preguntábamos con insistencia,  desde cuando comenzarían a vender los arbolitos, para ir por uno desde el primer día de diciembre.

Mi papá escogía cuidadosamente las tarjetas de navidad (grabadas en acero) que encargaba a un impresor que había a la vuelta de la casa, sobre la calle de Puebla.

Mi madre sacaba las listas de amigos y se daba a la tarea de rotular todos los sobres a mano, para empezar a enviar las felicitaciones navideñas desde principios de noviembre.

Recuerdo a mi papá en la biblioteca, sentado en su sillón favorito, mientras comentaba sobre las primeras tarjetas de Navidad que llegaban cada día, y que a él, le encantaba ir poniendo en los estantes, que para el 24 de diciembre se encontraban saturados con buenos deseos llegados (literalmente) de todas partes del mundo.

Por cierto que, no se comenzaban a retirar las tarjetas de la biblioteca, mientras no hubiera llegado la del Doctor Bernardo Usai (Premio Nobel de Medicina), que siempre  mandaba su tarjeta por  vía ordinaria, y exactamente el 24 de diciembre en el correo de Buenos Aires.

Vivíamos justo al lado de la iglesia de la Sagrada Familia en la Colonia Roma, y por aquellos entonces de nuestra niñez, el Padre Benjamín Perez del Valle, organizaba sus maravillosas posadas en el famoso Vanguardias, donde los sábados íbamos a ver divertidísimas películas ¡en Cinemascope y Tecnicolor!

Antes de la posada que se cantaba en el patio, alumbrado por muchísimas velitas de los asistentes, presentaba cuadros plásticos con motivos del Nacimiento del niño Jesús, en los que figuraban mis hermanas y sus amigas las niñas Borja, Ashby Cortina, Gil Díaz, Elsa y Maggie Smith, y muchas otras.

Poníamos siempre el árbol frente a la ventana de la sala que daba a la calle, y justo debajo, el nacimiento que conforme me fui haciendo cargo de ponerlo, fue creciendo de tamaño hasta abarcar casi la mitad de la sala.

Una de mis aventuras favoritas, era ir con mi mamá  al Mercado Juárez, a comprar musgo para el nacimiento. Me gustaba ir, porque además me regalaban siempre un manojo de títeres de barro cuya fragilidad quedó inmortalizada en una frase que ya se usa poco, cuando al referirse a algún desaguisado la gente decía “que no había quedado títere con cabeza”.

Hay dos recuerdos que vienen a mi memoria mientras escribo estas líneas:

Una ocasión que estábamos con mi mamá, mis hermanas Malú, Silvia (la güera) y Coca, acompañados de Gabriela y Anamaria Gil, fuimos a ver al Santa Claus mecánico que ponían en el aparador principal de Sears Insurgentes.

Mientras escuchábamos a Santa Claus riéndose, mi madre vio a una señora con sus hijos que deben haber tenido más o menos nuestras mismas edades.

Sin pensarlo, mi madre nos dijo (a mis hermanas y a mi), que nos quitáramos los abrigos. Una vez que lo hicimos, acto seguido se los dio a la señora para ella y para sus niños.

(Conociendo a mi madre, de seguro les regaló tambien castañas, y algo más para completar el regalo navideño).

Por nuestra parte, mi hermana Coca y yo, pensamos que era padrísimo andar  sin abrigo,  ya que la casa que no  estaba tan lejos y ni hacia tanto frío.

A la hora de compartir y ayudar, mi madre no necesitaba que fuera Navidad. Una de sus virtudes, era vivir la vida todos los días, como una celebración que jamás se apagaba, ni siquiera en los tiempos más difíciles.

Y hablando de tiempos difíciles, el otro recuerdo que quiero compartir aquí hoy, ocurrió en la Navidad de 1953.

Mi padre se encontraba convaleciente de un infarto al corazón, y no había podido trabajar por más de tres meses.

Muchos de sus pacientes, eran miembros de la comunidad judía.

El presidente de esa comunidad, entonces, era Don Roberto Blum.

