CARTAS A TORA 348

Cocatú, un alienígena en forma de gato, llega a vivir a una vecindad de la CDMX. Diariamente le escribe cartas a Tora, su amada, quien lo espera en una galaxia no muy lejana.

3 de mayo, 2024 CARTAS A TORA 348

Querida Tora:

¿Te acuerdas de Pucho? Sí, ese perro tan cursi que nos mira a todos como si perteneciera a la mafia del poder. Le hacen manicure y pedicure y lo peinan semanalmente en un salón de belleza que no es para perros, sino para señoras. A la dueña no le alcanza a veces para pagar el mantenimiento de la vecindad, pero para “embellecer” a su mascota no le falta. Ahora trae un peinado que ya lo quisieran algunas artistas para las noches de gala.

Pues el otro día estaba la señora con el portero hablando precisamente del mantenimiento, cuando Pucho se puso a jugar con las agujetas del zapato del portero. Este, sin mirarlo siquiera, lo aventó hacia un lado. Pucho se enojó, y se vino hacia el portero gruñendo bastante feo; pero el portero le dio, ahora sí, una patada con todas las de la ley. Y Pucho fue a dar hasta las escaleras, gimiendo y llorando. Pero se levantó y se lanzó a toda carrera contra el portero, ladrando como descosido (No sé cómo alguien puede ladrar como descosido, pero así se dice). El portero se sobresaltó (Le dio miedo, pero no lo puedo decir así porque estaría atentando contra su hombría). No necesito decirte que, al instante, sus ocho guaruras lo rodearon y apuntaron a Pucho con sus pistolas. Pero hasta ese pero sabe que esas armas son de chinampinas, así que no les hizo caso y atravesó como flecha la barrera que habían formado. Entonces, el portero sacó una pistola. Pucho no le hizo caso. Pero esta pistola sí era de verdad, y la bala le dio en mitad de la cabeza, deshaciéndole el hermoso peinado que tanto dinero costó a su dueña.

¡Hubieras visto cómo se puso la señora! Tomó al perro en brazos y se lo mostraba al portero, acusándolo de ser un abusador, de emplear balas contra un animalito indefenso, que lo único que quería era jugar con él. Con decirte que hasta los guaruras miraron con reproche a su jefe… Y no digamos los vecinos, pues todos salieron inmediatamente al patio y se acercaron a ver qué pasaba. No miento al decirte que entre todos arrinconaron al portero; y allí, donde no podía moverse, lo insultaron con todos los epítetos ultrajantes que se les ocurrieron. (Y fueron muchos. Nunca había yo oído una colección así de majaderías). Las más bravas eran las señoras y los niños, algunos de los cuales se echaron a llorar al ver al perro muerto y cubierto de sangre. Los guaruras lo volvieron a rodear y a apuntar a los vecinos, pero las pistolas se las quitaron casi sin que se dieran cuenta. (Fueron los niños. Yo los vi perfectamente). Y los vecinos empezaron a amenazarlos a ellos también. Uno de los guaruras, creo que era el número 5, intentó romper el cerco para huir; pero el portero le dijo que si se iba, abandonaría a su mamá definitivamente, y el pobrecito tuvo que plantarles cara a los vecinos.

Por primera vez, creí que iban a hacerle algo al portero. O, por lo menos, que avisarían a la policía, para acusarlo de asesinato. Pero ese hombre es muy listo y, alzando la voz, empezó a decir que el perro tenía rabia. Nadie le creyó, por supuesto; y su dueña hasta se ofendió, y afirmó que lo había vacunado hasta contra la depresión, porque en el caso de los animales ya existía esa vacuna. Pero el portero es muy listo, y dijo a todos que se fijaran en el suelo; que allí donde había caído el animal, se veía algo parecido a una espumita; y que la espuma es señal inequívoca de que un perro tiene rabia. Y si no, que se acordaran cómo se lanzó contra él, esparciendo espumarajos de rabia (Eso no era cierto; pero algunos, apoyados por los guaruras , se sugestionaron y dijeron  que sí, que eso sí había ocurrido). Y que si le hubiera mordido, a estas horas ya estaría él mordiendo a los vecinos. Esto los asustó bastante, para qué es más que la verdad, y empezaron a aflojar en sus reclamos. Por su lado, la dueña insistía. Pero el portero la sujetó por la mandíbula y les dijo a los vecinos que se fijaran bien, porque la señora ya estaba echando espumarajos al hablar. Y le agitaba fuertemente la cabeza con lo que, efectivamente, se le formó un poco de espuma con el exceso de saliva que tenía en la boca. Y la del 56 que, como siempre, estaba algo chispada, empezó a gritar que era cierto, que había matarla a ella también; y corrió a quitarle la pistola al portero. Pero éste fue muy hábil, y no se lo permitió; y dijo que no, que a un ser humano no se le mataba así, que lo que tenían que hacer era llevar a la señora al Antirrábico a que la inyectaran. Y allá se fueron todos, llevando a la señora en andas, cuidando muy bien de que no los salpicara con su espuma rabiosa; y en el Centro de Salud exigieron que la inyectaran. Los doctores no querían, porque antes había que examinar al animal que la había mordido; pero el portero echó un tiro al aire, y todos se dispusieron a obedecer solícitamente.

A la señora la encerraron en su vivienda y no le permitían salir, “no fuera que le diera un ataque en el patio o en los lavaderos”. Le llevaban comida y la sacaban para llevarla al Antirrábico cuantas veces fuera necesario (Ya no me acuerdo de cuántas inyecciones le pusieron). Y así estuvieron hasta que la declararon a salvo de la enfermedad. Pero, mientras tanto ella tuvo que velar a Pucho sola, sin que nadie la acompañara en su duro trance. (Miento. La Mocha le acompañaba desde el pasillo, con la ventana abierta, y la consolaba con dulces palabras). Quiso enterrar a Pucho en una maceta, pero no se lo permitieron, alegando que eso podía convertirse en un foco de infección que afectara a todos los vecinos; y tuvo que aceptar que se lo llevara el carro de la basura (Mediante una generosa propina que ella tuvo que pagar).

Y sufrió todo eso por la vanidad y la soberbia del portero. ¿Qué te parece?

Te quiere

Cocatú

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