Casualidad o Coincidencia

Antes de iniciar esta disertación (meramente personal, pero que deseo compartir con quien la llegue a leer)…   Antes de iniciar esta disertación (meramente personal, pero que deseo compartir con quien la llegue a leer), debo aclarar...

13 de marzo, 2017
beisbol

Antes de iniciar esta disertación (meramente personal, pero que deseo compartir con quien la llegue a leer)…

 

Antes de iniciar esta disertación (meramente personal, pero que deseo compartir con quien la llegue a leer), debo aclarar que ni de lejos soy filólogo, ni un pertinaz estudioso de nuestro idioma. Soy apenas un incipiente intento de escritor que pretende –sin siempre conseguirlo-, utilizar las palabras correctas para expresarse. Tal pretensión me ha llevado a ser un tanto cuanto curioso, por lo que frecuentemente me invento cosas que no existen y, en ocasiones, las que existen se me pasan de largo. Por eso concuerdo con la sabiduría de algunos dichos populares como el de que “el que busca encuentra y, si no, lo inventa”.

Me imagino que todos, en algún momento de nuestras vidas, nos hemos enfrentado a situaciones a las cuales, indistintamente, calificamos como casualidades o como coincidencias y quienes según el caso, así nos expresamos o lo escuchamos, entendemos perfectamente el comentario emitido o recibido. Sin embargo, en el significado de cada una de esas dos palabras hay pequeños detalles que las hacen diferentes entre sí y, por lo tanto, su utilización no siempre es la correcta.

Es cierto, el mundo no se acaba si decimos “qué casualidad”, en lugar de “qué coincidencia” o viceversa, pero, ante tal disyuntiva, y para efectos de este artículo, me basaré en el significado literal de ambas palabras (para lo cual me apoyaré en la vigésima primera edición del Diccionario de la Lengua Española, de la Real Academia Española, editado en Madrid en 1992, por Editorial Espasa Calpe, S. A) y, con ejemplos, trataré de explicarlos según mi punto de vista.

Antes considero necesario asegurarles, bajo protesta de decir verdad, que lo único fumable por mí utilizado es tabaco, que no he inhalado otra cosa de no ser el “smog” del para mí todavía DF y que, a pesar de los gobiernos (federal y local) padecidos por todos los compatriotas, después de más de diez años no he intentado regresar a la bebida para olvidar, por lo tanto las ideas que aquí expondré son solo producto de mi lucida y no lúcida mente. Empecemos pues.

“Casualidad. (De casual) f. Combinación de circunstancias que no se pueden prever ni evitar.”

Como pueden observar, la casualidad es fatal, imprevisible e inevitable y su ocurrencia no se da por voluntad o decisión de las personas. Para clarificar esta idea se me ocurren dos hechos “casuales” en los que participé, en uno como testigo y en el otro como involuntario protagonista, cuya descripción me reservo para el final. Por lo pronto, vamos al significado de la segunda palabra.

“Coincidencia. f. Acción y efecto de coincidir.”

“Coincidir. (De co– y el lat. incidére. caer en. acaecer) intr. Convenir una cosa con otra; ser conforme con ella. || 2. Ocurrir dos o más cosas al mismo tiempo; convenir en el modo, ocasión u otras circunstancias. | 3. Ajustarse una cosa con otra; confundirse con ella, ya por superposición, ya por otro medio cualquiera. || 4. Concurrir simultáneamente dos o más personas en una idea, opinión o parecer sobre una cosa.”

Dado que nuestra palabra es acción y efecto de (…), hube que acudir al infinitivo para lograr el significado que buscamos. Se podrán dar cuenta que, en términos generales y a diferencia de la casualidad, en una coincidencia sí participa la voluntad de las personas para que ocurra.

Ahora bien, una vez que conocemos el significado literal de estas dos palabras y que estamos listos para decir asunto arreglado, resulta que no, pues de repente se me ocurre que, en el segundo caso, hay de coincidencias a coincidencias, pues considero que además de las coincidencias puras, fieles a su significado, puede haber  coincidencias al azar, ya que a pesar de que las personas tengan la voluntad de coincidir, se deja a la suerte; y, en el colmo de mi desatada imaginación, creo que también existe la contracoincidencia, la cual, a partir de la interacción del hombre, se trata de evitar la coincidencia propiamente dicha (a semejanza de la inteligencia y la contrainteligencia). Voy a tratar de explicarme con algunos ejemplos:

Coincidencia pura: Ésta es la que todos conocemos y en la que, obviamente, coincidimos pues es tan simple como cuando dos personas acuerdan una cita y ambas acuden puntualmente al sitio predeterminado.  