Mi mamá se había estado haciendo cargo de atender en lo posible las cuestiones de rutina del tratamiento de algunos pacientes, y eso le dio oportunidad de tratar a Don Roberto Blum con más frecuencia y cercanía.

Para no hacer el cuento largo (como suele decirse), mi mamá nos contó que Don Roberto le había pedido de favor que le dejara ver nuestras cartas para Santa Claus.

Pocos días antes de la Nochebuena, un camión de la Juguetería Ara se estacionó frente a nuestra casa, y le dejaron a mi mamá todos los juguetes que habíamos pedido en nuestras cartas, y hasta más.

Si algo extraño de estas épocas, son los tejocotes.

En la “casa de campo” de mis abuelitos (en Churubusco), había un árbol inmenso que se cargaba de tejocotes hasta doblarse las ramas vencidas por el peso.

El disco favorito de mis papás, de  música navideña era el súper clásico de Bing Crosby, que nunca nos cansábamos de escuchar, como tambien nos encantaban los villancicos mexicanos y por supuesto, el canto de las Posadas que a la fecha recuerdo al pie de la letra.

Ahora, rodeado de bosques nevados, las castañas de Singen huelen a Insurgentes; el Gluwine sabe a ponche en jarritos de barro; y el sabor de los tejocotes, directos del árbol  o en almíbar preparados por las monjitas de la Villa de Guadalupe, sigue en mi paladar y endulza mi corazón.

Una antigua tradición de nuestra familia, es que a partir de poner el Nacimiento, comenzaba una carrera de borreguitos de barro, que llevan el nombre de cada uno de nosotros; y el que mejor se portara durante la temporada, ganaba la carrera y llegaba en primer lugar al pesebre del Niño Jesús en Nochebuena.

Los borregos participantes en la carrera de nuestro Nacimiento en Stahringen, no son de barro, pero tienen los nombres de quienes amamos (mis hijos; mis hermanas; mis papás, y algunos amigos).

Por alguna razón que desconozco, mis hijos siguen ganando la carrera todos los años. Puedo asegurarles que lo único que hago, es ponerlos en el sitio de inicio, y no vuelvo a intervenir.

Podrían venir árbitros olímpicos u observadores del IFE, para constatar que no hay “mano negra” de mi parte.

Quiero terminar dándole gracias a Dios porque México sigue siendo patria entregada a nuestra Madre, la Virgen María; al Niño Jesús y a San José.

Este diciembre en especial,  ha traído una piñata llena de  esperanzas especiales, y ánimos renovados.

Les deseo de todo corazón, que el niño interior de cada uno, florezca y se exprese en todo lo que hagamos.

Que demos posada a quienes nos piden cobijo; lo mismo que  nuestros hermanos que emigran, tambien encuentran posada en el amor y la generosidad de otros hogares, o botellas de agua por los desiertos más allá de El Río, por los ángeles que los cuidan al cruzar.

Deseo que no perdamos de vista que NO celebramos “unas fiestas” definidas por agendas comerciales; NO festejamos el advenimiento del oso de la Coca-Cola, sino EL NACIMIENTO DE JESUCRISTO, HIJO DE DIOS, que vino a dar la vida por cada uno de nosotros en especial.

Eso es la NAVIDAD; el Nacimiento de Cristo que vino a salvarnos.

ESO es lo que creemos los católicos y todos los cristianos.

Diciembre nos une en el amor de Dios, con los judíos que son nuestros hermanos mayores, y que celebran Hanukkah tambien en este mes.

Que Dios los bendiga a todos, y que pasen una feliz NAVIDAD en familia, llenos de entusiasmo y esperanza para el México nuevo del año que está por comenzar.

Les deseo una Navidad de barro y sueños que se realicen felizmente para todos ustedes.

 

 

Mis hermanas y yo, agradecemos a Don Roberto Blum  (que sin duda está en el Cielo) y a la Comunidad Judía de entonces,   su maravillosa generosidad.

Stahringen Am Bodensee, Churubusco

Fiestas navideñas de 2018

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