Cartas a Tora XIX

Querida Tora: El muchacho del 7 ha venido a revolucionar la vecindad. En primer lugar, porque no exige que le pidan cita por Internet, y… Querida Tora:          El muchacho del 7 ha venido a revolucionar la...

5 de enero, 2017

Querida Tora: El muchacho del 7 ha venido a revolucionar la vecindad. En primer lugar, porque no exige que le pidan cita por Internet, y…

Querida Tora:

         El muchacho del 7 ha venido a revolucionar la vecindad. En primer lugar, porque no exige que le pidan cita por Internet, y cualquier hijo de vecino (literalmente) puede llegar  en el momento que quiera a hablar con él. Imagínate el trabajal que tiene. Todos quieren pedirle algo. Y le piden cada cosa… El otro día la del 4 la más “pípiris nais” de todas, fue a “sugerir” que todas las vecinas pusieran flores blancas en sus ventanas. El muchacho le preguntó por qué, ¿y sabes lo que le contestó? Que para que el condominio adquiriera “el aire de inocencia y pulcritud que no ha tenid0 nunca”, porque hasta ahora cada quien tiene las plantas que le da la gana y así, el del 6 tiene marihuana en una macetita para no tener que ir a comprarla, y la vieja del 82 cultiva toloache, salvia y hierba del sapo para sus brujer+ias y zempazúchil para sus muertos. Todas las viejas se lanzaron contra ella y le destrozaron sus geranios blancos. La cosa se puso tan fea, que el del 7 tuvo que ir a calmarlas y decirles que el reglamento de la vecindad garantiza la libertad de cultos y que, por lo tanto, cada quien puede cultivar lo que quiera. La del 4 se tuvo que callar; pero compró más geranios, claveles, bugambilias y rosas blancas y los puso en el pasillo, de manera que para tocar a su puerta hay que espinarse primero. Lo bueno es que no se lleva con nadie, y nadie toca a su puerta.

La del 32 fue a quejarse de que los gatos maullamos mucho y no la dejamos dormir, y propuso que nos pusieran algo en la comida para que durmamos toda la noche. Como si ellos dieran de comer, y no tuviéramos que andar robando la comida de todas las viviendas (salvo honrosas excepciones) y (fuchi) cazando ratones.

Total, que el del 7 juntó como 100 quejas y otras tantas propuestas, y con ellas le llegó al portero el día que iniciaron las negociaciones. El portero, por supuesto, no quiso ni leerlas, e invitó al muchacho a tomarse unas “chelas”. “No bebo en horas de trabajo”, le contestó él. Y el portero tuvo que aguantar que le leyera 33 quejas y 12 propuestas antes de quedarse dormido. El del 7, que no es tonto, le dejó copia de todo y un recado con sus guaruras de que en dos días pasaría por su respuesta.

El portero puso el grito en el cielo, y dijo que quién era ese desgraciado para exigirle que leyera tantos papelotes en dos días, y los rompió todos (con ayuda de sus guaruras, porque él se cansó enseguida). Y cuando regresó el muchacho del 7 (sin cita previa, pues tiene derecho de picaporte) le dijo que los gatos se habían metido a su vivienda y se habían puesto a retozar (sí, empleó esa palabra) entre los papeles. Que había especialmente dos, un macho gris, grandote y peludo (siempre me echa la culpa de todo) y una gatita rubia (no sé qué tiene contra ella) para prepararse “una especie de cama en la cual se tendieron a dormir plácidamente”.

Hago una pausa para decirte que todo eso es un infundio (o séase, mentira). Ni yo destrocé los papeles, ni la gatita rubia me ayudó. Y mucho menos, nos preparamos una cama. Te estoy diciendo ésto por si te llega el chisme, que yo conozco al portero y a sus guaruras, y sé hasta dónde pueden llegar. Y como dicen que el que calla otorga, yo me adelanto a proclamar mi inocencia absoluta.

Vuelvo a mi relato. El muchacho del 7 no se amilanó, sino que le entregó otro juego de copias y le dijo que volvería en dos días. “¡En tres!”, pidió el portero, “porque con el disgusto estoy mal del estómago”. “En cuatro”, concedió el muchacho; y se fue, entre las aclamaciones de los vecinos allí reunidos.

Así lo hizo. El cuarto dia, el del 7 llegó puntualmente a la hora convenida. El portero le dijo que primero iban a cenar, y lo condujo a una mesa muy bien puesta, llena de manjares de todas clases. El muchacho tomó la servilleta, y debajo encontró un fajo de billetes de banco. Hubo un momento de silencio. Todos lo miraban, expectantes, hasta que el del 7 tomó los billetes. “¡Ya lo tengo!”, leí en los ojos del portero. Pero el muchacho le tendió los billetes y le dijo “Alguien se dejo ésto aquí”, y se puso la servilleta en las piernas. Al portero se le cayeron los calzones (es una forma de hablar un poco grosera, pero muy descriptiva), e hizo lo mismo.

La cena transcurrió casi en silencio, y el portero tuvo que admitir que sólo había leído cuatro quejas (una cada día, porque era muy cansado) y que las resolviera como creyera conveniente. El muchacho se retiró a las nueve y media, porque el día siguiente tenía una ir a una entrevista de trabajo. ¿Qué te parece?

Te quiere,

         Cocatú

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