Coincidencia al azar: Si flexibilizamos un poco el significado del diccionario, los ejemplos siguientes dejarán claro el por qué se me ocurrió este segundo tipo, pues aún con la concurrencia de voluntades no es totalmente seguro que se dé la coincidencia. Imaginemos por un momento que somos espectadores de un partido de futbol americano y en determinado momento el equipo a la ofensiva se reúne en torno al mariscal de campo para que éste les indique a los potenciales receptores el lugar en el que se deben colocar para estar en posibilidad de recibir el balón eventualmente enviado. El acuerdo está dado y la voluntad de los protagonistas comprometida, ya solo falta la coincidencia entre el envío del mariscal de campo y la atrapada del ovoide por parte del otro jugador la cual, sin duda, se deja al azar. Lo mismo ocurrirá en un partido de futbol soccer al momento de lanzar un tiro de esquina. Quien patea la pelota tiene como objetivo fortuito, es decir al azar, que un compañero logre completar la jugada.

Contracoincidencia: en contra de mi opinión, alguien dirá, y tal vez no sin razón,  que esta clasificación es una locura, pero qué quieren, se me ocurrió. De lo que sí estoy cierto es que la contracoincidencia pudiera no darse en todas las actividades, por lo que, para seguir haciendo ejercicio, mi ejemplo lo basaré en otro deporte. Ahora estamos en la tribuna de un estadio de béisbol. En el “diamante” hay dos equipos que se quieren contrarrestar. Uno de ellos tiene en el montículo al jugador que se denomina “pitcher” y la otra escuadra tiene en “home” al “bateador” que tratará de golpear la pelota que el primero le lance. Ambos saben, es decir son acuerdos previos, en que la pelota debe pasar a determinada altura precisamente sobre la almohadilla de “home”, pero el lanzador busca que el intento del bateador coincida con el momento en que el proyectil enviado cruce esa zona sin ser impactado. El bateador quiere que el palo y la pelota coincidan a plenitud, en tanto que el trabajo de su oponente es precisamente lo contrario. Un mismo punto de interjección entre el “bat” y la pelota, pero con objetivos diferentes. Si eso no es contracoincidencia por parte del lanzador, frente a la coincidencia que busca el que golpeará, no sé qué cosa sea.

Para concluir, les había comentado que narraría dos hechos para ilustrar lo que es una casualidad. Seré breve.

El primero ocurrió hace más de cincuenta años, en un momento en que mi madre escuchaba en la radio “Guadalajara, Guadalajara”, cantada por Jorge Negrete, y nosotros, sus cuatro hijos varones (hijos de mi mamá y de mi papá, por supuesto, no del “Charro Cantor”), entre ellos Jorge Eduardo (a quien todo mundo le decíamos Calixto, por ser el nombre que apareció en el calendario el día de su nacimiento), éramos partícipes de un juego brusco en el que, por obvias razones, el menor de nosotros llevaba la peor parte. Tras sentirse perdedor, mi abrumado y vapuleado hermano como pudo brincó a un lado y gritó “yo ya no juego”, en el instante en el que el intérprete de música vernácula hacía un espacio en su cantar para también gritar “¡No te rajes Jalisco!”, expresión mexicanísima la cual, al sentirse aludido, mereció la respuesta inmediata de nuestro Calixto: “¡Usted para qué dice, idiota!”. Ante esta absoluta casualidad, todos soltamos una sonora carcajada.

El segundo hecho, que fue también una casualidad, ocurrió apenas hace dos semanas. Tengo por costumbre sintonizar TV Fórmula para ver los programas de noticias, tanto el matutino, como el de media tarde y el nocturno. Una mañana que encendí la televisión, al aparecer la imagen el conductor del noticiero estaba por iniciar una entrevista telefónica “en vivo” a un dirigente de no recuerdo que organismo, a quien de entrada saludó con la siguiente frase: “Buenos días, Rafael”, por lo que al escucharlo se me ocurrió contestarle a la pantalla “Buenos días, Ciro”.

Pues bien, en virtud de que por coincidencia con este último comentario ocupé el número máximo de caracteres que se me permite, y que por casualidad ya no se me ocurrió nada, pongo punto final.

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